Nota aclaratoria: lo que van a leer a continuación es una transcripción y reelaboración de una exposición realizada en el año 2020 en el “Ciclo: Derivas de la Clínica” organizado por el Colegio de Psicólogos de la 2° Circunscripción.
Para mí el acompañamiento siempre fue un psicoanálisis profano, por motivos diversos que he trabajado en otro lado, pero, en trazos gruesos, porque me permitía iniciarme psicoanalíticamente por la vía clínica obviando la hegemonía de la institución psicológica, sin el requerimiento del título de psicólogo -mandato confusional de la época por el cual el psicoanálisis era una psicología, o, lo que es lo mismo, para ejercer el psicoanálisis era necesario tener el título de psicólogo, como antaño el de médico-. Esto por un lado, y, por otro lado, iniciándome en el acompañamiento podía no necesariamente arrancar por la vía de la enseñanza -ante la cual no estaba a la altura-, como han hecho otros laicos en el movimiento analítico, Masotta, Sciarreta, García, y, sin ir más lejos, el querido Juan Ritvo.
El acompañamiento, entonces, además de un análisis laico de iniciación, comenzó para mí como un psicoanálisis ambulatorio, una versión del psicoanálisis a la luz de las metidas de pata urbanas. Era una reivindicación de juventud pensarlo así, fuera de los consultorios y fuera de los hospitales psiquiátricos, sustituyendo lógicas manicomiales, concomitantemente a la experiencia Oliveros, y extendiendo el alcance del psicoanálisis a estructuras inadmisibles, con casos de ponderabilísina gravedad como los llamaba por entonces Adriana Covilli. Era una vindicación más cerca de la megalomanía que de mi consistencia narcisista. Pero bueno, el trastorno narcisístico no era solo una asignación diagnóstica del paciente, era más bien uno de los nombres propios de esas transferencias; así que, tomando esas torpezas del comienzo, hoy voy a intentar hacer algunas precisiones del método analítico del acompañamiento, es decir, precisar tropiezos y tradiciones a caballo de las cuales fue discurriendo mi formación y mi labor.
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La hipótesis que voy a intentar transmitir gira alrededor del acompañamiento como un método analítico de psiconeurosis narcisistas, hipótesis que escuché por primera vez en boca de Alejandro Mandfred en un Punto de Transmisión -espacio de formación de acompañantes de “Colectora”, la cooperativa de la que formaba parte-, y que hoy retomo con otro margen de audición.
Son las neurosis olvidadas del método ortodoxo, del oro. Es decir, trabajar terapéuticamente con ellas entra dentro de las extensiones, aplicaciones, derivaciones, entra dentro del cobre del psicoanálisis. Ustedes saben que, en términos de psicopatología clásica, al hablar de neurosis narcisista podríamos hablar de esquizofrenia -o demencia precoz, como se decía otrora-, de paranoia, melancolía, autismo, toxicomanía, incluso de psiconeurosis borderline. Pero puntualizo estas equivalencias para resaltar lo típico, y no tanto lo específico o lo casuístico, ya que me mueve hoy, por primera vez -por lo cual voy a avanzar cautelosamente, teniendo en cuenta los límites que tiene en psicoanálisis el intento de aislar tipicidades-, el interés particular de hacer algunas precisiones generales de nuestra labor analitica ambulatoria.
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Las psiconeurosis narcisistas plantean un problema de grupo, siempre plantean un problema de grupo, y plantean un problema económico de grupo. Hay una advertencia que hace Masotta -en “Lecturas psicoanalíticas de Freud y de Lacan“, en el capítulo sobre la pulsión y el narcisismo, donde dice que “el yo sintetiza atacando”-, y esa advertencia es que “el reverso del narcisismo es la agresividad”. ¿El reverso del narcisismo es la agresividad? Parece fácil de entender, con una dosis de honesta autorreflexión es suficiente, pero no sé si es tan simple de admitir en un tratamiento. Es decir, si uno piensa el problema económico del narcisismo, no puede omitir pensar la agresividad de transferencia, y, por ende, como decía Winnicott, el odio de contratransferencia: a la agresividad de transferencia, el odio de contratransferencia.
Las psiconeurosis narcisistas, entonces, plantean interferencias, interrupciones transferenciales -agresión, odio, síntesis tensa-, plantean una y otra vez un problema económico de grupo; repetitivo, económico y de grupo.
