Escribo estas palabras al calor -o al frío- del triunfo del proyecto ultraderechista y liberal de las elecciones presidenciales. La primera impresión fuerte, luego del puñetazo a la mandíbula que fue el resultado, me llegó de una conversación vía whatsapp que tuve con un hombre que me limpió el auto en varias ocasiones en la cochera en la que trabaja. A lo largo de la jornada habíamos tenido unos intercambios porque yo subí un estado de “Milei no” al que él me contestó “Milei presidente”, a partir de allí se dieron unos idas y vueltas de frágil diplomacia hasta que me mandó un audio donde me explica tiene 42 años y es la primera vez en su vida que vota porque ningún político piensa en la gente; son todos corruptos; yo trabajo y ellos están de joda, a mi nadie me regaló nada, y demases antipolíticos etcéteras. El discurso anti político logró que este hombre vote por primera vez, pensando que votaba en contra de los políticos, vengándose de ellos. Luego de conocido el resultado subí un estado con la imagen de las madres al que él contestó: “no fueron 30000”: ya estaba en vías de provocarme envalentonado por el triunfo de su candidato. ¿Cómo sabes eso?”. Me respondió: “todos lo saben”. Le escribí: “no tiene sentido lo que decís”. Y la respuesta a ello me dejó sin poder -y sin querer- contestar: “hace tiempo que nadie tiene sentido de lo que dice”. Más allá de que no creo que sea así, considero que algo habría que poder pensar del hecho de que un tipo de tan bajos recursos vote por destruir los pocos beneficios que aún nos quedan, basándose en la idea de que todo da igual porque la política no tiene sentido.
En primer lugar se me ocurre que la política es un discurso, es decir, el otorgamiento de sentido a la realidad y la lectura de qué es lo que hay que hacer, seguido de una praxis que efectivice lo que dicha lectura y proyección anuncian. Pero, si el discurso no viene acompañado de esa praxis, se vacía de sentido. Si lo que lleva a cabo la política no supone un mejoramiento en la calidad de vida de los ciudadanos sino su deterioro, los sentidos que enarbola ese gobierno pueden volverse parte de lo reconocido como germen del malestar. A esto se añade cierta necesidad humana de simpleza, de explicaciones sencillas que den cuenta de las cosas que nos suceden. Tendemos a procurarnos significaciones que cierren, que no nos impliquen detenernos en nuestra diaria vorágine, y especialmente que nos otorguen un agente tangible de los males que atravesamos. Diariamente, la prensa canalla, vil, obsecuente e insaciable en la diversificación de su monopolio e influencia, apela al resentimiento personal fogoneándolo con cinismo, instalando figuras para canalizar el malestar social, convenciendo a la audiencia de que sus males son causados por esas figuras. En esa vía es en la que se afianza el germen fascista, en la adjudicación de un sector de la sociedad como origen de nuestras penurias por el mero hecho de su existencia, lo que se deriva de proponer su erradicación como la principal propuesta de gobierno, “erradicar/enterrar/ponerle la tapa al cajón del kirchnerismo”. Pero una vez más, nada de esto sería posible sin la disyunción del discurso político de los requerimientos de la sociedad, requerimientos para los que no hubo respuesta más que paliativos que no auguraban un futuro esperanzador, o ni siquiera un futuro. Esa disyunción vacía la palabra de su poder transformador, habilitando a que cualquier cosa sea dicha, porque si la palabra no es sucedida de consecuencias, se degrada, se banaliza. Como explicó Álvaro García Linera en una entrevista realizada por Daniel Tognetti: “Nadie, nadie, gana con 140 % de inflación, la inflación impide proyectar un futuro, y cuando eso sucede las convicciones de la gente se vuelven porosas. [1]” El 44 % de los votos de Sergio Massa da cuenta de una gran campaña, pero no había que hacer una gran campaña, había que bajar la inflación.
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Ilustración: Santiago Grunfeld
Es aterrador que el antedicho discurso fascista se haya instalado tanto en la juventud, son los adolescentes de hoy -por supuesto que no todos, pero sí muchos- los que enarbolan las banderas de la ultraderecha con pasión y convicción. Creo que para entender esto hay dos vías principales, por un lado tenemos que ver que estos jóvenes han sido criados por una voz constante que repetía su indignación hacia los políticos en general pero especialmente hacia un sector puntual designado como el Mal en la configuración del tablero mediático y político argentino a partir de la ley 125 formulada en 2008 durante el gobierno de Cristina Kirchner. Esa rumiación constante, ese convencimiento de lo bien que estaríamos sin esos políticos se fue consolidando, al punto en que han logrado convertir al adjetivo “kirchnerista”, y por momentos al vocablo “peronista”, en un insulto. En el debate por la intendencia rosarina el intendente Javkin hizo pie en acusar a Monteverde de kirchnerista, jugada que le funcionó al punto de renovar su mandato. Esta batalla por el sentido se da en planos groseros como ese, pero también en planos más sutiles como cuando se habla del sector judicial: si el fallo judicial es beneplácito a la prensa fue “la justicia”, si no lo es fue “el juez K”. Queda en nuestra imaginación buscar modos de hacer circular e instalar conceptos frente al monstruo comunicacional.
