DIARIO DE PSICOANÁLISIS III / Juan Cruz Catena

Sobre el cuidado de representabilidad

Lunes 9 de julio de 2018

(8:45 hs.)

En el cuidado de representabilidad o figurabilidad -miramiento aislado del cap.VI de la Interpretación de los sueños- reencontré la polisemia clínica que el significante había sepultado por estos lares. ¿Encontrar la  novedad en una idea nacida en 1898 no es algo digno de anacronismos? Es que estuve anotando ciertos desprendimientos angustiosos -u horrorosos- en la dinámica de ciertos tratamientos que, dejándome bajo su peso durante un tiempo, aturdido, me permitieron luego reencontrar la sobredeterminación fundamental.

Lo digo en otros términos -en términos de secuencia de lectura- es como si haber leído “Lo siniestro”, “La Transitoriedad” e “Inhibición, síntoma y angustia” -tres ensayos posteriores a La Interpretación…– me hubiera permitido luego reencontrar en la consideración de figurabilidad un nuevo operador clínico -que no había podido leer antes-.

Esta figurabilidad, hoy, parece nacer del espanto -o, lo que es lo mismo, del límite embarazoso de la interpretación-, y los alcances de su honda aparición son, como en toda condensación, todavía indeterminables.

La figurabilidad manifiesta y sus asociaciones latentes

Lunes 9 de julio de 2018

(13:15 hs.)

El contenido manifiesto y las ideas latentes del sueño son dos nociones preponderantemente técnicas; si el primero es lo que uno apenas se acuerda del sueño, las ideas latentes nacen con la regla fundamental, con ese convite a asociar libremente alrededor del recuerdo. En este sentido, sin método no hay asociación, y sin material asociativo no hay interpretación.

El sueño es una alucinación transitoria, pero, una vez que entra al análisis, ¿puede aparecer una resistencia que intente mantener dormida en un sueño crónico a esa transitoriedad? Y, en ese sentido, ¿qué de la cura puede despertarla? Respondiendo rápido, pienso que, ahí donde Freud vacilaba –absorto, atormentado, opacando su mirada aunque con curiosidad umbilical–, e investigaba concernido una cosa más, una idea más, una imagen más, muchos otros tenían pesadillas -es decir, muchos perpetuaban la alucinación de estar en el sueño del otro durante la vigilia del análisis, el viejo sueño del hipnotizador-.

Entonces, ¿no serán estas dos nociones técnicas las que permiten que la alucinación sea transitoria -no perpetua- y  que constituya un enigma –no una inspiración–?, ¿podemos ubicar en ellas el llamado a la asociación –y no a la comunicación directa–? Y, por todo, ¿no son estas dos nociones las que despiertan la idea del analista –como una figurabilidad más– de las fauces de la resistencia hipnótica –esa alucinación a dúo–?

Los vasallajes de la –ya no tan libre– asociación

Lunes 9 de julio de 2018

(16 hs.)

Si la libre asociación está avasallada por movimientos verborrágicos y maníacos, de persecución y asedio, de destrucción y prensión, en un porcentaje intolerable de dificultades que empujan al analista hacia tendencias sádicas de venganza u odio, o hacia tendencias masoquistas de pena e indiferencia, no veo cómo esa transferencia salvaje puede tener un momento conversacional, de introspección, un yo al que apelar para reflexionar con él sobre esas actuaciones: hemorragia de transferencia y fractura de la pareja terapéutica.

El análisis, de seguir siendo posible ahí –ante este diálogo mudo aunque hiperestésico–, no puede someter la regla fundamental a la exclusiva asociación de palabras; se trata más bien, como sugerían primero Ferenczi y luego Balint, de anotar las indicaciones borrosas de la repetición, de apersonar fantasías mixtas, de injertar el juego del espasmo, la repugnancia y la expulsión, de apelar al lenguaje del sueño y de la danza, de ir y volver, acercarse y distanciarse, consentir y rehusarse, y, así, de volver mutuales los fenómenos resistenciales para intentar liberar a la asociación de sus vasallajes.

Los tres textos de Ferenczi, “Sin simpatía no hay curación”, “Sobre fantasías forzadas” y “Sueños dirigibles”, de 1932, 1924 y 1910 respectivamente, y el texto de Balint, “La falta básica”, de 1973, son una novedad que encuentro varios años después. El anacronismo otra vez me direcciona la lectura.

Consejos al analista

Martes 10 de julio de 2018

(19:30 hs.)

