DIARIO DE PSICOANÁLISIS I / Juan Cruz Catena

Mi deuda con la correspondencia Freud-Ferenczi.
Miércoles 4 de octubre de 2018
(00:01hs)


Arranco este diario con una paráfrasis de la carta que Ferenzci le envía a Freud el 3 de octubre de 1910. Sería algo así. Me voy a manejar con una idea de verdad que, más allá de mis consideraciones autobiográficas, no es otra cosa que la consecuencia inalienable de sus intercambios epistolares; estoy convencido de no ser el único que, ante cualquier tensión importante o ante cualquier autorreproche, se pregunta: ¿qué harían Ferenczi y Freud en mi lugar?


Personajes, intérpretes de resistencias.
Miércoles 4 de octubre
(9:30hs)


La prosopopeya es el artificio terapéutico de la escisión, lo que duele inaceptablemente se personifica en una alucinación o en una proyección. Freud, poco ha trabajado esto; Ferenczi, gran parte de su vida analítica (leer el diario clínico del 32, “Sin simpatía no hay curación”, me cambió el cerebro). Bueno, decía, si el dolor psíquico provoca dislocaciones o desdoblamientos, su tratamiento en la cura hace dosificadamente lo mismo: personificaciones como anestesias psíquicas parciales de un dolor ilocalizable e inaceptable.

Por ejemplo, un odontólogo que, ante el susto paralizante, empieza el tratamiento de conducto trabajando sobre el muñeco que el niño lleva a la consulta, suscitando una distensión risueña; o una fonoaudióloga que, ante la resistencia de la pequeña paciente, inventa un personaje de heroína que tiene que ir sorteando desafíos para hacer una audiometría, generando una distracción afirmativa; ambos realizan el tratamiento del asunto, y lo hacen a través de subrogados, de personajes -el primero sobre un objeto, la segunda sobre un juego-; ambos consideran las resistencias e intervienen sobre algo así como una anestesia parcial de índole psíquica para tratar el dolor que, de manera directa, sería intratable u opondría una resistencia inmaniobrable.


La economía de la regla de asociación.
Viernes 5 de octubre de 2018
(12:10 hs)


Encontré en mi análisis, ante una situación donde hice agua, una premisa que podría nombrarla así: el uso de la regla fundamental implica sostener una escena económica. Lo pienso a caballo de lo que Freud delimita de la censura, que sólo puede operar eficazmente si la libido en juego no supera cierta medida; más allá de esa medida, de esa libido soportable, el conflicto tiene un costo narcisista, y, en efecto, costea la pareja transferencial.

El uso de la regla fundamental puede ir, entonces, en dirección de regular la intensidad, la economía de la pareja, hablar sin mirar de frente, bajar los tonos, disminuir la intensidad de un juego, pausar un diálogo con distracciones, hacer hablar a un juguete, etc.; sin olvidar que, si lo que no cesa de interponerse es la compulsión, es la relación analizante/analista la que costea, por ejemplo, llamando desamparado en horarios no pautados o interrumpiendo un análisis.


¿Qué obstáculo encubre la vanidad de la querella doctrinal?
Viernes 5 de octubre de 2018
(18:50hs)


Apunto un síntoma del estado de la lengua analítica por estos lares: una manifiesta riqueza doctrinaria encubriendo una pobreza técnica embarazosa. Me voy a poner a indagar sus razones.


La transferencia como arruina juegos.
Jueves 11 de octubre de 2018
(16:15hs)


“Si la excitación física o el compromiso instintivo resultan evidentes cuando un chico juega, el juego se detiene e interrumpe, queda arruinado”, dice Winnicott en “Realidad y Juego”.

Anoto hoy, para no olvidarme, una función insoslayable de la labor analítica con niños profundamente perturbados, la función paradojal de la arruina juegos (la nombro así parafraseando a Guy Le Gaufey, que, al definir a la transferencia como obstáculo, la llamaba “la arruina curas”).

Llega irritable. Ni bien entra, hace ver su euforia y enojo. No hay motivos claros, pero está a la vista. Saluda ansiosamente y, de improviso, garfea. “Cuando llega así siempre termina por rasguñar a alguien o por romperle el cuello de la remera”, dice la portera dando una señal de alarma. La intensidad agresiva es irreprimible, no lo calma la soledad en una sala, no lo relaja la música que le suele gustar, no puede estar en un mismo sitio con sus coordinadores, nada de lo que usualmente lo resguarda puede calmarlo en este estado de hipertensión.

