GREITEST JITS / Franco Romanini

Pagliacci 

El aburrimiento es algo, el no paso del tiempo. O mejor, la conciencia de la lentitud del paso del tiempo. La conciencia de uno mismo y de uno mismo en el mundo. Es lo opuesto a la diversión, que es producto de la ficción. Toda diversión viene de una ficción, abstracción del mundo y sus problemas e inmersión en otro mundo y sus problemas. Los problemas del otro mundo no son menos graves, o solo lo son por irreales. La ficción es lo opuesto al garrón, que es producto del aburrimiento. El garrón genera filósofos, siempre. El filósofo es enemigo del payaso, gestor de la diversión. Es payaso cualquier elemento de la realidad que divierta, libro, película, charla, montaña rusa, payaso propiamente dicho. El filósofo reniega de la abstracción, porque la verdadera abstracción es la diversión. La diversión, en tanto es ficción, no presta atención a la realidad. El filósofo dice que describe la realidad con el lenguaje; al producto de eso lo llama verdad. El filósofo se toma en serio, por eso se puso nombre, filósofo. El habitante de la ficción no sabe dónde está ni cómo se llama, no le importa estar ni llamarse. Solo le importa el payaso, pero cualquier payaso está bien. El filósofo se horroriza de esto. Crítica al habitante de la ficción y a su payaso. Dice que no les encuentra sentido. El filósofo se obsesiona con que todo, sin falta, tenga sentido. Descubre, eventualmente, que las cosas no tienen sentido, o que no conoce cosas con sentido. Esto le parece muy grave y decide abandonar el aburrimiento en pos de la nada. (No hay filósofo que no se babee con la palabra nada). Cuando pasa el habitante de la ficción, lo ve muerto y se lo lleva con él. Le borra el nombre y lo convierte en payaso

Collage: Santiago Grunfeld

Chimpancé 

El valor moral que pregona la ansiedad es la falta de tiempo. La sensación de, digo. La ansiedad pregona que yo diga las cosas más rápido de lo que las digo, no importa cuán rápido las diga, porque siempre hay que decir más cosas de las que se están diciendo. Diciendo, haciendo, porque siempre hay que ser más cosas de las que se están siendo. La ansiedad sufre por todavía no ser. La ansiedad no es joda, mono. La ansiedad te chupa la energía pero no la pija. La ansiedad es saber que no vas a llegar pero no cuánto tiempo tenés ni qué tenés que hacer. La ansiedad se proyecta hacía todos los puntos del deseo y de la actividad. La ansiedad no está en el mundo, la ansiedad está adentro tuyo. No, mío. La ansiedad es que te quepa solo el final, la ansiedad es la insatisfacción del trayecto entre acá y allá, la ansiedad es el deseo del allá inmediato, la ansiedad sostiene que todo allá convertido en acá era una coartada para postular otro allá, la ansiedad. La ansiedad está en todos lados a los que vayas porque se apura y llega antes. La ansiedad, la verdadera ansiedad, la que vale la pena, es intransitiva, no tiene objeto. La ansiedad busca un objeto innecesario para justificar su existencia. La falsa ansiedad, digo. La verdadera ansiedad devenida falsa, digo. La ansiedad es falsa de por sí, el allá es falso de por sí, si querés que diga algo. A la ansiedad le copa que ya hayas logrado lo que todavía no te propusiste. La ansiedad es tirarse del noveno y ya querer haber caído a ver en qué reencarnás. La ansiedad no es joda, mono.

Collage: Santiago Grunfeld
Caja 

Las cajas no significan nada. Están ahí, y uno puede tocarlas y abrirlas a gusto, sin remordimientos posteriores. Efectos colaterales conocidos: ninguno. Pedro, por ejemplo, está en este momento manipulando una caja. Acerquémonos para ver. 
Pedro se para frente a la caja y, antes que nada, desconfía de ella. Es el protocolo. Se empieza desconfiando, para luego ir cediendo cada vez más, hasta llegar, suponiendo que la caja fuera un humano, a la amistad. Se ve que no es la primera vez que Pedro trata con cajas. Ahora Pedro, habiendo desconfiado lo suficiente de la caja, comienza a observarla. Detenidamente, mira en detalle todas y cada una de sus partes. Si la caja fuera un humano, al verse tan escrutada, se pararía derecha y metería panza, rogando porque el juicio sea favorable. Pedro no reconoce mayores problemas en la caja, salvo uno, menor: no tiene forma de caja. Cualquiera lo dejaría pasar, pero Pedro, perfeccionista, ajusta lo necesario, y hace de la caja una caja. 
Finalizada la observación, Pedro se dispone a sentirse ansioso por saber qué hay en la caja. Ésta es una tarea ardua, ya que a uno en general le importa poco el contenido de las cajas. Más difícil es, como en el caso de Pedro, si uno tiene que imponerse a sí mismo tal ansiedad. Pero Pedro prueba estar a la altura de las circunstancias, y logra que el interior de esa caja sea lo único que ocupe su mente. 
Ansiedad en mano, Pedro procede a abrir la caja. Lo hace. No encuentra nada. La primera vez nunca se encuentra nada. La cierra, y luego la vuelve abrir. Esta vez tampoco encuentra nada, salvo una horda de hunos que vienen a invadir la ciudad. No quiere importunarlos, así que se corre, y respetuosamente los deja pasar. Van saliendo uno a uno de la caja, mientras él los observa con atención: no ve ninguna cara conocida. 
Una vez que salieron todos, Pedro la cierra de nuevo, y- se permite a sí mismo un merecido descanso- comienza a observar cómo la ciudad sucumbe ante el ataque de los hunos, que destruyen plazas, caminos, señoras abanicándose, negocios, mercerías, señoras ya abanicadas, platos de ñoquis. Cuando cree haber descansado lo suficiente, vuelve a abrir la caja, se mete adentro, encuentra a Atila nervioso, comiéndose las uñas, abre la caja desde adentro, lo echa de una patada, vuelve a cerrarla, y deja, según el protocolo, que la caja lo ahogue. 
Collage: Santiago Grunfeld