Mi analista me recomendó leer “El intruso”, de Jean Luc Nancy. Citó dos frases del libro, “La sensación física de un vacío abierto en el pecho, con una suerte de apnea en la que nada, estrictamente nada, todavía hoy, podría separar en mí lo orgánico, lo simbólico y lo imaginario, ni distinguir lo continuo de lo interrumpido: todo eso fue como un mismo soplo”, y “mi corazón se convertía en mi extranjero: justamente extranjero porque estaba dentro”. Disritmias e intervenciones quirúrgicas.

Del sobresalto a la deformación, una asociación más

Miércoles 11 de julio de 2018

(8: 15hs.)

Hay fenómenos que por el dolor que desprenden, por el pánico que desarrollan o por la agresividad automática que despliegan, parecen quedar fuera de la figurabilidad, paralizan la asociación, deprimen la credulidad de las palabras. En un estudio de 1888, prehistórico del análisis, un estudio comparativo sobre las parálisis motrices e histéricas, Freud vuelve para darnos pistas, decía: “Considerada psicológicamente, la parálisis del brazo consiste en que la concepción del brazo queda imposibilitada de entrar en asociación con las demás ideas que constituyen el yo, del cual el cuerpo del individuo forma una parte importante. La lesión sería, pues, la abolición de la accesibilidad asociativa de la concepción del brazo. El brazo se comporta como si no existiese para el juego de las asociaciones”. ¡La parálisis del brazo no entra en asociaciones!, ¡se comporta como si no existiera en ese juego fundamental! Otra vez un fósil freudiano, otra vez el anacronismo.

Lo que queda fuera de la asociación tiene su manera de manifestación negativa, paralizante, en transferencia; como si el sobresalto que despierta su acontecer tendiera a fijarlo como lo que no engaña, como que es lo que es, tautológico, literal. No obstante, ¿es la pesadilla un sueño?, ¿es la agresión sádica un juego?, ¿es la burla sexual un chiste?, ¿es el intento de mutilación en un niño un lapsus? Estos fenómenos tienden a fijarse en su literal y estricta aparición, sobresaltando y dejando espantado a su analista, y, al igual que el deseo en el sueño infantil –que compensa por las noches lo que el día le privó–, éstas pobres asociaciones podrían definirse como de “franca o simple realización”.

¿Qué implica esto? Que al igual que el sueño infantil o el de pereza, se perciben como libres de deformación, lo que conlleva la detención de la labor asociativa y la fijación de la labor interpretativa: ¿alucinación a dúo?, ¿parálisis de transferencia?

¿Qué alcance puede tener esto último? Una alucinación puede percibirse sólo a condición de una asociación más, no hay alucinación sin desalucinación, es un fenómeno que se capta en la dinámica de la cura, tal como sugería Winnicott en un ensayo homónimo. ¿Cómo podría el analista percibir la alucinación del paciente?, ¿cómo saben si la alucinación es auditiva, óptica o cenestésica?, ¿cómo se percibe una alucinación en el tiempo de la cura? Si “se percibe” una alucinación en transferencia, entonces, es una percepción negativa del analista que, resistencia mediante, toma por literal o tautológico un fenómeno profundamente enigmático y/o espantosamente deformado. Y, como dice Aira en Las aventuras de Barbaverde, “quizás a lo real tampoco había que tomarlo literalmente”.

Así dicho, entonces, si en transferencia prorrumpe una acción iracunda, el sobresalto del analista se vuelve parálisis asociativa o percepción literal. Controlar el odio o el susto de contratransferencia, supone estar avisados que la literalidad, la tautología o la sentencia de “franca realización” ante estos fenómenos no es más que una resistencia del espanto del analista, y, por ello, a penas un pobre relanzamiento del material hacia una asociación…más.

Identidad de percepción en la cura

Miércoles 11 de julio de 2018

(13:45 hs.)

Identidad de percepción e identidad de pensamiento, sí, ¿pero cómo despejarlas en la dinámica de la transferencia? Cada vez que volví a Freud, al puerto freudiano, lo hice a través de un obstáculo transferencial, sin ese obstáculo sus conceptos se me volvían escurridizos. Esta vez fueron una, dos, tres, quince, veinticuatro, treinta y ocho veces percibiendo un monstruo en el ataque con el que un paciente se acercaba a los demás en el marco de un CET. Reuniones de equipo enteras donde el pensamiento giraba en falso, preguntándonos por los motivos de su acción, o por el tipo de alucinación, o por las causas familiares de su proceder, concluyendo una y otra vez en el mismo pensamiento, la monstruosidad incontenible de sí. ¿Cómo despertar de este mal sueño transferencial? ¿Puede levantarse esta resistencia salvaje sin atestiguar la repetición de treinta y ocho percepciones idénticas de un enigma –que se vuelve inadmisible como tal–?