El día anterior había llegado igual, es el segundo día, y no hubo forma de maniobrar, mi remera terminó rota- tal como vaticinó la portera, y pudieron subrogarme la psicopedagoga y el profesor de educación física, la primera estando con él y el segundo estando conmigo porque quedé transitoriamente agotado. “Hoy llegó igual que ayer, estoy frito”, pensé. Llegó irascible, rasguñó, zapateó, estaba ostensiblemente ansioso, y, de su estado y el mío (de transitoria impotencia), nació El Ninja.

Primero una digresión, después sigo con la viñeta. Hay que ver qué agudeza es dable de surgir de un estado necesariamente inmerso en la ruina, esa es la función paradojal de la arruina juegos, quiero decir, si bien arruina, si bien te hace caer o te absorbe o te disgusta, sin esa inmersión en la ruina parece no surgir la agudeza, sin pasar por ese estado transitorio de vasallaje (que, en mi caso, fue de agotamiento e impotencia), parece no surgir lo que relanzaría el juego, volviendo a los umbrales de placer necesarios para la manutención del jugar.

Bueno, sigo con la viñeta. ¿Qué fue el Ninja? El Ninja es el que se defiende de los golpes sin atacar, es el que llama al agresor sin huir espantado, es el que le hace tomas de modulación que terminan en la risa (y no en la agresión), y es el que hace movimientos grotescos que lo desconciertan hasta distraerlo de la agresión.

Avanzo ahora en un intento de elaboración. El juego del Ninja, como juego de recepción de la magnitud e intensidad agresiva, permitió su remisión, y, fundamentalmente, mi sobrevivencia. Creo que la persistencia del semejante, en este caso de mí como terapeuta, es lo que debe ganarse jugando. No está ganada, hay que hacer un juego para que pueda ganarse esa preservación del otro, condición sine qua non del deseo (acá, del vínculo terapéutico). En estos casos, entonces, donde se juega al Ninja -pequeña deformación figurativa de un impulso que no da risa, que asusta, que incluso no genera ganas de jugar sino de defenderse, de reaccionar o de vengarse, que suscita agotamiento, impotencia u odio- se vertebra la acción a la luz de las magnitudes y de las características del impulso, y en contrapunto al mismo.

El Juego del Ninja es aquel que permite que la acción de agredir del paciente no retorne sobre sí mismo, tal como sucede en los casos que no persiste su partenaire terapéutico. En otras palabras, si el terapeuta se enoja luego de ser arañado, se arruina e interrumpe el juego, y el rasguño asestado retorna sobre sí mismo ahora con gritos de castigo y con autogolpes en la cabeza: hemorragia de la pareja terapéutica.
Y si, en cambio, inventando una maniobra al ras del juego cuerpo a cuerpo logran aislar una figura de Ninja que esquiva el golpe sin desconocer el movimiento agresivo, la relación terapéutica sobrevive.

Al escribir esto pienso cuán decisiva es esa función de la arruina juegos, incluso siendo, en intervalos irregulares, tan avasallante. Ahí donde ambos terminábamos dañados por un impulso destructivo indiferenciado adviene una figuración lúdica que nos resguarda (permitiéndonos seguir produciendo material asociativo dentro de los umbrales placenteros del jugar).


Antidepresivos culturales
Viernes 12 de octubre de 2018
(22:30hs)


Estoy escuchando “How It Ends” de Devotchka mientras leo “Help a Él” de Fogwill. Si fuera psiquiatra lo prescribiría en lugar del zoloft o de la sertralina. Enserio lo digo.


Comicidades y abstinencias.
Sábado 13 de octubre de 2018
(18:10 hs)


La comicidad por “degradación o minoración” y la comicidad por “superioridad” son dos acciones discretas que encontré leyendo “La risa” de Bergson y “El chiste y su relación con el inconsciente” de Freud. Son, a su vez, un buen desplazamiento de lo que, bajo el efecto de la angustia, se manifiesta como humor negro o ácido y como mofa agresiva (humores a los que se acude, en circunstancias embarazosas, en el tiempo de la cura).

Un paciente se ríe porque a un tipo se le escapó un escupitajo al toser, se ríe mucho, se desternilla en su cara, sin vergüenza. Esa degradación de la comicidad- mofa agresiva-, le da aires de superioridad al pequeño paciente; es una comicidad que, si tuviera subtítulos, diría vanidosamente: “yo ya no escupo al toser o a mí no se me escapa la saliva al hablar”.

