Que el descubrimiento freudiano esté tan vivo a más de cien años de su comienzo es porque se siguen escuchando sujetos que sufren. A quienes nos formamos en psicoanálisis, nos interesa oírlos y hacernos interlocutores de su decir; nuestra responsabilidad con la práctica implica estar a la altura de la subjetividad que produce la época.
Si los fenómenos del tiempo de Freud fueron los del cuerpo de la histeria, podríamos arriesgar que hoy asistimos a otro tiempo donde nuevos paradigmas del sufrimiento psíquico se hacen oír, y cada vez hay más niños que se constituyen como pequeños sujetos autistas y psicóticos. En el camino hacia el advenimiento de un sujeto, los efectos de época inciden en lo simbólico y comprometen lo más íntimo de la vida. En consecuencia, una gran demanda de integraciones escolares, acompañamientos terapéuticos y demás abordajes de tratamiento se vuelven necesarios cuando estos sujetos son rechazados o no logran integrarse en las instituciones escolares tradicionales.
En este ensayo se van a tomar prestados algunos términos del discurso musical. Este territorio de trabajo es incómodo por donde se lo mire ya que el discurso de la época no se lleva bien con la singularidad, y su ambición es siempre en vías de educar la diferencia. Esto en tanto la lógica capitalista diferencia lo que es normal de lo que no lo es, como aquello que viene a molestar el orden público; nos pretende completos para poder seguir produciendo. Y en este punto, donde la creencia general apunta a leer en las causas del autismo una condición biológica, tras una proliferación de intentos fallidos a nivel de la medicina —ya que no hay medicación que venga a estabilizar—, llegamos a la precisión de hablar en términos de estructura y no de enfermedad: la atonalidad del autismo desafía la estructura de un mundo que pretende una melodía universal.
La especificidad del sujeto autista es vista como un obstáculo al trabajo educativo, querella con la que se enfrentan los acompañantes terapéuticos en las instituciones. Es en este contexto en el que se presenta el desafío de no sucumbir a la tentación de buscar una solución única ya que un método general que aplique para todos estaría destinado al fracaso. Se pretende una musicalidad que se ajuste a una escala particular donde no haya disonancias, entendido como aquello que no se desea escuchar.
Si bien hay un diagnóstico, este no patologiza ni cierra la pregunta sobre el sujeto, sino que define una posibilidad de intervención, un modo de abordaje del tratamiento según una orientación.
¿Cómo orientarnos, entonces, en la práctica del psicoanálisis? Vamos a tomar como punto de partida el hecho de que nosotros nos dejemos enseñar por el sujeto.
Ilustración: Santiago Grunfeld
Clínica de la creatividad
Cuando hablamos de psicoanálisis, nos referimos a una experiencia que no es acumulable en tanto la cura se orienta caso por caso, partiendo de una ignorancia siempre nueva, para definir el modo de trabajo e intervención. Esto quiere decir que cada análisis, sea de adulto o niño, sea en el consultorio o aplicado en instituciones, es diferente. Desde los primeros años de su enseñanza Lacan nos indica que: “cuando más cerca del psicoanálisis divertido estemos, más cerca estaremos del verdadero psicoanálisis”.[1]
El trabajo con el sujeto autista exige una ética de la creatividad, en tanto busca, siguiendo a Maleval (2012), no aplicar a todos una técnica determinada, sino inventar para cada uno una manera de hacer. No podemos pretender enseñar al modo de las prácticas cognitivo-conductuales que educan o domestican al sujeto. Confrontarlo con demandas que tengan que ver con un reforzamiento es una orientación que va al fracaso del tratamiento.
En cambio, hay que tomarlos muy en serio. La indicación freudiana que señala la imposibilidad de educar ya va en esta dirección. Como dice Freud: “Si no podemos ver claro, al menos veamos mejor las oscuridades”.[2]
El saber del niño es un saber auténtico[3] —en el desamparo estructural del sujeto autista—, y construye un artificio que posibilita un tratamiento inédito. Hay una idea fundamental a no perder de vista y es ésta: el sujeto autista tiene un saber para inventar su propia cura.