Esto fue transcurriendo frustrantemente hasta el día de una invención precisa –casi una conversión, donde el ataque se volvió un juego de persecución, y donde el monstruo se volvió un Ninja. Esa inversión o conversión de figuralidad nos permitió despertar de la pesadilla de las 38 veces anteriores, y, como plus, nos permitió pensarlas como identidad de percepción o alucinación de transferencia. Es decir, parálisis del pensamiento del analista e identidad de percepción de la acción del paciente: a la parálisis de pensamiento, la identidad de percepción, o mejor, a la perplejidad impotente, el monstruo.

En un análisis no importa tanto el tipo de alucinación sino el modo en que, fracturando la libre asociación de pensamientos, puede ser percibida en la dinámica y en la económica de la cura. Es decir, en la medida en que una acción rudimentaria concluye una y otra vez en una misma e intolerable consideración de figurabilidad –para el caso, la del monstruo–, estamos ante una identidad de percepción o alucinación…en transferencia.

El de horror es también un trabajo del sueño

Jueves 12 de julio de 2018

(18:30 hs.)

Ayer le pasé por wasap la entrada anterior a mi amigo Yamil para que me haga una devolución, y me mandó una cita del libro “Danza Macabra” de Stephen King que no puede ser más precisa para lo que vengo investigando: “Nada hay tan aterrador como lo que nos espera tras la puerta cerrada, dijo Bill Nolan. Uno se acerca a la puerta de la vieja casa abandonada y oye algo arañando la desde el otro lado. El público aguanta la respiración mientras el protagonista o la protagonista –más a menudo ella que él– se acerca a la puerta. La protagonista la abre de par en par y se topa con un insecto de 3mts de altura. El público grita, pero este grito en particular tiene un curioso matiz de alivio. “Un insecto de 3mts de altura no deja de ser horrible”’, piensa el público, “pero temía que pudiese ser uno de 30mts”. A causa de ello se genera una paradoja: el trabajo de horror artístico casi siempre resulta decepcionante, es la clásica situación donde resulta imposible ganar. Puedes asustar a la gente con lo desconocido durante mucho, mucho tiempo, pero antes o después, tienes que mostrar las cartas. Hay que abrir la puerta y mostrarle al público lo que hay detrás de ella”.

¡El trabajo del horror es decepcionante! ¡Esa es la hipótesis que me faltaba! El trabajo del horror, como el trabajo del sueño, en el mismo acto que muestra su figuración -sus cartas-, decepciona y alivia, rebaja el valor de lo monstruoso, lo despoja de su vívida realidad y lo localiza en un sitio –para el caso, el de la puerta–.

El humor como cuidado de la pena

Miércoles 18 de julio de 2018

(12 h.s)

Estuve leyendo un ensayo del ’27 de Melani Klein, “Tendencias criminales en niños normales”. Luego me puse a leer el endogenismo al que hace referencia Silvia Bleichmar en el cap.18 de “La constitución del sujeto ético” -‘El desvío innatista de Klein’, lo intitula a este capítulo-. Dice: “Es evidente que las represiones más profundas son aquellas que están dirigidas contra las tendencias más antisociales”. Habla ahí de las tendencias canibalísticas y asesinas del lactante. Acuerdo, mientras pienso en voz alta, que esas tendencias pueden estar pero suceden acompañadas por un adulto que no ve destruido su cuerpo por la acción del lactante. Esa desproporción penal fundamental, entre fantaseo de voracidad y pequeño dolor en el seno materno, es lo que inaugura la gracia en la culpa o lo cómico en la tragedia, es la sanción que vuelve minúsculo lo que se cree mayúsculo. Es como esos perros chihuahuas que te ladran como si irían a comerte pero uno les sonríe con piadosa ternura, o es como los villanos de películas infantiles, que aún con su afán voraz de destruir al mundo, no impactan sobre los cuerpos de los héroes sino en la superficie, sin cortes sanguinolentos ni golpes de conmoción cerebral.

