DIARIO DE PSICOANÁLISIS II / Juan Cruz Catena

 
Resistencias por conciencia de culpa.
Jueves 11 de octubre de 2018
(16hs)

Ando investigando las asociaciones que, en el curso del análisis, tienen que ver con la conciencia, con sus resistencias de aceptación y asentimiento. Y teniendo en cuenta siempre, siempre, que la conciencia es conciencia de culpa; y que esa resistencia, cual si fuere un cachorro dehiscente, exige nuestra más digna atención.

Me financia ésta investigación una frase de Germán García que trato de hacer mía, “cuando lo que se descifra no se escucha, el goce tampoco se escribe”.
 

Recepcionar una adversidad fantasmagórica.
Sábado 13 de octubre de 2018
(08:45hs)

Las decisiones que determinan el porvenir de una vida se toman a pesar de una adversidad fantasmagórica.

En el libro “De la guerra”, de Von Clausewitz, a esto lo nombra como “peso retardatario”, y es la pérdida de tiempo, la reducción de eficacia y el mal inevitable que trae aparejado un ataque estratégico. Entre el deseo y su realización, entonces, prorrumpe una adversidad fantasmagórica como conciencia de culpa.

¿Cómo puede manifestarse esto en el tiempo de la cura? Como un fantaseo de carácter inhibitorio, sintomático o siniestro, según el grado de resistencia culpable. Así, por ejemplo, se manifiesta como desgano motriz o tartamudeo, como taquipsiquia, cólicos o cefalea aguda, o como una interrupción violenta de las asociaciones derrumbando el encuadre (sin la lectura de “Confusión de lenguas”, un ensayo de 1933 de Ferenczi, esto me hubiere sido imposible considerarlo).

No hay decisión decisiva que no implique un fantaseo de adversidad preñado de inhibiciones, de síntomas o de angustias según la intensidad de su manifestación. Por lo cual, ante estos pesos retardatarios, hay algo que anotaría como “problema porcentual de responsabilidades”. ¿Qué quiero decir? Que, cuando se trata de algo decisivo, vívido, que sobrecoge al sujeto, eso conduce al analista a recibir y/o atesorar sobre sí un porcentaje de esa responsabilidad para que aquel pueda realizar esa acción específica.

Fui aprendiendo a contrapesar estas adversidades con compensaciones narcisistas, es decir, con asociaciones jubilosas que justo precedieron a la asociación adversa, ¡siempre hay una! Es algo que pude empezar a oír de los pacientes a la luz de un consejo que leí primero en Tausk, y luego en Ferenczi, en dos ensayos intitulados “Desvalorización de la razón de la represión por recompensa” y “El problema de la aceptación de las ideas desagradables” respectivamente.
 

La sonoridad como distensión del sentido.
Lunes 15 de octubre de 2018.
(10:15 hs)
 
Entendí, a fuerza de fenómenos transferenciales repetitivos, que existe una necesidad lógica de alargamiento del tiempo para angostar la ansiedad infantil, se alarga el tiempo de la sonoridad pero se angosta el sentido de las palabras. La sonoridad contrabalanceando a la semántica. 

Angostar el sentido, distenderlo, es lo que pude observar en el uso de la repetición que se hace al contar algunos cuentos infantiles, por ejemplo, “… entonces George se fué caminando, caminando y caminando hasta el fin del mundo, y caminó y caminó y caminó…Atravesó bosques, atravesó montañas, atravesó mares, y siguió caminando y caminando hasta llegar al fin del mundo, allí encontró el tesoro, un cofre lleno lleno lleno de oro”.
 
Este alargamiento del tiempo, monocorde, repetitivo -al estilo del poema de Nicanor Parra, “El Hombre imaginario”- puede permitir la reducción de las ansiedades como lo hace un ansiolítico. Es parecido a la cantinela, a la canción de cuna o al canto de labranza, pero en el habla analítica. Como decía Batato Barea, “una hace drogas con palabras”.
 
 
Acúfeno de (contra)transferencia.
Viernes 19 de octubre
(19:05hs)
 
Mientras hoy me hablaba un paciente empecé a sentir angustia. A su neurosis, mi angustia, neurosis de transferencia…angustiosa. No creo que actúe así, de modo directo -como amor a primera vista o como simbolismo de franca realización-, la relación entre el dicho del paciente y el sentimiento del analista. No, incluso quienes hacen ese uso del sentimiento contratransferencial me parecen de vagos a curanderos. Sí creo que, al compartir el padecimiento, sus dichos pueden ser los míos, y, de ahí, entrar en una confusión que merece la pena relanzarse a la asociación.

