LO QUE TARDA UN HUESO ROTO EN SOLDARSE / Claudia Masin

La mujer maravilla y yo
 
Cómo se hace
para que no estalle el mundo
todo el tiempo
entre dos que se quieren
y están dañadas: vos me dirás
quién no lo está, yo te diría
que hay distintas maneras
de la falla, puede ser
una grieta imperceptible,
un raspón, una rajadura,
un agujero, un precipicio,
a nosotras no nos tocó
ni el raspón ni la rajadura ni la grieta,
por eso el miedo
a la locura nos roza
la frente a veces, como un padre
a la noche, a ver si levantamos
temperatura, a ver si sube
la fiebre, pero hay un problema:
ese padre quiere que suceda, no quiere
paños fríos, cuanto más calor,
más miedo, más cómodo se siente.
Nos visita a veces
como un médico, pero suele quedarse
mucho tiempo, no tiene apuro,
no tiene nada que hacer más
que eso: los padres muertos
no están ocupados en sus cosas,
son las nuestras las que
los apasionan, si avanza
o retrocede el crecimiento
de la semilla que dejaron
dentro nuestro. Hay días
en que sabemos que va a venir
a su visita de rutina
y tapiamos la puerta, me decís
leéme
un poema o un cuento y es raro lo que pasa
cuando decís eso: se desvanece
como la nieve el padre,
se deshace
en partículas que no podríamos ver
de tan pequeñas. Las dos sabemos
que nos hemos salvado por un pelo,
que quizás la próxima vez logre entrar,
termómetro, oxímetro en mano,
a medir cuánto queda
de su respiración en la nuestra.
Cada día que logramos
dejarlo plantado
en la puerta de la casa
es un día de fiesta, ninguna
de las dos lo dice
pero las dos sabemos. Estamos
esperando que se canse,
puede ser larga la espera,
mientras tanto
tenemos los poemas,
los cuentos, son como una transfusión,
vienen de otros, de la sangre de otros
que también llevan su fardo
a cuestas. Siempre funciona:
las historias
que los demás cuentan
te hacen tener una segunda vida
y en esa segunda vida
lo dañado es una joya,
no un defecto, el collar
de ajos que mantiene
al vampiro lejos, en el hallazgo,
en lo fallado hay un libro,
escribió Duras
y yo le creo. Y por esos libros
es que nos damos cuenta:
lo fallado en cada una no es
lo que hicieron con nosotras,
lo fallado es el hallazgo,
la potencia vital
que nos hizo conocernos,
lo que nos vuelve fuertes, no dejes
de recordarme eso: las que estamos
dañadas tenemos
la capacidad de repetir el daño
o revertirlo, ese es nuestro
superpoder, si bien no somos
precisamente heroínas, algo sabemos
de cómo combatir a un enemigo
mucho más experimentado
y vencerlo. Es más fácil
de lo que parece, en lugar
de tratar de reparar lo que está roto
en vos, en mí, construyamos
una casa sobre eso. Es claro que no será
una casa firme ni permanente,
pero si podemos
amar lo que está enfermo, eso
que no es querible, que es
tan monstruoso a veces
que aterra, eso irá
calmándose de a poco,
como un animal salvaje al que le sacás
el cepo de las patas y te va
perdiendo el miedo y le vas
perdiendo el miedo.
El amor a lo dañado es el reverso
del daño, el lazo de la verdad
que lo retiene. No dejes
de recordarme eso,
mujer maravilla,
cuando vuelva la fiebre.

Ilustración: Juan Cruz Catena
Lo que tarda un hueso roto en soldarse
 
Por este único hueso       que no se regenera
no estoy muerta
pero espero.

                                                               Audre Lorde

Cuentan
que se puede poner fecha al inicio
de la civilización: empezó
con el primer hueso quebrado y soldado.
Esa soldadura habla. Dice: tuvo que haber
alguien que cuidara, que no dejara morir, alguien
que hiciera por aquel que fue herido
todas las cosas que él no podía, alguien que le proveyera
el alimento y el agua. Una vez
me preguntaste: cómo va a hacer este cuerpo mío,
al que se le saltan los huesos
por debajo de la piel, casi a la vista,
cómo voy a hacer con un cuerpo
así de flaquito, así de endeble,
para aguantar lo que se viene.
Pienso en tus huesos casi visibles, casi
rompiéndose, el comienzo de la civilización no fue la guerra,
fue alguien casi animal, casi humano,
que se quedó despierto vigilando el sueño de un herido
igual de animal, igual
de humano, fue alguien
que esperó lo que tarda un hueso roto
en soldarse: muchos, muchos, muchos días. Al comienzo
no hubo un combatiente sino un enfermero
y un enfermo. Me preguntaste
cómo voy a hacer. Yo no sabía. Decimos: te entiendo,
siento lo mismo. Sabemos: no es, nunca será
lo mismo. Es como hablar en un idioma diferente
y pasarnos la vida queriendo traducir
lo intraducible: cada idioma tiene sus giros, su manera
de trabajar el silencio hasta agotarlo, hasta que deje
salir una gota o un rubí, el tesoro
que lleva dentro, hermoso,
inaccesible. Cómo se aprende un idioma
que viene de ese planeta cercano
y a miles de años luz que habitamos
en la misma casa todos los días.
Yo, que no tengo
tu  placidez, tu aceptación,
me inclino ante vos
para decirte algo que puede ser
que no escuches, es tanto el ruido,
no importa, igual
te lo digo: voy a quedarme acá,
si en algún momento te rompieras
vas a estar acompañada. Yo no sé quién sos,
vos no sabés quién soy,
nos cruzamos una vez y decidimos seguirnos
y eso fue todo, y no es poca cosa aceptar
la compañía de una extraña, su amor,
yo te prometo: lo que dure el viaje, mucho o poco,
será inolvidable, aunque tantas veces
no nos veamos, metidas
en el caparazón en que cada una vino,
será inolvidable el desencuentro, sí, pero será
aun más inolvidable ese destello,
ese cortocircuito, el momento rarísimo
en que nos reconozcamos y el azar
que es a veces
involuntariamente compasivo
permita que vos seas yo y yo sea vos
por una milésima de segundo
aunque sea imposible.