Cada interviniente debe encontrar en su propia división un modo de dirigirse a ese sujeto, rescatando pequeñas viñetas, perlas clínicas que indican lo que sirve para ellos. Esta es la ética del psicoanálisis que plantea Miller: “haber dirigido una cura no sirve de nada, en cierto nivel, para conducir otra. Y no solo no sirve de nada sino que, en cierto sentido, hay que olvidar una para conducir otra”.[4] Así como para un músico, nunca se trata de la misma escena, ni el mismo escenario, aunque haya subido una y otra vez siempre hay lugar a la contingencia, a la síncopa del inconciente que va a contrapelo del leitmotiv repetitivo.
El interviniente ocupa el lugar de un partenaire que sirve de guía y encarna una presencia que sostiene al sujeto, siempre desde una posición de aprender. De poco sirven los semblantes de un sujeto-supuesto-saber; la idea es tomar a estos jóvenes pacientes como nuestros “pequeños profesores”[5], según la expresión de Hans Asperger.
Ilustración: Santiago Grunfeld
La especificidad y el cuerpo del autismo
Lo que el psicoanálisis afirma (…)
es la importancia del cuerpo para todo ser hablante,
para todo hablaser [parlêtre] parasitado por el lenguaje.
Éric Laurent
En el principio de la vida, en torno a la constitución del sujeto como ser hablante, tiene que darse cierta operación para que se instaure el Gran Otro como un lugar, lugar del lenguaje y la palabra. Es decir que el lenguaje es el camino en el que el ser se forma: de la constitución del sujeto, al nacimiento del Otro como lugar del lenguaje y la palabra, y de ahí al serhablante. Pero lejos de ser un camino recto, hay modos de entrar en la vida. Cuando hablamos de autismo, captamos de entrada que la función de la palabra está seriamente comprometida: hay un goce del Uno, que no se contacta con el Otro, lo rechaza. En el autismo el goce retorna al borde. Es el trayecto pulsional que se da en un cuerpo que goza de sí mismo, como un caparazón.
El silencio tiene un valor que se inscribe en la estructura musical, sin él es puro caos, insoportable para el oído y cansador para el intérprete. Lo mismo ocurre cuando un sujeto no habla, y se le invade el silencio con una demanda que termina siendo un ruido familiar. Llenar el vacío de palabras con ruido no es el mejor destino para la armonía del sujeto.
Junto a esa dimensión de silencio vemos en el sujeto autista una posición donde no hay relación de objeto. No hay relación al Otro. Éste es inconsistente. Siguiendo a Beatriz Udenio (2016), los niños demuestran y enseñan sobre aquello en lo que consiste ser un cuerpo hablante, qué marcas deben leerse del choque traumático entre el lenguaje y el cuerpo. Se trata de lo que Lacan llamó la insondable decisión del ser, insondable en tanto imposible de recuperar, que decide aceptar o rechazar la entrada del lenguaje, la castración. Lo que se impone entonces es que no hallamos un trastorno orgánico, sino un trastorno de la relación con el Otro. Para los sujetos autistas: “hablar no es un acto cognitivo, es un arrancamiento real”[6].
Muchos sujetos autistas encuentran en la música un efecto de apaciguamiento y un soporte privilegiado, donde el acontecimiento de ceder la palabra se ve envuelto en esa sonoridad que protege ante el trauma del dirigirse.