Bueno, pero voy al punto. De este modo de la comicidad por degradación, extraje un recurso de abstinencia- para el sostén de la regla fundamental- muy útil, lo llamaría el recurso a la abstinencia deficitaria.
Una abstinencia exagerada donde pongo en escena que no sé quién soy, o que no sé dónde estoy, o que no sé qué decir, o que no sé quién es él, y ahí, en ese instante donde me muestro perdido, el pequeño autista parece ser un gran neurótico. No digo que sea efectivo para todos los casos -el principio del caso por caso corre también en esta materia-, digo que hay en ese modo de presentarse deficitariamente una posibilidad de compensar al ultrajado narcisismo autístico y, en el mismo acto, relanzar el movimiento del material asociativo. Lo mismo cuando hago payasadas torpes, como tropezarme con mi propio pie, o como decir una tontería sin tino alguno, o un chiste malísimo, todo eso dinamiza material como no lo hace ninguna otra vía.


Personajes como diques ante la angustia.
Domingo 14 de octubre de 2018
(09:20 hs)


Hace unos días hablábamos con una amiga psicoanalista de los personajes transferenciales. Hablamos por wasap, la nueva vía de correspondencia epistolar. Pienso que podríamos publicar un libro de psicoanálisis con conversaciones de wasap, como los de correspondencias de antaño, estaría buenísimo. Bueno, pero me fui, vuelvo. Estaba con los personajes en transferencia. Hablábamos de que, en “La Interpretación de los sueños”, la existencia de personajes es siempre mixta, deformada, de que hay tres personas identificadas en una o hay varios elementos condensados en uno. Y agregábamos que, eso mismo, es condición de lo cómico, de lo cómico por degradación, por ejemplo, si a alguien solemne le pones un pico de pájaro puede desprender una risa.

Concluíamos que el personaje, como personaje del sueño o de la comedia, es deformado, absurdo, monstruoso, quimérico; y, si es del sueño (onírico) y de la comedia (vigila), está sometido a un miramiento por la figuralidad. Lo digo mejor, el personaje es el arconte del sueño o del cuento, es el que custodia las formas para seguir deseando el reposo, para seguir durmiendo por la noche o regocijándose durante el día, el personaje es un regulador de ánimo: personajes valcote.

La aparición de personajes en transferencia o el uso de personajes en transferencia pueden venir, entonces, a ese lugar, al lugar del deseo de reposo o al lugar de termostato de angustias. Personajes como índices de la dinámica de la cura.

Apunto algo que encontré luego de este diálogo, en “El chiste…” de Freud, dice que lo absurdo es uno de los medios que el trabajo elaborativo usa para darle representación al conflicto, al vasallaje, en la justa medida que aminora y/o templa. Anoto, entonces, que lo absurdo, o los personajes grotescos, o los personajes cómicos, entonces, pueden operar como diques de distribución libidinal y/o de refrenamiento de angustias.


Contener la angustia con amueblamientos.
Lunes 22 de octubre de 2018
(11:30 hs)


La torpeza motriz que vengo despejando puede ser un síntoma transitorio en análisis de algo más profundo como lo es un soliloquio irrefrenable: torpeza por confusión de lenguas.

El esfuerzo del paciente está puesto en refrenar la angustia, preponderantemente, invocante. Suspendido de ella, choca con las cosas “insignificantes” del mundo, su cuerpo pierde el control como su pensamiento se fuga en ideas.

Cuando lo despejo, en transferencia, busco bajar la velocidad de mis palabras y, lo más importante, busco ofrecer un espacio cerrado donde contener la lava de la lengua (lo armo con almohadones, o con sillas, o con mantas, o con maderas, cualquier material que sirva a los fines de inhibir la diseminación brutal).

Esta rareza de la acción analítica la pude empezar a pensar al leer Totem y tabú.


Eufemia y disfemia de transferencia.
Lunes 22 de octubre de 2018
(12:40 hs)


Prescripción lingüística (al estilo prescripción médica): el uso pertinente de malas palabras en análisis abona al desarrollo de la cura, o, diciéndolo con propiedad, a la eufemia inhibitoria en análisis una dosis precisa de disfemia.


Pagar con palabras en reuniones.
Lunes 22 de octubre de 2018
(16hs)


Prescripción lingüística segunda: en reuniones de equipos terapéuticos se paga con palabras, motivo fundamental por el cual deben ser cobradas. Es decir, cuando el tratamiento analítico es entre varios, la lectura del caso no es individual, uno no se lee en el caso, con la tranquilidad de Descartes en su cabaña o de Heidegger en la selva negra, se lee, más bien, en una reunión con 10 personas que funcionan como tribunal, como tribuna, como levante, como derivación potencial. Hablar es hacer una monada del fantasma.