Papas 

Él pelaba papas para un evento de importancia. No de mucha importancia, sino de moderada importancia. Y, si bien el evento no era muy importante, las papas eran muchas. Muchas muchas eran. 
Los que también eran muchos, y quizás esto explique y otorgue algo de sentido al ridículo número de papas, eran los invitados. Los invitados no eran importantes para nada, solo el evento lo era. Mierdas de persona, los invitados. Pero sin invitados el evento no sería importante, y mucho menos sería, lo que viene a comprobar una vez más que el todo es más que la suma de las partes. 
La importancia de las papas, por otro lado, es algo más difícil de describir. Hay ambigüedad por donde quiera que se lo mire. En sí mismas, las papas no tienen importancia, ni siquiera moderada. Simple explicación, si se la busca, hay una: son simples hortalizas. Meras hortalizas, para no decir dos veces simple en la misma oración; aunque claro, ésta ya es otra. Ahora bien, si de lo que hablamos es del evento, las papas deberían estar en el más
alto de los pedestales. Son la base del evento, lo adornan y lo justifican. No es que sea el día internacional de la papa ni nada por el estilo, en absoluto, para eso todavía falta un mes, pero la verdad es que la ensalada rusa es el plato principal del evento. Y una ensalada rusa sin papas sería, llevándolo al singular y a Italia, como un Vaticano sin papa. Inaceptable. Ignominioso. Irrisorio. Inusual. Y alguna otra cosa que quizás me esté olvidando. Pueden darse cuenta, entonces, de la importancia relativa de las papas y los papas. Con los papás no me meto porque la tilde me juega en contra. 
Para ser justos, hay que decir que las ensaladas rusas no solo llevan papas, sino también mayonesa, zanahoria, espinaca, carne al horno. La carne al horno va en un plato separado, justo al lado del de la ensalada rusa, y es su parte más sabrosa, la que congrega más invitados. He elegido, según criterios personales, aunque justificados y aprobados por más de un comité, abocarme solo a las papas, y delegar en otros el análisis de los demás constituyentes de la ensalada rusa y de su anexo, la carne al horno. (Sobre la inclusión de la carne al horno como ingrediente de la ensalada rusa, los teóricos difieren, cada uno con sus argumentos, tanto válidos como no; acá se ha optado por presentar ambas posibilidades- y ningún argumento-, y dejar que el lector se incline por la que más lo convenza.) 
Lo primero que hay que decir de las papas es que ella las pela. Ella, en tanto pela las papas, y en tanto las papas son parte crucial del evento, es muy importante. Si ella no pelara las papas su vida valdría lo que una papa no apta para ensalada rusa. Cuando ella no pele más papas va a ser eliminada. 
La cantidad de papas a pelar es temporal, no material: va a haber papas hasta las tres, luego se acabarán. La verduga lo espera a las tres y cinco para degollarlo, muy arreglada para la ocasión, y con la guadaña bien afilada, afilada con un pela papas. (También es posible que en este caso la verduga cambie la rutina y alquile, para alegrarlo, un disfraz de papa para la ejecución. De papa hortaliza, no de papa sumo pontífice, que ella no es católica.) La verduga no podrá ejecutarlo hasta que sean las tres, momento en el que se habrán acabado las papas. Se habrán acabado las papas porque él ya las habrá pelado todas. Hasta que él no pele todas las papas el reloj no dará las tres. Si él no pelara más papas, el reloj nunca daría las tres. Con cada papa pelada el reloj se acerca un poco más a las tres. Papas. Las tres. 
Él sabe que pelar papas será su muerte, pero igual continúa. Continúa porque, con el tiempo, la costumbre de privar a las papas de sus cáscaras se ha vuelto vicio y cuando deje de hacerlo la abstinencia lo volverá loco y se verá obligada a buscar un verdugo clandestino que pueda aniquilarlo antes de las tres. Continúa porque pelar papas para el evento es lo único que sabe hacer y lo único que tiene sentido. Continua porque la verduga personal que se le ha asignado es su amante, y sentir el filo de su arma es lo único que puede justificar tantos años de papas sin cáscara. Continua, porque todo aquel que no pele papas o sea verdugo deberá asistir al evento, donde las papas estarán crudas y la carne al horno lejos de la ensalada rusa, y todo aquel que no pruebe la ensalada y todo aquel que la pruebe morirá envenenado por falta o exceso de papas en su organismo, y se verá condenado, en el más allá, a leer historias sobre gente que pela papas por el resto de la eternidad. 


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