“Figuraba por último entre nuestros vecinos de cuarto un viejo médico bohemio, que había abandonado su profesión años atrás, en virtud de una decepción filosófica de la ciencia; vivió como un soñador, pobre como las ratas, pero rico de ideas, experiencias y cuentos, y a nosotros nos gustaba conversar con él. A los hombres como este, que no han llegado en la vida a otra conclusión que a ser sinceros consigo mismos, la sociedad los llama parásitos, o inmorales o locos. La sociedad siempre está dispuesta a clasificar rotundamente a los que arroja de sí, tal vez porque a lo que resentidamente aspira es a encontrar al fin un nombre que cubra y justifique la informe masa de su gregaria ficción”.
La bahía de silencio – Eduardo Mallea.
Puede que la originalidad sea una especie de plagio mal hecho de nosotros mismos. Quizás la autenticidad yla inspiración sean demasiado pretenciosas.Solo la locura, disimulada a través del arte, puede hacerse cargo de las insoportables exigencias de la cordura.
El jueves fui a tomar unos mates con mi papá y tuve que dejar la bicicleta en un patio trasero que la residencia comparte con otra institución. Era una mañana tranquila, una mañana fresca, el sol no llegaba a calentar después de la tormenta de la noche anterior. Un hombre me miraba fijo. Pelado, bajito. En medio de tanto silencio hasta el susurro de sus muecas parecían oírse. Su silla de ruedas estaba trabada con las raíces de un Aguaribay. Para nuestros ancestros es el árbol de la muerte, es por eso que lo plantaban en la vereda y no adentro de las casas. Por mera superstición, lo asistí. Me dio curiosidad su gesto de preocupación y le pregunté cómo se llamaba. No quería decirme su nombre “para que no venga la policía a buscarlo”; está convencido, hasta la médula, de que es secretario general y de que todo el resto del personal de la institución, trabajadores y pacientes, son los afiliados al sindicato.
Me comentaron que todos los martes y jueves ofrece su discurso gremial, frente a su hija, su yerno y todo el público presente. Toma dos o tres mates y se va diciendo que enseguida regresa, pero jamás lo hace. La hija, tentada de risa, pareciera estar ya acostumbrada.
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Insisto porque es necesario. Escribo porque me hace bien. La salud mental es una problemática que no da respiro en estos tiempos de vértigo extremo y ansiedad por descubrir el sentido de la vida. En mi último libro, publicado en julio del año pasado, la protagonista se aflige por no haber sido capaz de diagnosticar a tiempo el deterioro mental de su paciente. ¿Quién no se sintió Bianca alguna vez?
La semana pasada, a raíz de la coyuntura electoral que atraviesa el país, un compañero de lucha tuvo que internarse en el Hospital Psiquiátrico Agudo Ávila. Por lo que entendí, a su psiquis, un poco cascoteada y frágil, la victoria de la Libertad Avanza no le hizo nada bien. De hecho, la recomendación profesional fue permanecer en la institución hasta que haya pasado el ballotage. Ya no tengo trato con Ciro, solo el Facebook hace su trabajo. Lo conocí en el acampe del puente Rosario-Victoria cuando los dueños del poder decidieron pampeanizar el humedal a fuerza de terraplenes y quemazones. Ese método de protesta exacerba cualquier sentimiento, los nuevos lazos no tienen filtros y se forma una familia en tiempo récord. Es por eso que la nocturnidad, como dicen los zapatistas, tiene tanto poder de resistencia.
Hoy, diciembre del dos mil veintitrés, deseo que el agua les haya hecho trizas los terraplenes. Por el momento es solo un deseo: a través de una foto que publicó Eduardo Budiño, ni los cinco metros pudieron con las murallas empresariales. En algunos sectores se formaron piletones parcelados.
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Hace poco terminé de leer El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. En ningún renglón de las ochocientas páginas dice “ladran Sancho, señal que cabalgamos”. Este enunciado caballeresco fue repetido por infinidad de personas a lo largo de la historia y reubicado a conveniencia en cuanta situación se presentase. Dada por cierta durante cuatrocientos años, funciona como un antiplagio. Se la suscribe al protagonista o al autor, es indistinto, pero nunca se duda de su existencia.