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Consejo todavía importante, consejo freudiano vigente, la primera labor –que es la labor de las primeras consultas, de las entrevistas preliminares, labor que en este ámbito suele omitirse provocando daños de los más variados– implica estar a la pesca de ese reverso del narcisismo. ¿Qué es esta pesca en la puerta de entrada? O mejor, ¿qué es esta posibilidad de una puerta en la entrada? Que si hay, por ejemplo, un pedido de integración escolar, interponer en la admisión una pesca de la representación penosa contrastante. Hacer lo que decía Freud en “Un caso de curación hipnótica” –un ensayo de la prehistoria psicoanalítica, de 1893, si no me equivoco, en el cual no tenía aún una hipótesis del inconciente–, e ir a la pesca de “las voluntades contrarias”, de “las representaciones penosas contrastantes”, que son las que interfieren, interrumpen la labor dialógica, y que son las que signarán lo venidero del tratamiento.
Me parece que a la hora de la admisión, a la hora de aceptar el problema económico en el que se va entrar, es sugerible leer o pescar la magnitud de ese fenómeno que es la representación penosa contrastante, la voluntad contraria, la oposición que desafía todo ideal de cura o de analista. En principio, entonces, hay que tener en cuenta esos furores; lo digo así, bien claramente, para que no quede difuso, porque si, después, en incontables ocasiones, termina habiendo una gran rotatividad en el acompañamiento, es porque muchos entraron solo por asignación o prescripción, sin ningún tiempo de lectura, sin puertas, sin pescas. Alguien pide acompañar, y alguien acepta acompañar, orden y ejecución, sin transmisión ni tiempos de admisión, ¡pum! ¡bang! ¡crack!, y a la semana está en China con la excusa de la muerte de su abuela. Esto es sugestión post hipnótica, seguimos en 1890 creyendo ser contemporáneos. En fin, esto es también una profunda idealización del tratamiento de la neurosis narcisista, y, lo peor, es una idealización que toma a la agresividad como convidado de piedra.
¿A qué aludo con esto? A la crítica que le hace Masotta al texto de “Introducción al narcisismo” de Freud al apuntar que ahí hay un convidado de piedra, y que ese convidado piedra es la agresividad, es la pulsión de muerte, es la pulsión de destrucción. Apunta, ¡y da en el blanco! Entonces, con Masotta como supervisor, cada vez que se admite algo del narcisismo, o de su neurosis -hoy se la nombra como trastorno, trastorno narcisista-, no nos olvidemos de la transferencia agresiva, de la emboscada agresiva, y, menos aún, de la venganza u odio contraofensivos. Yo soy masottiano y freudiano, y no me olvido, entonces, a la hora de admitir este tipo de sufrimientos, que se trata de psiconeurosis narcisistas, es decir, que se trata de un fenómeno transferencial donde la más apasionada agresividad va a estar jugada… de golpe.
Y, avanzando un poquito más, si la agresividad, la destructividad o la reacción terapéutica negativa -llámenlo como ustedes quieran- va estar jugada en el progreso del tratamiento, eso significa que este método analítico va a contener en su estructura, como estructura, un conflicto moral insoslayable. Es tan claro que hay un conflicto moral en todos los tratamientos de las psiconeurosis narcisistas, que muchas veces es al revés: en vez de darle lugar al conflicto moral que plantean -a la troika de responsabilidad, culpa y castigo-, directamente se hace un tratamiento moral. Pinel y cía. ¡Todavía Pinel y cía! Se lo admite y se lo trata idealmente dentro de los usos y costumbres, las cortesías y las moralinas de quien lo haga -no diría de la cultura imperante, aunque me da ganas, pero la cultura imperante no existe-. Entonces, no estoy diciendo que tiene que haber un tratamiento moral -que es un modo más bien sádico de la pacificación-, estoy diciendo que en la estructura del método analítico de la psiconeurosis narcisista, se plantea irreductiblemente un conflicto moral, compuesto por esta trinidad de responsabilidad, culpa y castigo. Ese conflicto moral es, entonces, lo que se admite a la hora de la iniciación del análisis ambulatorio o del acompañamiento analítico.