Otro factor que creo que ha influido en la colonización de la subjetividad de los jóvenes por parte del discurso neoliberal está relacionado a los ideales identificatorios de esta generación. Los principales referentes que admiran estos muchachos y muchachas son gente que ha desarrollado enormes caudales de audiencia en las redes a través de streams en numerosas plataformas enfocándose en diversas temáticas, pero principalmente de entretenimiento, difundiendo su mensaje a millones de seguidores. Cada vez que ha sucedido un cruce entre personajes televisivos y streamers, los primeros se han sentido apabullados por la dimensión de lo que tenían enfrente, producto de la ignorancia que tenían en ese terreno. Naturalmente, estos influencers se manejan en dólares, o a lo sumo en criptomonedas. Todo esto supone un gigantesco campo de circulación de capital que los Estados van viendo de qué modo regulan, pero siempre corriendo detrás; y más aún en un país enloquecido por el dólar como el nuestro, donde el gobierno va instalando medidas cada vez más complejas y a veces absurdas para establecer diques en las corrientes de circulación financiera digital. Por eso, todos los que se mueven en el terreno digital perciben al Estado como un obstáculo, como una entidad que recauda y nada más. Nada se registra de la ingeniería material y humana que el estado aporta y financia para sostener esos servicios. A esto se le suma la circunstancia de que para alguien que se maneja en la soledad de su cuarto, con su computadora en la fantasía de la autorregulación y autoprovisión, el otro, el semejante, se le presenta como alguien enormemente lejano y desprovisto de la cualidad de afectar su propia sensibilidad, su propia experiencia y sensación de compartir un espacio y tiempo en la historia del mundo. No es de extrañar que el argumento “la justicia social es un robo” haya hecho mella ahí. De allí, que por las redes circule con enorme fuerza el discurso antiestado, que los jóvenes han tomado con pasión. Por ello, aún suponiendo que Milei hubiese perdido, nos encontraríamos igual con subjetividades posicionadas en ese plano. Esa supone tanto una gran derrota como un gran desafío de establecer puentes de intercambio, caso contrario, seguirá funcionando una lógica de guetos autoinfluidos con la consecuente sorpresa a la hora de decisiones colectivas.
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A medida que pasan los días y vamos viendo cómo se acomodan los distintos actores, veo con mucho temor las declaraciones del ex presidente Macri, quien en una entrevista a Morales Solá convoca prácticamente al enfrentamiento social[2]. El grado de irresponsabilidad que nos muestra en esta ocasión es inaudito, no es que uno esperase algo bueno de este siniestro personaje, pero convocar a los votantes de Milei a enfrentar a los manifestantes que se opongan a las reformas que se lleven a cabo es de una criminalidad inusitada. Estas declaraciones cobran mayor importancia a la vista de que él -junto con Schiaretti- han colonizado el gobierno electo adjudicando su gente en la mayoría de los cargos importantes, desplazando incluso a los que Milei ya había elegido de su propio séquito.
Creo que es momento de afirmarse en los amores, tanto a los seres queridos como el amor a la palabra, a la política, a la esperanza de que la política nos incluya a todos, como alguna vez creímos, pero esa es una lucha por el sentido que hay que librar, ya que en este momento no sólo tenemos el problema de que las medidas que se llevarán a cabo dejarán muchísima gente por fuera, sino que además tenemos la circunstancia de que gran parte de la gente se convenció de que es así como debe ser. Lo que diferencia esta nueva arremetida del neoliberalismo depredador de las anteriores, es que en esta ocasión todo fue anunciado por sus candidatos, sin tapujos, hasta exagerándolo. El pueblo lo eligió. Esta vez no hubo engaño, al menos en ese punto.
El amor a la literatura me ha traído el poema de Borges “Las causas”, en una parte enuncia “...los días y ninguno fue el primero…[3]”. Traigo esta genialidad porque si no hubo un primer día, tampoco habrá un último, siempre habrá un mañana, lo cual es una obviedad que se me hace necesario refrescar en este momento. Lo que nos traigan esos días no está escrito en ningún poema.
[1] https://ar.radiocut.fm/audiocut/alvaro-garcia-linera-hay-repararnos-para-levantarnos/
[2] https://www.youtube.com/watch?v=csNVoE5oiRk
[3] Obra poética, 3. Jorge Luis Borges. Edición Emecé Editores, Buenos Aires, 1977