La moraleja es buena. Si alguien se molesta de nuestro caminar, bueno, al menos estamos andando. La búsqueda despliega miles de resultados. Puede que sea una referencia al poema de Goethe, “Kläffer” (Ladran, en español), escrito doscientos años después de la publicación de Cervantes. En su verso final, el poema traducido dice: “Y el fuerte sonido de sus ladridos solo prueba que estamos cabalgando”.
Citar al Quijote no creo que signifique que la persona no haya leído el libro y quiera hacerse de esa lectura falsamente, sino que dicha frase ya está impregnada en el inconsciente colectivo como perteneciente a la historia y, cómicamente, podría parecer un acto de locura afirmar que en realidad no existe. Aunque, detalle que pocos conocen, si de insania mental estamos hablando, el máximo exponente podría ser el propio Don Quijote.
Piglia decía que es menester traducir los clásicos cada treinta años. Lo debe haber pensado con tanta fuerza que se inventó un curso para cuarenta y cuatro millones de personas en simultáneo.
No debe haber existido en la televisión argentina un programa más maravilloso que Borges por Piglia, emitido por la TV Pública durante la primavera del dos mil trece. En términos literarios, puede que haya sido lo que hoy, para un futbolero apasionado, sería un documental acerca de la técnica de Diego, conducido por Messi.
No recuerdo quién escribió “saber, es saber relacionar”; él lo hacía como nadie. Lastimosamente Piglia ya no está. Pocos autores se animan a insinuar que tal obra no hubiese existido sin tal o cual otra, que tal clásico está nutrido de estos otros, y que, lejos de ser una conducta reprochable, es saludable y enriquecedor para el estilo propio. Tal vez todavía hay quienes creen que hacer este tipo de observaciones es un agravio. Un autor debe estar despojado de ese concepto castrador, dice Fabián Casas. Casualmente él también es un relacionador serial.
El director chileno Alejandro Amenábar tuvo que soportar que la crítica lo ridiculizara, cuando buchonearon que su película Los otros era un plagio berreta de Otra vuelta de tuerca, novela de Henry James publicada en mil ochocientos noventa y ocho. Un siglo antes. La verdad es que los críticos buscaron referencias calificadas solo para hacer notar que conocen la bibliografía de James. Lo que no se dieron cuenta es que solo era necesario retroceder hasta mil nueve cuarenta cuando Bioy Casares publica La invención de Morel.
En algunos pasajes del libro de Bioy uno se convence por ejemplo que La isla siniestra, de Scorsese, también se inspiró en su novela. Y resulta más curioso aún que en la información oficial del filme dice que está basado en la novela homónima de una tal Dennis Lehane. Es decir que la plagiadora de Adolfo sería esta autora estadounidense.
Por otro lado, si pensamos en la historia de Faustine y Morel, podríamos hacer referencia al cuarto capítulo de la primera temporada de Black Mirror, titulado “Enseguida vulevo”, donde la protagonista compra un programa de comunicación artificial con su novio ya fallecido, comienzan por intercambios escritos, luego se presenta la posibilidad de una conversación oral, hasta llegar a la adquisición de un humanoide idéntico para tener en su casa.
En fin, así es como se construye, con los retazos que se tienen a mano, plagiando con gusto, inventando lo propio con un poquito o mucho de cada una de nuestras influencias. ¿Cuánto más podríamos soportar a los puritanos del arte, a los señaladores, a los fundamentalistas de la inspiración, la invención y la creatividad absoluta? Son pesados, hartan. Empalagan. Dejen hacer. Si no van a terminar como Diégane, un joven escritor africano residente en París, que perdió toda su vida buscando a T. C. Elimane, otro autor africano que publicó la novela titulada El laberinto de lo inhumano, y que, luego de ser un gran éxito, se lo acusó de plagio. La acusadora era una periodista que, probablemente para inmolarse de ego, no tuvo mejor idea que indagar renglón por renglón el libro de Elimane, anotando cada parecido de su prosa con algún fragmento de un clásico de otros tiempos y otras geografías. Y sí, claro, por supuesto, en cada hoja podía hacérsele una referencia. Finalmente la obra se convirtó en un libro maldito y el autor desapareció.
