“Un árbol de hojas rojas que solo estaba en tal esquina; la particular geometría de un portón de chapa de un taller mecánico; un bar cuyos servilleteros eran los mismos que había visto en un comedor de la ruta cuando tenía cinco años. Esa era la ciudad, la ciudad verdadera, la que, perdida por el automatismo que usurpó la vida, recuperaba fugazmente en mis caminatas y evocaciones.”
Santiago Beretta
Periodistán, periodista dedicado a la difusión de las culturas de Medio Oriente, relata en una entrevista realizada en el programa Cabaret Voltaire[1], la siguiente anécdota: un hombre que vivió en la Yugoslavia Soviética cuenta que hoy hay muchas marcas y sabores de chocolates ofertadas por el Capitalismo, mientras que en su infancia solo había uno al que se podía acceder, no había posibilidades de elegir otro, pero que él extrañaba ese chocolate de su infancia, porque ese significaba algo. ¿Qué quiere decir que un objeto significa algo? No puedo evitar pensar que decir significa algo es decir que ese objeto evoca algún recuerdo, algún sentido, un hilo a partir del cual tirar y desarrollar asociaciones –ensoñaciones que comienzan a desplegarse en imágenes, sonidos, palabras, olores y dolores, sentimientos y misterios–.
Oficina de Investigación Existencial de Santiago Berreta (Editorial Casagrande, 2023) trata de cómo un joven aburrido de un mundo en el que perder el tiempo es un pecado, decide emprender la búsqueda de misterios que vibren ocultos en la ciudad, para lo cual abre una oficina en una galería decadente del centro rosarino desde donde invita a los nadies urbanos a que le cuenten sus historias. Lo que debe hacer con ellas no está reglado de antemano, por lo que el protagonista se ve arrastrado a aventuras un tanto absurdas que le enseñan la soledad, la locura, los caprichos y miserias que forman las constelaciones en que orbitamos nuestras vidas.
Esta primera novela del autor tiene un tono de recuerdo, de nostalgia por un mundo que –si acaso existió– ya no existe más. El protagonista es marginado por el avance de la urbe, por edificios que se llevan todo puesto y van acorralándolo hacia los rincones, hacia recovecos donde él va hurgando los restos arqueológicos del mundo perdido. De ese modo, esta ciudad inhabitable se le vuelve habitable; encontrando los misterios que la parasitan a través de los objetos inútiles con los que se topa y las palabras que se hilan tras ellos. Una piedra, un graffiti, un VHS, todo eso se torna interesante –misterioso– para el que puede verlo con ojos de niño, para el que apuesta loca y desinteresadamente a que allí hay una historia que merece ser encontrada, escuchada… o escrita.
El protagonista rememora el pasado, pero su rememorar no es el rememorar del melancólico que yace sufriente esperando el destino final, sino que su búsqueda motoriza, lo lleva a explorar nuevos territorios, y a toparse con personas que, como él, se sienten periféricos, atemporales, y necesitan gritar que el chocolate de su infancia tenía otro sabor.
¿Y qué hay al final del camino más allá de las historias? Nada. Porque el mundo en que habitamos es un mundo de relatos, un mundo construido por palabras, ni cierto ni falso, solo ficcional, donde la ciudad se revela como lo que es, un relato, de esos que Beretta sabe cómo construir.
[1] https://www.youtube.com/watch?v=Vs2fXoekghI&t=3730s&fbclid=IwY2xjawG9gl1leHRuA2FlbQIxMQABHWWIkhFCkw9tkgll6eoL_3Ph_RYVfOSAQj5QcuAF5yc8EktKyRwFARjqrg_aem_OTTg_z6qEMZ9nvv-ceG0dw