Nada es tan serio
A Diana Bellessi, que me enseñó hace mucho tiempo cosas que recién estoy empezando a entender.
 
 
Nada es tan serio, no, pero hay cosas
sagradas: una corzuela dormida,
porque su sueño es ligero, porque es asustadiza,
porque tiene razón en tener miedo, porque el miedo
cansa, sagrada la escarcha en el pasto cuando amanece,
porque no dura, porque se va, se va, se va,
y lo que se va mientras nosotros nos quedamos
merece ser visto mientras esté, nada es tan serio
pero hay cosas sagradas: tu dolor cuando llega,
porque nunca podremos saber
cuánto es ni cómo se siente el dolor ajeno, una aguja
hundiéndose, un mazazo que cae cuando no
se lo espera, un corte limpio y profundo,
un fuego en el pecho, cómo es, qué podemos
saber de una vida ajena desde este universo
clausurado sobre sí, creemos que hay
un sol que gira únicamente para él
pero está solo, dando vueltas sobre un eje
increíblemente frágil, nada es tan serio,
pero que tengas un sueño tranquilo, animal
cansado y perseguido, que te repongas por un rato
del miedo, que si existen sueños en tu mundo
de bestia, sean
apacibles, con arroyitos
para detenerse a tomar agua y brotes
y adiós escarcha adiós, que vuelvas
convertida en temporal un día y yo sepa
que estás ahí, ahora en forma
de remolino de agua y viento,
adiós a todas las cosas que aparecen y
se deslizan hacia la inexistencia todo
el tiempo, adiós también a vos, ojalá pudiera
evitar irme y que te vayas, pero te deseo que hoy,
que estás acá, te apoyes en mí
como si fuera por un rato tierra firme
y no estas arenas movedizas
que somos todos, que soy yo cuando te digo
que el dolor va a pasar,
sin estar segura de lo que estoy diciendo, solo
porque quisiera que así sea y aunque sé
que las palabras no son sagradas,
ni siquiera son tan serias, qué otro puente,
qué otra soga tenemos: mi mano
sobre tu espalda y las cosas
que te digo con pudor, con vergüenza,
porque son pobres, porque que no alcanzan, no importan
esas cosas, importa que me confíes
tu cuerpo, precioso porque está cansado,
porque dura poco y tiene miedo, qué puede
importar que te hable, es el sonido
de las palabras, no el sentido,
la cascada que apacigua, es el halo
que deja lo que digo, yo te reconozco, estás
viva, estuviste, yo estuve, no hay nada tan serio
pero ese fueguito que prendemos para que otro
sobreviva a la noche salva también la vida
de quien lo enciende, yo te agradezco fuego
por sacarme de la indiferencia
que es lo mismo que decir
por sacarme de la muerte, te veo,
estás ahí, corzuela,
escarcha, amor mío, entonces existo, entonces
sí podemos reírnos de lo poco que somos
y tenemos, por eso hay cosas sagradas,
para que nada sea tan serio, para que mañana
el mundo siga siendo igual de hermoso
y brutal aunque no estemos.
 
De La mujer maravilla y yo, Caleta Olivia, 2022


Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Vivió en Buenos Aires durante 30 años. Es escritora y psicoanalista. Actualmente reside en Córdoba, Argentina desde hace 3 años.
Coordina talleres de escritura. Fue docente de la materia Poesía en la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes de Argentina.
Publicó once libros de poesía, un ensayo, dos antologías de su obra y una edición de su Poesía Reunida.
Su libro La vista ha obtenido por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2002 y ha sido editado por Visor.  Su libro Lo intacto ha obtenido un premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2017.  Su poema Tomboy del libro Lo intacto, en traducción al inglés de Robin Myers, ha ganado el premio 2019 de la revista Words Without Borders/Asociación de Poetas Norteamericanos de EEUU. Libros suyos se han publicado en España, México, Brasil y Chile. Textos poéticos y ensayísticos de su autoría han sido editados en múltiples antologías en Latinoamérica y Europa. Poemas suyos han sido traducidos al francés, inglés, portugués, italiano y sueco.

 
 
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Adriana

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Belén

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