Me sentí aturdido, temí perderme psíquicamente, ya que, en efecto, me perdí por unos segundos, como si hubiere caído una granada cerca y me hubiese dejado los tímpanos estallados, ¡piiiiiiiiiiiiiii!, ¡acúfeno de transferencia! No dije nada. Me callé. En otras ocasiones, donde me doy cuenta que no estoy tan implicado, hago uso de esos sentimientos contratransferenciales buscándole la palabra aproximada para devolverlo como material al curso asociativo. Pero esta vez supe que era, también, muy mía la cosa. Y callé. Y dejé que hable. Y luego, cuando advertí que él canchereaba con su angustia, recubriéndola de comedia viril, desplazándola hacia el único placer que lo aturde, que lo hace hablar, que lo asedia en pesadillas diurnas, le dije que me daba bronca escucharlo decir eso, que me enojaba mucho escuchar que él se descuide y se exponga así a la angustia, y que lo que le venía pasando era muy agudo, ¡agudísimo!, como para que le vuelva a ocurrir. Y ahí sí, encontré cómo meter el acúfeno en la cadena asociativa. Sonrió amablemente, como permitiéndose descansar, y lloró durante unos minutos, la primera vez en muchos años de análisis.

Cuando esto pasa, vuelvo a elegir al psicoanálisis como método, me vuelvo a enamorar.
 

El hipnotizador todavía.
Sábado 20 de octubre de 2018
(9hs)
 
Tuve tres reuniones de equipo distintas esta semana. En las tres se impuso algo que remite a la prehistoria metódica del psicoanálisis. Creo que persiste todavía algo del viejo hipnotizador, algo como una disposición afectiva solicitada al paciente para que reciba sin resistencia alguna su mensaje, orden impartida: ¡escucháme y asentí!
 
Este imperativo en análisis parece una seducción que pasa inadvertida, nunca se enuncia mandoneando, tampoco a los gritos, y suele encubrirse como “interpretación”. ¿Una interpretación sin asentimiento? No sé, pero se advierte porque interrumpe la labor investigativa del material analítico, la curiosidad asociativa, se acuna en las buenas palabras dichas en la dirección de equipo y en los enojos contratransferenciales por lo obstinado que está el paciente en no oírlo.
 
Cuando eso se impone sigilosamente en las reuniones se me despierta un sentimiento primero impronunciable -cansancio, asco, odio, hostilidad, aburrimiento- al que, luego, le busco su figuralidad, oponiéndole una incongruencia, una ilegibilidad o algo refractario a la cadena de mando inadvertida que se está imponiendo. La acción de regredir sobre algo resistencial, volviéndome portador de esa regresión, es un modo de cuidar lo que todavía no tiene pronunciación ni asentimiento alguno, es un modo de reanudación del análisis a la luz de esas resistencias y no de sus levantamientos forzados e inopinados.
 
 
El sueño de angustia se figura con un afecto.
Lunes 22 de octubre de 2018.
(11:45hs)
 
Estoy empezando a advertir que, en el tiempo de la cura, la presentación de los sueños de angustia suele venir acompañada por el desprendimiento de un afecto contratransferencial, siendo este, quizás, la señal de que se trata de angustia y no de cualquier otra alimaña. Hoy, por ejemplo, un sueño de angustia de un paciente con “insomnio crónico” -así lo nombra él-, me generó mareos y náuseas. Con apenas figuralidad, no me daba mucho la cabeza, le digo que es un sueño muy pesado, que cargar con él no es un trabajo que pueda hacer sentado, que, quizás, necesitaría salir a correr para interpretarlo. Quebrado en llantos al escucharme, me dice que la primera vez que hizo terapia fue a los 7 años y fue por su hiperactividad, que nunca se le había ocurrido, y que lo llevó su mamá luego de la muerte repentina del padre en un accidente: relanzamiento del material asociativo a partir de una asociación sentimental difusa del analista.
 
Esto me deja un saldo como para seguir financiando esta investigación técnica, un saldo que lo escribiría diciendo que los sueños de angustia, en transferencia, contienen al afecto del analista como un miramiento por la figuralidad para seguir asociando -o soñando-, en defecto del cual se despierta una agitación psicomotriz o una verborragia maníaca capaz tanto de fracturar el diálogo analítico por la hemorragia de su manifestación como de intensificar el síntoma -para el caso, el del insomnio-. Voy a seguir indagando su alcance.
 