¿Por qué cuesta tanto decir “sí, eso lo afané de tal lado y lo reversioné a mi manera? Como hace Casas en las entrevistas. Esto lo leí en tal otro y me sirvió para trabajar esta parte. El plagio te pone a trabajar el bocho. Esa conversión que uno pretende hacer, para inocularla con buen gusto dentro de un texto, tiene que tener un estilo. Y si el autor carece de ese estilo, propio y auténtico, nada bueno puede lograr por más que transcriba exactamente lo mismo, como el famoso Pierre Menard. Y fíjense que no dije estilo bueno o estilo malo, lindo o feo, dije propio.
La inspiración es fetiche del burgués, dijo Camilo Blajaquis. A Borges le prologaron “Emma Sunz”, le engordaron “El Aleph”, y se armó un quilombo terrible; imagínense si se despertara Hernandez y se entera de El amor, El guacho Martín Fierro y Las aventuras de la China Iron.
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Ilustración: Santiago Grunfeld
Hoy es él último día del año. Bíblicamente, también es Domingo. Cerca de la medianoche habla Carlos Solari en cadena nacional. Cuando estén descorchando el ananá fizz, cuando empiece la discusión si frutas abrillantadas sí o no, agua de azahar sí o no, cuando ya nadie quiera escuchar más nada, probablemente hartos del año que se cierra, cuando nada nuevo va a importar ni va a tener sentido porque en minutos se renueva el calendario, cuando todo pareciera estar dicho… habla el Indio. Silencio. Postergo la escritura.
Uno de enero. Por dentro sabía que tenía que escucharlo. En el minuto cuarenta de la entrevista le comenta a Julio Leiva, un poco en broma y un poco en serio, que los derechos de autor no se deberían cobrar. Por supuesto que se ríe de su humorada y aclara que él vive de sus copyrights. Dice, “Todo lo que somos lo escuchamos de alguien, lo leímos en algún lado, solo es nuevo lo que hemos olvidado”. Seguido de varias apreciaciones desestimando la existencia del plagio, insiste con que cada línea escrita está compuesta de material de la realidad que uno va recogiendo y reescribiendo con la propia impronta y el propio carácter. La reescritura va a depender de la circunstancia, y circunstancias existen algo así como ocho mil millones. Solari ejemplifica con la canción “Da ya think i’m sexy?” de Rod Stewart donde se escuchan algunos samplers “Taj Mahal” de Jorge Ben Jor. Está todo dicho.
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En instantes va a comenzar la madrugada del segundo día del año. Un amigo lector me recomendó un taller acerca de Borges. Una de las ponencias estaba a cargo de Martin Kohan, que, a mi gusto, solo por el gusto ya que pocos argumentos académicos tengo, es uno de los indispensables de nuestros tiempos. Por supuesto que me salteé todas las clases y comencé por la de él.
Cuando me anoté en el taller, el texto que precede a este último párrafo, bastante más extenso que la idea original, ya estaba en gestación. Se podrá calcular fácilmente cuánto de placentero fue para mí unir en un mismo artículo a Borges, a Kohan y a Casas, para venerar, cobardemente en nombre de ellos, al bendito, justo y necesario plagio. De hecho, cuando una disciplina artística se enfrenta a la ardua tarea de tener que asumir la muerte de su mejor exponente y, de modo implícito, la siguiente generación queda a cargo de la escena local, el plagio puede ser una buena herramienta para resolver las inseguridades autorales. El plagio puede ser sano, como la envidia (ji-ji).
Los mejores que le siguieron a Borges fueron quienes mejor lo leyeron, quienes mejor lo interpretaron, pero sobre todo quienes mejor lo reescribieron. Con sus textos nos enseñaron que Borges nos dio mucho para leer, eso es inobjetable, solo que ahora empezamos a entender que también nos dio mucho para escribir.
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