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La dinámica, vamos a la dinámica, ya que hasta acá sólo puntualicé sobre lo pescable en los inicios. En la dinámica de los acompañamientos se dice que se trata de una clínica de lo cotidiano, se trata de una clínica de lo abierto, se trata de una clínica situada. Me parecen todas precisiones con las que comulgo parcialmente. Sin embargo, hoy no pondría el acento en eso, me parece tan grande el obstáculo respecto a las tendencias agresivas y/o destructivas que elijo acentuar el método, el método de psiconeurosis narcisista de transferencia -añadiéndole “de transferencia” a una neurosis que, durante un tiempo considerable de la historia del movimiento analítico, quedó excluída de esa posibilidad; nombremos a Federn, a Ferenczi, a Abraham, a Bleuler y Jung, a Eissler, a Klein, a Sullivan, a Fromm-Reichmann, a Groddeck, a Lacan, a Dolto, a Mannoni, a Tustin, a Mahler, a Winnicott, a Hollòs, y al Freud de entreguerras de la década del 20 como para empezar a balizar las deudas, deudas que, de hecho, han sido de las más habilitatorias que el psicoanálisis ha contraído con la psiquiatría para ir, no obstante, más allá de ella-.
Pero bueno, retomando, decía que si bien es verdad que es un encuadre abierto, ya que no se trata de esperar a alguien en el interior de un consultorio, de tener un diván, de pensar, por ejemplo, la luz tenue, la posición horizontal, la relación entre el estado del sueño y el del pensamiento para poder asociar mejor libremente, etc., fíjense que todos esos consejos técnicos que amueblan el oro analítico, y que siguen teniendo su pertinencia para las psiconeurosis de transferencia, no son necesarios en esta dinámica transferencial de las neurosis narcisistas -pueden estar, pero no son axiológicamente necesarios-. Ahora bien, ¿qué los vuelve prescindibles?
Masotta vuelve a ayudarnos a encontrar alguna respuesta en un capítulo del mismo libro que se llama “Dificultades del narcisismo”, ahí dice que el narcisismo es un concepto, no es una entidad endógena a una persona, es un concepto que nos plantea una pregunta fundamental: “¿Pertenece a uno o a dos sujetos?”. No está siendo riguroso con la definición de sujeto, se está preguntando, más bien, ¿es algo endopsíquico?, ¿o plantea dificultades externas? Y en esto, Freud vuelve con un consejo que da en la “Lección XXIV: Aclaraciones, aplicaciones y observaciones” de las “Nuevas lecciones de las introducción al psicoanálisis”, que habla de las variaciones técnicas del método analítico para el trabajo con niños, y dice: “El niño es psicológicamente distinto del adulto, no posee todavía un superyó. En su análisis, el método de asociación libre resulta insuficiente, y la transferencia desempeña un papel completamente distinto, ya que el padre y la madre reales existen todavía al lado del sujeto -las cursivas son mías, para resaltar el superyó ladero– Las resistencias internas, que combatimos en el adulto, quedan sustituidas en el niño por las dificultades externas”.
Entonces, si a esto de Freud le hacemos la pregunta de Masotta -¿es de uno o de varios sujetos?- qué encontramos: “Cuando los padres hacen sustratos de resistencia -quédense con ese concepto, lo voy a retomar-, suelen poner en duda el análisis e incluso el desarrollo del mismo. Por lo cual hace a veces necesario enlazar al análisis del paciente, cierto influjo, cierta influencia analítica de los padres”. Entonces, repito: ¿el narcisismo es de uno o de varios sujetos? ¿Se puede prescindir de cierto influjo?
Les decía al inicio que el narcisismo plantea, en transferencia, un problema económico de grupo, un problema económico de quienes están al lado del sujeto. Ahora, ya precisando nuestra labor de acompañamiento, les digo que lo que plantea son sustratos de resistencia, es decir, dificultades externas que ameritan por parte del acompañante, del analítico, cierto influjo sobre lo que pasa, cierta labor de interferencia, sin eludir los conflictos de un superyó al lado, por lo cual la acción no es necesariamente activa, quizá puede haber un momento de sustracción u observación. Se trata más bien, entonces, de una atención flotante, pero de un andar flotante que, en un momento puede ser una observación, en otro momento puede ser una indicación concreta o una retirada, y, en la base de cualesquiera de estas acciones, verse siempre, siempre, siempre orientado por aquellos sujetos laderos que hacen sustratos de resistencias.