Esa nueva asociación entre la enorme tendencia fantaseada y el diminuto daño somático que produce en el otro, es el colchón, el enlace de fondo, desde el cual se reintroduce lo cómico en lo monstruoso o la gracia en la tendencia al crimen en los tiempos de la cura.

Creo que, para esto, no tendríamos que olvidarnos de un ensayo freudiano príncipe, “El Humor”, en el cual sugiere que quien adopta una actitud humorística lo hace a la manera de la actitud risueña de un adulto hacía un niño, en el sentido en que, a las penas que le parecen enormes a éste, las rebaja con amable consideración.

Los juegos de horror como asociaciones

Martes  31 de julio de 2018

(7:20 hs.)

En el CET venimos jugando con Scooby a un juego de persecución que, de no hacerse, desprende una alucinación digna de monstruos; quiero decir, con él jugamos a un juego forzado, no es un juego elegido por mí, quizás tampoco por él, veremos, es un juego obstinado, sin elección o bajo primado de una elección forzada-. El juego, repetitivo y cansador, es siempre el mismo, aunque varía mínimamente en sus personajes, es el juego del monstruo que asusta o el del fantasma que asusta.

No tiene ni inicio ni fin, arranca siempre actuándolo él, de manera contingente, en cualquier momento, sin respeto de actividades o talleres, y entro en el juego porque, de no hacerlo, no hay forma de vincularse. Durante un tiempo marcha, deja ver una parte jovial, risas, pero empiezo a notar que, de dejar el juego, o de llevarlo hacia una intensidad determinaba, irrumpe el monstruo propiamente dicho, agarra a quien esté cerca de él hasta magullarlo, se muerde a sí mismo, se saca toda la ropa, o se embadurna con un tarro de pintura. Así, pasamos como por un tubo del juego del monstruo al monstruo en acción, luego de una intensidad creciente o a la hora del cansancio o del fin.

Esto va teniendo una serie de intervenciones. Pero me interesa la de hoy. Veníamos hablando con el equipo sobre una escena donde él encerraba al fantasma en una Sala al apagar la luz. Esto arrancó al revés, estábamos adentro de la Sala y, cada vez que él apagaba la luz, todos nos tapábamos la cara del susto, y, cuando alguno de nosotros la prendía -porque él nunca lo hacía-, el susto se iba automáticamente. Luz apagada era igual a fantasma, luz prendida era igual a ausencia del fantasma. Al salir, entonces, él apagaba la luz, cerraba la puerta fuerte, y dejaba adentro el fantasma, es decir, no lo traía consigo -no lo traía a sus espaldas-. Bueno, veníamos hablando de esa escena, y, como consecuencia, veníamos pergeñado una idea que la incluya; la idea era, por un lado, encerrar al fantasma en alguna caja o en alguna bolsa, tal como él lo había hecho al encerrarlo en la Sala, y, la otra, la de materializarlo a través de algo, de un trapo o de un muñeco o de lo que fuera, pero que fuera tangible, háptico, manipulable.

Esa idea, hablada en pasillo, encontró su chance pasados tres días. Hoy estábamos de recreo, él andaba con su fantasma, y ahí encontramos la ocasión. Una colega consiguió una bolsa y retazos de tela, y arrancamos. Puse la música de Cazafantasmas en el celular. Di unas mínimas indicaciones –o pseudo reglas del juego–, y arrancamos. Ahí se me ocurrió la idea de que eran 10, ni 9 ni 11, 10, y que había que encontrarlos por toda la institución, ¿pero cómo? Escuchándolos, porque, su primera manifestación, es auditiva, es decir, orientándonos con los “¡buuuhhhh!” fuimos encontrando un fantasma en un Sala, otro en la casita, otro en el tobogán, y, en eso, se suma otro concurrente, que empieza agarrarlos él sin el temor de Scooby. A cada fantasma –hecho con un retazo de tela– lo fuimos poniendo en la bolsa que Scooby tenía en sus manos, con dramatismo pero de manera grotesca, para que no sea amenazante, y, entre tanto escándalo, se sumaron algunos más. Así, llegamos a ser siete, entre colegas y concurrentes, cazando fantasmas. Todos  jugando sin una razón única, pero aislando ese jugar de una alucinación persecutoria, que terminó con la bolsa atada en el techo de la galería de la institución como motín de guerra. ¿Se podía despertar de esa alucinación o se podía jugar con esa percepción agónica sin una figurabilidad extraída de la repetición misma? ¿Será eso lo que leí hace unos días en Stephen King como trabajo del horror?