Por eso es más fácil no ceder la cueva narcisista, quedándose callado o hablando bajo emblema, que, por cierto, son también beneficios de amor, no tanto de transferencia, como propio. Y, la primacía del amor propio, me la han hecho oír, siempre contra mi voluntad, ahí donde mi propia acción en transferencia hacía agua.


Personajes del sentimiento de culpa.
Domingo 4 de noviembre de 2018
(11:15 hs)


Según Ernest Jones el principio de placer hace posible una ecuación entre dos cosas completamente diferentes; el principio es, para él, la ecuación que se arma entre cosas diferentes por una semejanza de placer. Estoy siguiendo la pista de esa ecuación cuando lo que señorea es el displacer, el momento refractario del placer, el sentimiento de culpa, el límite angustiante de la satisfacción, su asco, su espanto o su rabia: neurosis de angustia.

La neurosis que desprende angustia, y la angustia que pende de personificaciones de sí y de figuraciones del objeto. ¿Qué quiero tratar de escribir hoy? ¿Por qué ando alrededor de esto? Creo que encontré un distingo, no estoy seguro, pero para eso tengo estos cuadernos de notas, para ir ensayando.

Quiero decir, en primer lugar, que la angustia se asocia libremente a personificaciones de odio con el propio cuerpo o de autocastigo por incapacidad de mantener la satisfacción indeclinablemente, esas son las personificaciones culpables de sí. Y quiero decir, en segundo lugar, que la angustia también se asocia a figuraciones del otro que la recubren, personajes castradores, amos arbitrarios, árbitros autoritarios, gozadores absolutos de la insatisfacción o de la economía de la satisfacción. Uno mismo o el otro, personajes o figuras que señorean la insatisfacción, que se presentan como autores de lo que causa displacer, como culpables del desprendimiento de angustia. Voy a seguir indagando esta pista.

Melanie Klein, en “El proceso de formación de símbolos en los niños”, dice que en relación con el sadismo del sujeto, la defensa implica expulsión, mientras que en relación con el objeto atacado implica destrucción. Expulsión y destrucción, expulsión de sí mismo y destrucción del objeto, para paliar con los empujes sádicos del impulso. Expulsarlo de sí, ‘yo no fui’. Y destruir al objeto, ‘se lo merece por perverso’.

Esta es otra idea, otro mecanismo, más cerca de la inocencia paranoide que de la autoculpabilidad depresiva de la primer pista, pero ambos mecanismos comparten dos asuntos: primero, dejan ver un principio de acción a base de señales de displacer (el placer debe ser esto, la satisfacción debe ser aquello, el displacer es esto, la insatisfacción es esto otro), y, segundo, dejan ver una desdicha, una frustración, que, al causar desprendimiento de angustia, se gratifica personificando culpables.


La construcción de personificaciones transitorias en la dinámica del análisis.
Miércoles 21 de noviembre de 2018
(14:59hs)


Primero leo “El humor” de Freud, luego veo la película de la consulta de Gustav Malher al mismo Freud, y me quedo pensando en el amante y el personaje que inventa para amar (a Alma), en el soñante y los personajes oníricos, en el autor humorístico y los personajes humorísticos. Encontré algo. Encontré que entre ambos polos siempre se formula la pregunta técnica de la personificación (de hecho, existe un ensayo de Klein, muy significativo, que se intitula “Personificaciones del juego”).

Y, con esa pregunta técnica, encuentro que las personificaciones en análisis son, al igual que la noción de síntoma del ensayo de Ferenczi de 1912, transitorias y mixtas.

¿Transitorias y mixtas? Sí, porque, al personificar, el analista busca levantar sigilosamente las resistencias del paciente, es decir, usa un personaje para no enunciar en primera persona (asediado por el riesgo de ser emboscado por una resistencia de rivalidad) y lo hace formándolo con atributos que aísla de las asociaciones libres del paciente (asediado por el riesgo de comprender a base de autorreferencias).

Apunto, entonces, para no olvidarme, las personificaciones en análisis son transitorias, mixtas y son un maniobra transferencial inapreciable para desobstaculizar el diálogo.

Collage de Sonia Bossio

Quizás te interese:

Suscribirse
Notificar
guest
1 Comentario
Más viejo
Más nuevo Más votado
Respuestas en línea
Ver todos los comentarios

[…] DIARIO DE PSICOANÁLISIS I / Juan Cruz Catena […]