Esa acción que aconseja Freud, la del influjo analítico, hay que ver qué cualidad adquiere, qué tonalidad adquiere. Fíjense que pasamos del análisis de la interpretación -de la labor interpretativa de las resistencias- a la labor de interferencia, por la vía activa o por la vía elusiva, de los sujetos al lado o de los substratos de resistencia, que –como dice Masotta– no son sólo exteriores –como también dice Freud–, sino que son dificultades externas que le conciernen sobremanera al paciente, dificultades narcisistas pescables como resistencias de grupo.
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Y acá vamos a otras precisiones fundamentales alrededor de las dificultades narcisistas. Una muy importante es la labor de regulación del principio económico del narcisismo. Hago una distinción que me parece pertinente, y luego sigo. Uso a propósito el término regulación porque las neurosis narcisistas plantean dificultades externas que son conflictos morales de grupos, y porque las acciones específicas que acarrean, sin una lectura de esas dificultades o resistencias, nos confundirían con otras psicoterapias que usando los mismos términos omiten el tiempo de la estructura, o mejor, de la resistencias sustanciales de la estructura en el tiempo.
Bueno, puesto eso en mención, arranco con algunas precisiones. Hay un problema económico que tiene que ver con la magnitudes libidinales. Es un problema de desborde, no sé si lo mejor es adjetivarlo como “libidinal”, sino de desborde apasionado que hiere al narcisismo, de magnitudes inconfesables que fracturan la relación terapéutica. Decíamos que el narcisismo es la más íntima dificultad externa, que se va sintetizando e integrando mientras ataca, que la agresión es una función de integración y que el odio de su acaecer debe refinarse para que las magnitudes apasionadas en juego no fracturen ni al narcisismo ni al análisis. Decíamos, entonces, que en una economía de ataque y contraofensiva, el narcisismo se perpetúa en su desagregación, por lo cual regular esa economía de lo más penoso y punitivo de sí es una labor de acción y elusión constitutiva al método: pequeños resguardos o reservorios que sobrevivan a la hemorragia de transferencia, o restos aislados del derrumbe.
El otro problema económico es el del tiempo. El tiempo del acompañamiento, muy frecuentemente, es masivo; pueden llegar a ser de 6hs, 8hs, 12hs o 24 horas diarias. Creo que hay todo un problema económico que se manifiesta, un problema grupal, cuando, además de esa cuantía horaria, se añade la cuantía de terapeutas empeñados en demostrar toda su idoneidad. Hay algo sumamente avasallante que sucede cuando cada uno de los analíticos que componen el equipo terapéutico quiere encontrar cada vez un reaseguro de su eficacia. Y se busca ese reaseguro con más fruición cuanto menos eficacia presenta la acción. Esta herida de la eficacia muchas veces deviene levantamiento de los substratos de resistencia -inculpación de padres, tutores, de disciplinas intervinientes, de agentes institucionales, etc.- o deviene tensión intestinal de grupo, peleas de miembros que redoblan lo que tratan -es decir, si se trata de dificultades narcisistas los equipos pueden terminar reeditando en el exterior problemas de querellas interdisciplinarias y en su interior problemas de desintegración de miembros o de disgregación grupal-. Me parece que hay algo de lo que les decía antes, del andar flotante, de no tener puesta ahí cierta mirada o cierta convalidación narcisista, que es sumamente importante cuando se trata de tratamientos que son, en definitiva, bastante intrusivos por su numerosidad, por su masividad. Entonces, el problema económico del narcisismo en transferencia implica, en todo caso, una consideración del “andar flotante” como contrabalanceo a los intentos de reaseguro narcisistas que disgregan intestinalmente a los grupos.
El tercer problema económico del narcisismo está planteado alrededor de los sustratos de resistencia, que suscitan una dificultad desde el exterior en los ámbitos más familiares de circulación del paciente. Por eso, efectivamente es un encuadre abierto y no hay exigencia de ausencia de terceros -porque tampoco hay puerta, ni cuatro paredes-, hay una definición de secreto distinta, porque, irreductiblemente, hay otros externamente íntimos al lado. Por ejemplo, si el acompañamiento circula por una vía institucional como la escolar, hay otros como docentes, preceptores, directores, compañeros y compañeras, etc. El tercero está incluido en este problema económico, y su interferencia requiere ser leída como un sustrato de resistencia, como dificultad narcisista, con la más precisa de las atenciones que se merecen las resistencias.