Repito, como para intentar concluir que se hizo largo, jugamos todos, pero las causas de ese juego no eran las mismas para cada uno de los miembros. Esa diferencia causal no impidió que el juego pueda compartirse y, a su vez, mientras todos jugamos a “eso”, pudimos intervenir en acto sobre las percepciones persecutorias y monstruosas de uno de los miembros –sin verbalizar una interpretación del tipo, “tú pulsión de muerte se vuelve sobre tu persona cuando no podés hacerla inofensiva en el juego”, interpretación que no sería comprensible ni oíble por Scooby–.

Esta viñeta me dejó un remanente técnico: es posible articular juegos con otros sobre la base de la más horrorosa alucinación persecutoria de uno de los concurrentes. O lo digo mejor, podría construirse un taller de Cazafantasmas, todos los martes, de 13hs a 14:15hs, en una Sala, siendo un recurso extraído de la más espantosa fantasía persecutoria o de la más tenebrosa agonía psicótica: los juegos del horror como cuidados de figurabilidad.

La censura, y sus sucedáneos

Viernes 2 de agosto de 2018

(21:05 hs.)

En la supervisión de hoy encontré una precisión por espasmo. Diría que hay una agitación psicomotriz que, en el tiempo del tratamiento, paraliza las asociaciones. Es siempre una acción refractaria y económicamente inaceptable en transferencia: sobresalto que detiene el flujo asociativo.

De esos espasmos, como en la homeopatía, pueden aislarse unos remanentes para relanzar la asociación; por ejemplo, una acción espantosa de asedio y ataque, si en un primer tiempo asusta al analista, en un segundo tiempo puede volverse un juego de persecución, primero de intensidad maníaca, y luego, paulatinamente, de regulación y compartido. Hacer uso de una pequeña dosis del ataque en función de provocar el efecto contrario de restablecimiento lúdico, es una asociación más en el lugar de la acción espasmódica.

La asociación homeopática, como consideración de representabilidad, es una asociación deformada ante los despliegues angustiosos de la transferencia. “La censura ha dejado de actuar”, dice Freud en “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños”, “el peligro fue advertido demasiado tarde, y el desprendimiento de angustia viene a representar el sucedáneo de la deformación omitida”. ¡La manifestación angustiosa como sucedáneo de la deformación! Y añade, “la censura no sólo puede manifestarse en deformaciones y en despliegues de angustia sino que también puede exacerbarse a punto tal que anula por completo el contenido inmoral, sustituyéndolo por otro de índole punitiva, pero que aún deja reconocer al primero”.

¡Deformación, despliegue angustioso y/o sustitución de contenido punitivo! ¡Tomo nota! Tres puntualizaciones freudianas de la censura, que, como ustedes saben, es otro de los nombres del cuidado de la figurabilidad.

Pagar con devoción

Viernes 10 de agosto de 2018

(12:45 hs)

Estuve hablando con una psicoanalista amiga sobre el miedo que me está dando el sostenimiento de algunos tratamientos. Y ella me recomendó la lectura de otra psicoanalista, Margaret Little, que ubica la respuesta total del analista –no es lo que parece, hay que leer como quien leería Hamlet–.

Little ubica la atormentada respuesta del analista en relación a cuadros regresivos que le presentan resistencias por varios frentes. Y, leyéndola, pensaba que quien admite en análisis esos cuadros debería, por lo menos, pedir licencia por maternidad, tres o seis meses, según las resistencias del caso, abocado devotamente –como aconsejaba Winnicott– al tratamiento regresivo del caso. ¡Pagos! ¡Tiempos!

Es tan precisa e incómoda esta humorada que nos obliga pensar en la responsabilidad moral por el tiempo que alguien adjudica a un análisis en proporción al resto de tiempos privados de su atención, es decir, puede ser muy buena analista pero dejar de ser buena hija, buena madre, buena pareja, buena amiga, buena amante, buena vecina, porque no tiene tiempo más que para su trabajo. ¡El problema económico del analista! Ese síntoma que contrae otros lazos del psicoanalista puede interpretarse en función de la magnitud del esfuerzo de trabajo que es necesario considerar para la admisión de un análisis, “bien, lo admito, sólo por este año, pero a razón de perder a dos amigos, un hermano, tres vecinos y un amor”.

Collage: Sonia Bossio
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