 
Disociar la angustia con una asociación más.
Lunes 22 de octubre de 2018
(15:15hs)
 
Hay una distinción que se hace por asociaciones en el tiempo de la cura. Hay una angustia psicomotriz que disocia las asociaciones, la angustia es siempre un contenido dislocado o desintegrado en transferencia: espasmo asociativo.

De ahí que añadir un juego a la manifestación de angustia puede lograr desdoblarla, es como en homeopatía, que aplican pequeñas cantidades de las sustancias que producen la enfermedad para provocar el efecto contrario, la cura; por ejemplo, jugar a caerse no es equivalente a la agonía del derrumbe, es una pequeña dosis del derrumbe que provoca el efecto contrario de restablecimiento risueño, es una asociación más en el lugar de la disociación angustiosa.
 
Jugar a caerse, jugar a romperse en pedacitos, jugar a explotar o a perderse psíquicamente, acciones que permitan añadir un juego en el seno de lo intolerable, y, así, lograr disociar la angustia persecutoria del juego de persecución, lo monstruoso del juego del monstruo, el monstruo de la canción del de la laguna, etcétera, tratando de extender las asociaciones hasta el ceñimiento de la angustia.
 
La acción específica de distinguir la angustia del juego es una asociación desfigurada en el tiempo de la cura: asociación deformada que disocia la angustia.
 
 
Acallar al instrumentar el cuerpo.
Miércoles 23 de octubre de 2018.
(11:15 hs)
 
Un globo que explota puede ser suficiente para avasallar a algunos pacientes. Que la consistencia del cuerpo propio sea del mismo espesor que un globo, se pesca sólo por la vía de un sentimiento de espanto en transferencia; así, por ejemplo, algo explota, el paciente grita y se agita tratando de agarrarse de algo, da golpes sin tino, patalea, y uno no puede no presenciar espantado tamaña manifestación.
 
Ante la extrema debilidad que acarrea este sentimiento de vasallaje sólo he encontrado dos acciones que, una vez acaecido el fenómeno, empiezo a llevar a cabo: la primera, una dirección manual del tratamiento, construir un elemento de dureza -y de duración-, un aparato tipo caballo troyano, que sea como una coraza en donde el paciente pueda entrar y salir, que pueda experimentar diferentes sensaciones de consistencia estando dentro o fuera; la segunda, ir paulatinamente instrumentando el cuerpo, en actividades de taller que pivoteen todas, y cada una, en una fragmentaria y progresiva esquematización somática, a través de juegos de continente y contenido, juegos de ocultamiento,  juegos de repeticiones sonoras miméticas, juegos de persecución, juegos de on y off que le sirvan de válvula de cierre y apertura.
 
Parezco un neuropsiquiatra anotando esto, pero estoy convencido de que si un cuerpo puede ser un globo, ese cuerpo está hecho de desinhibición de palabras o fuga de ideas, y la instrumentación somática a través de acciones musculares fragmentarias y secuenciales es la vía de acallamiento que me han enseñado los mismos pacientes.
 

Nudo corte o señales de alarma en el tiempo de la cura.
Domingo 27 de octubre de 2018
(09:10hs)

La sobreexcitación de los cuerpos nunca corta por lo sano, desde magulladuras por torpeza, pasando por desgarros, hasta fracturas expuestas de tibia y peroné.
Hay una escena infantil personal que terminó en convulsiones. Eso me dolió, pero hoy me sirve de vela. De sus años y años y años de análisis, de haber interpretado económicamente esa escena primaria, aislé una señal de alarma o una señal de seguridad o una señal de tope -hay un poema de Fabián Casas, “Alarma”, que habla de ellas-.

Ayer, en una situación analítica, la sentí -a la alarma- pero no pude anticiparme -no llegó a despertarnos, tal como sí lo hacen esas señales ante lo más angustioso de un sueño- y concluyó con el labio inferior cortado del paciente. Cortar por lo duro, en lugar de por lo sano, concluir con un desgarro abdominal o con una nariz fracturada, es también un modo de mitigación, de regulación o de mensura de una excitación -de un dolor psíquico-, aunque, sin la alarma anticipatoria, y viniendo de lo duro de la realidad -del suelo, del piso, del ladrillo de la realidad-. Y ese modo del corte, nudo corte, luego se disemina en reuniones de equipo o en entrevistas con parientes, personificándose en sus razones o en sus causas: por culpa de qué pasó esto, por culpa de quién, debería haber estado, deberías haberlo previsto, deberías haberlo detenido o salvaguardado, por mi culpa le pasó, por la negligencia, imprudencia e inexperticia de uno de los colegas, etc.