Al comienzo los invité a leer, en los tiempos de admisión, los fenómenos penosos contrastantes, los que plantean una dificultad como voluntades contrarias, y acá, como verán, estos fenómenos hacen su aparición en el curso de la dinámica a través de uno o varios sujetos que plantean la más íntima de las dificultades externas: heterotopías -como insistía leer cada vez la querida Marite Colovini-. Fíjense por dónde va la representación penosa contrastante, fíjense qué pasa con ella, no terminen haciendo levantamientos querulantes e inculpantes. ¿Por qué? Porque, por ejemplo, ustedes pueden toparse, mientras flotan o deambulan, con el mozo que en lugar de preguntarle al paciente les pregunta a ustedes, con el vecino que nos habla como si el paciente no estuviera o no escuchara, con el paciente que pasa por el kiosco y se lleva una golosina, o pasa por una verdulería y manotea una manzana -sin tener demasiado registro de lo que significa una compraventa-, o con el peatón que nos pasa cerca y nos mira persecutoriamente -lo mira a él y, por añadidura, a uno como si le fuéramos a hacer daño-, etc. Fíjense todos esos sutiles, pequeños, filosos intercambios libidinales, que, de alguna manera, van repetitivamente sedimentando un contenido, imaginario, somático, definitivamente dificultoso, problemático, del narcisismo. El saldo de cada intercambio, como verán, da negativo, ningún sujeto que pueda autopreservar la dinámica de sus días, de sus horas, de sus cosas, de sí, sin el auxilio de alguien al lado. Por tal motivo, si uno se limita a pensar que el problema del narcisismo tiene que ser descifrado e interpretado a partir del material que traiga el paciente, pierde de vista este tipo de diálogo mudo aunque hiperestésico con terceros contingentes que es pertinente elevar a dignidad de conversación polémica u observación conflictiva.
Fíjense por qué es importante la cuestión del sustrato de resistencia, porque es ahí donde lo siniestro de la angustia orienta el tiempo de la interferencia, el tempo de la acción, es ahí donde hay que observar y empezar a ver cuál es la acción u omisión, el influjo, la influencia analítica específica que puede refrenar la magnitud angustiosa, llevando la cuenta de las repeticiones avasallantes. Porque sostener la regla fundamental no implica sólo invitar al paciente a que asocie libremente, sino que, además, se trata de que marche libremente, y pescar cuáles son los sustratos de resistencias ante los cuales es contingentemente necesario influir analíticamente, por una acción o por una omisión, anotando cada vez la herida desde la cual recrudecen los desbordes.
En síntesis, estos tres asuntos orientan la labor de regulación del principio económico del narcisismo, problema económico neurálgico del método psicoanalítico de las hemorragias narcisistas.
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Hay otro aspecto del método, fundamental, al que apenas aludí en el comienzo de esta exposición, que tiene que ver con el insoslayable conflicto moral que las psiconeurosis narcisistas plantean en transferencia.
Este conflicto implica, primero, ciertas operaciones de abstinencia elementales, bien precisadas por Freud en “Consejos al médico”, cuando decía que no había que examinar o someter los contenidos de una sesión inmediatamente a una prueba de realidad. Era una labor de abstinencia que se planteaba él, supongo, para su tendencia más compulsiva hacia la significación, hacia el sentido, pero también era una abstinencia que le planteaba a los pacientes, recomendándoles que no sometan con celeridad a una prueba de realidad lo que se está trabajando en el interior de la sesión analítica; como con el buen vino, pareciera que una buena maceración fuese fundamental para asumir ciertos conflictos.
Ahora bien, ¿qué alcance puede tener ese consejo a la luz de las neurosis narcisistas? Me aventuro en una respuesta que vengo indagando a la luz de maridar dos ensayos freudianos, “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños” y “El problema económico del masoquismo“. A mí me parece que para recepcionar -¡el tema de la hospitalidad!, ¡de la hostilidad de la hospitalidad y sus liebres!- los contenidos profundamente dificultosos, a veces rayanos al odio, a veces a la vergüenza o al impudor, a veces al peligro punible, para que esos contenidos puedan volverse inofensivos y no queden como un convidado de piedra -como decía al inicio de la mano de Masotta-, para que la agresividad, la inmoralidad, el dolor, la crueldad, la ira, para que todos estos fenómenos puedan empezar a ser elaborados en transferencia a pesar de su desairada dificultad, este consejo técnico freudiano nos viene en auxilio, nos sale al encuentro con justicia, ya que estos fenómenos “del reverso” pueden ser recepcionados si no son examinados y sancionados sumariamente con la realidad. En su defecto, irrumpe el conflicto moral de transferencia como conflicto policial, penal o ministerial, y ahí, ya no queda más que la reprensión, el castigo, cuando no la huida, esas nuevas versiones del encierro en condiciones ya ambulatorias, o, mejor dicho, esas viejas versiones de la hemorragia narcisista.
¿Qué quiero apuntar con esto? Digo que, desde que inicié mi práctica a esta parte, vengo indagando una serie de deslizamientos, de riesgos inconfesables, que plantean sumariamente lo penal si no se asumen primero como resistenciales o contratransferenciales; por eso puntualizo, hoy, que el curso del tratamiento de las neurosis narcisistas plantea un conflicto moral insoslayable e indefectible de responsabilidad, culpa y pena entre los miembros del equipo tratante, o entre éstos y los terceros resistenciales.
¿Qué es esto de responsabilidad, culpa y pena entre los miembros del equipo tratante? En la dinámica de la cura se manifiestan ciertos fenómenos contratransferenciales -como tomárselo a título personal, como entrar en un actitud intolerante con el paciente, como tener una contraofensiva punitiva, como no soportar más y pensar en huir del caso-, que ameritan sí o sí una recepción en el equipo de lo que ahí ha acontecido para que no vuelva a repetirse de la misma manera; e implican, a renglón seguido, no cerrar la causa, no hacer una sentencia firme sobre lo ocurrido hasta tanto no se encuentre el júbilo que relance el tratamiento: historizar las hemorragias.
Uno de los deslizamientos contratransferenciales es tomar la agresión a título personal. ¡Pero si pagamos con nuestro juicio íntimo, con nuestras palabras, y, fundamentalmente, con nuestra persona! ¡¿Cómo puede ser?! El Lacan doctrinario que más circula por nuestros lares, no pocas veces reprime a la serie infinita de consejos técnicos del Lacan clínico. ¿Cómo pagar con nuestra persona cuando recién estamos iniciando nuestra labor? No es fácil ser expulsado por un paciente cuando todavía estamos preguntándonos cuán capaces somos de ejercer el análisis. ¿O cómo pagar con nuestra persona cuando somos tomados por objeto de agresión, de humillación, de burla o menosprecio? Tampoco es fácil tener margen para no creerse alguno de esos golpes de lengua, menos cuando somos parte de un grupo donde hay miramientos comparativos. ¿Se puede no tomar a título personal cuando se sale magullado, mordido, golpeado o, en el extremo, nockeado? ¿O cuando además de “cobrar” se cobra dos pesos la hora? La fenomenología de la agresión llama a la lectura de las dificultades narcisistas, sin las cuales lo personal ya no es parte de la política del análisis sino que se enaltece como razón de una contraofensiva punitiva o de una huída indiferenciada. Y ahí el análisis ya se nos escurre, fractura de la pareja terapéutica o de los miembros del equipo tratante, culpas por doquier e irresponsabilidades que tienen que comparecer, ahora, ante el juez que imparte la pena. No retroceder ante las neurosis narcisistas implica, por todo, el pago de la persona del analítico ahí donde la tensión paranoide de grupo, y sus miramientos contenciosos, fracasan.
Otro de los deslizamientos es el golpe de huída. Es una posibilidad cierta, a la mano, defensa cuasi instintiva ante la inminencia de la predación. También la parálisis, aunque no voy a ir por ahí hoy. Así, a la hora de manifestarse un contenido agresivo, colérico, impudoroso, enseguida aparecen huídas. Parece haber una necesidad de huida, y, como sentimiento contratransferencial súbito, parece estar más cerca de la necesidad de castigo que de la recepción analítica. Se llega tarde, siempre tarde. Arriba apuntaba que el reverso del narcisismo es la agresión, y, acá, pueden advertir que ante la irrupción del reverso, prorrumpe, no menos de golpe, la huida. ¿Cómo pasó eso? ¿Acaso no se estábamos advertidos de los golpes narcisísticos que asestan estas neurosis? Por este y otros motivos de mi experiencia acumulada hoy estoy poniendo el acento en la estructura transferencial del método y no en lo abierto o situado del encuadre.