La sobreexcitación de un cuerpo, en transferencia, puede cortar por lo duro personificando culpables, a no ser que se eleve a dignidad de oída una minúscula señal de angustia que auspicie transitivamente de despertador.
 

Conjuros de la angustia.
Lunes 28 de octubre de 2018
(18:00 hs)

El viernes encontré, en una librería de usados que está por calle Rioja, un libro descatalogado de Eduardo Krapf, “Angustia, tensión, relajación”, que me viene sirviendo de guía. Anoto un idea que estoy extrayendo de ese libro.

Krapf ubica dos mecanismos de defensa, las escotomizaciones y las relocalizaciones. ¿Qué es esto? Son acciones que realizamos todo el tiempo pero sin saber que son ellas, es decir, son dos acciones realizadas ante un peligro inminente; pongo un ejemplo de un episodio clínico propio que es bien ilustrativo. Ante algo peligroso que sintió- me di cuenta por su expresión facial y su mirada estrábica-, bastó con taparnos los ojos -escotomización-, y, luego, con darnos vuelta -relocalización-, para que el peligro remitiera tras el velo del juego de ocultamiento.

Esto pasa en la crianza todo el tiempo también. Y lo que nos enseña es que, si lo peligroso no viene de la realidad, su conjuro -acción específica- tampoco debería pensarse desde ese principio -de realidad-.

Me hace acordar a un paciente que  se tapaba el oído cada vez que pasaban camiones. En una ocasión tuve la ocurrencia de dibujarle un camión, encerrarlo con un círculo rojo -semejando al ideograma de prohibido-, y escribirle debajo “prohibido romper los tímpanos”, ante lo cual, cada vez que salíamos a caminar y pasaba un camión, agarraba nuestro ícono y gritaba, “¡dije que está prohibido romper los tímpanos”. Esto, que es desopilante, y que no auguraría ninguna eficacia, hizo reír al pequeño paciente, una vez, dos, cuatro, treinta veces. Se volvió una escena cómica entre los dos, otra escena, en la que lo angustioso quedaba disociado por una asociación grotesca o risueña de escotomización: divisiones de la angustia en transferencia.
 

Garabateo como técnica de refrenamiento de angustias.
Martes 29 de octubre de 2018
(11:30hs)

Hoy jugué con un paciente en la superficie de la hoja. Inventó una quimera que hice mía, el caballo elefante, y lo dibujé. Para mi sorpresa empezó empecinadamente a tacharlo. Me pedía que no mirara (cosa que hace cuando está por hacer algo prohibido). Y, cuando yo corría la mirada, él tachaba mi dibujo. Por esas cosas de la causalidad psíquica, y estando actualmente leyendo al gran maestro del garabateo, Winnicott, tomé su escarabajeo por figuración. Es decir, si el tachaba con azul, le decía que mi Caballo Elefante había sido agarrado por una lluvia torrencial; si lo hacía con verde, que había entrado a un bosque; con marrón, a un lodazal; y así. La cosa es que el Caballo Elefante sobrevivía a los cambios climáticos, a las catástrofes, a los obstáculos naturales.

La extraordinaria intensidad con la que aniquilaba a mi figura, luego de la octava vez, lo dejó exhausto. Y el carácter vívido del Caballo- por el cual me preguntaba “¡¿cómo hacía esa magia?!”-, daba la pauta del animismo con el que se jugaba en éste -por ende, no sólo- garabateo. Si ese mismo juego lo llevaríamos al cuerpo a cuerpo, alguno de los dos hubiese salido lastimado, como ya sucedió una veintena de veces antes cuando al jugar a Chuky o a IT El Payaso Maldito, terminaba sintiéndose poseído y pegándome, pegándose, pegándoles a otros pacientes: nudo corte.

La superficie de la hoja, como garabateo animista, es una técnica simple que permite accionar el impulso destructivo y mitigar la vuelta sobre sí sin golpe posesivo: pegar o pegarse, con esta intermediación técnica, no aniquila a la pareja terapéutica ni lo aniquila a sí mismo, en todo caso, sí destruye la hoja de papel- tal como la agujereó hoy de tanto escribirle encima- pero eso es ya un resto (y no todo).
 
Collage: Sonia Bossio

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