Un último desliz que quiero apuntar es cuando el desfallecimiento de la regla fundamental produce lobos. Así, cuando se sentencia rápidamente, como si esa acción acaecida en transferencia hubiera sido una franca realización de algo –como decía Freud de los sueños infantiles o de los sueños de pereza–, como si eso no tuviera ninguna deformación, como si eso no fuera enigmático, como si eso no exigiera un profundo trabajo analítico de recepción y construcción, de maceración, es muy probable que se empiecen a justificar sentimientos, pensamientos y acciones contratransferenciales muy severas, algo así como encarnaciones feroces del superyó, lobos al lado del narcisismo depredado. Entonces, ¿qué empiezan a ver ustedes ahí? ¿O qué empezamos a ver de nosotros mismos? Lo que vengo apuntando, empiezan a hacerse presente sentimientos de huida -de no querer seguir en el tratamiento, de no querer trabajar más con esa institución-, pensamientos de intolerancia -de que es insoportable, de que ahí no se puede seguir trabajando, de que la familia es inaceptable-, hasta fenómenos elementales de venganza y castigo. Respecto a estos últimos, en algún momento, me puse a darle vueltas a una idea no muy rigurosa, pero que me parece significativa para ver el montante de angustia que hay en juego en esa contratransferencia, que tiene que ver con cierto fenómeno de venganza, la venganza como una especie de fenómeno elemental por parte de los analíticos, algo así como empezar a vengarse involuntaria pero frecuentemente. Es patético ese escenario, esa manifestación, pero es, no obstante, uno de los substratos de resistencia más duro de roer que presenta en su curso éste método de las neurosis narcisistas.
Entonces, retomando con apremio el consejo freudiano mencionado arriba, ante la manifestación de esta beligerancia moral es inexorable no someter a una sumarísima prueba de realidad la acción cometida por el paciente, y, simultáneamente, ofrecer una recepción de estos sentimientos contratransferenciales punitivos. Si no se extraen, si no se aíslan, si no se los aloja a estos fenómenos contratransferenciales, en última ratio, puede llegar a acaecer la venganza como castigo elemental. Fin de análisis, interrupción apasionada, hemorragia narcisista, una última acción que vuelve a cero. Y si, por el contrario, a esta profunda dificultad narcisista que se plantea en transferencia se puede ir separándola paulatinamente, pagando con la persona, absteniéndose de un juicio sumarísimo, asumiéndola digestivamente hasta desprender sus restos, como sugiere Omar Amoros en “El cuerpo del analista”, o como lo hace Winnicott en “El odio en la contratransferencia” y en “El miedo al derrumbe”, se pueden también reencontrar las asociaciones que relancen la labor de delimitación de esas pasiones para volver al redil. Repito, en esta dirección, lo que a mí me sirve de norte: historizar las hemorragias y anotar las heridas que la causan o vuelven a causar.
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Bueno, con esto concluyo. Creo que en estas primeras precisiones del método que signa la labor analítica del acompañamiento hay suficiente material como para seguir indagando su alcance, incluso sus límites, rectificaciones y adiciones.
Y creo que es muy importante, quizá como una investigación pendiente, ir relevando –así como Freud, para pensar la psiconeurosis de transferencia, fue relevando las teorías sexuales infantiles, que estaban incluso en la etiología de la misma neurosis– las teorías infantiles de la pena. ¿Cuáles son las teorías de la pena que oyen en sus tratamientos?
Creo que, así como pueden escucharse teorías sexuales infantiles en la causa de algunos sufrimientos, pueden escucharse también teorías infantiles de la pena deambulando en la etiología de las neurosis narcisistas. Y, en ese sentido, creo que el mito que anda dando vueltas, no es tanto el mito de Edipo, sino más bien la tragedia de Orestes.
Ese es el último aporte que hago, quizás hay algo de Orestes, algo de La Orestíada, como tragedia estructural a este ritual de la psiconeurosis narcisistas que es el acompañamiento analítico.
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