Ilustración: Santiago Grunfeld
Una lógica estructural sin síncopas. Inmutabilidad, iteración, circuitos
El abanico de las características del autismo nos presenta una lógica estructural sin síncopas, en el sentido de un esfuerzo hacia la pura repetición del Uno, repetición pura del S1 que nos conduce a una clínica del circuito, como lo trabaja Laurent (2013) se trata de una voluntad de inmutabilidad. En el discurso musical un leitmotiv es una repetición melódica sin sorpresas y certera en cuanto a lo que vendrá. Es la tortura de este leitmotiv que insiste en el orden del sujeto autista y cuando se rompe, en el más mínimo movimiento de esa inmutabilidad, se desencadena la crisis. Es como responde a la forclusión del significante S1, en esa iteración donde es una y otra vez lo mismo.
Se trata de una a-estructura porque al igual que en la música no hay lenguaje, o se trata de un lenguaje sin palabras, en su lugar hay signos. En ciertos sujetos autistas la música tiene la propiedad de sostener un prototipo de baño de lenguaje, generando un campo de palabra, devolviendo al discurso su relación con el significante. Esto se puede observar cuando pasan del mutismo al canto, o cuando repiten frases de la televisión en tono neutro. Esto acontece porque el significante, material sonoro, introduce goce en el cuerpo —que no es más ni menos que una caja de resonancia— y lo hace vibrar. Pero de todos modos, en su balbuceo, en su lenguaje propio y privado, en sus sonidos guturales, captamos que en el sujeto autista se trata de un lenguaje propio de los S1.
Dijimos al principio que en esta afección la función de la palabra está seriamente comprometida. La palabra, en el sujeto autista, tiene una forma particular en tanto puede adquirir una dimensión de objeto que no se separa del cuerpo. De esta manera, el acto de hablar es vivido en sí mismo como una mutilación que resulta insoportable. Si uno es interlocutor con el Otro, cede su voz. El objeto voz en el autismo encarna el rechazo a la interlocución con el Otro. “El sujeto autista no puede reponerse de este traumatismo del dirigirse”[7].
El silencio del autista, a veces entrecortado, nos pone al tanto de que hablar es un acontecimiento de cuerpo. Este cuerpo es invadido, está demasiado lleno de excitación ya que no cuenta con un agujero por donde vaciarse. De ahí los intentos de extracción de goce —expresión de J.A. Miller—, a veces brutales. Como sucede en la automutilación, que es un intento de inscribir ese agujero y así vaciar el cuerpo, haciéndolo más soportable. Laurent (2013) trabaja un neologismo, inventado por Lacan, que ilustra esta forclusión del agujero en los sujetos autistas; troumatisme, trauma del agujero.
Ilustración: Santiago Grunfeld
Un tratamiento posible
En El Malestar en la Cultura Sigmund Freud cita a Theodor Fontane para señalar algo que menciona como indispensable, se refiere al artificio que inventa el sujeto para soportar la vida. “Eso no anda sin construcciones auxiliares”[8].
Si bien los primeros trabajos sobre el autismo se realizarían en un tiempo posterior, tenemos en la lectura freudiana el germen del tratamiento posible.
Retomando la pregunta inicial, ¿cómo orientarnos en la práctica del psicoanálisis, tomando como punto de partida el dejarnos enseñar por estos sujetos?
Se trata de la invención autista; la invención de una solución particular que permita a cada niño elaborar, junto a sus padres, un camino propio a partir del restablecimiento del deseo que lleva a la vida. Es importante mencionar a los padres ya que trabajamos con ellos. Sobre ellos hay una carga pesada, la de ocuparse del día a día del sujeto autista. Entonces es necesario trabajar con ellos instalando una transferencia para devolverles la confianza de establecer ese lazo con la función, siempre opaca y enigmática, de la maternidad o la paternidad. El psicoanálisis separa la persona de la función; lo cual quiere decir que no culpabiliza a los padres, sino que pone la responsabilidad del lado del sujeto. Entonces, hay una respuesta del sujeto y una respuesta de los padres, que puede dificultar la situación. En el trabajo clínico puede haber complicaciones en este punto; el síntoma del niño podría estar relacionado sin mediación con la subjetividad de la madre. ¿Qué lugar ocupa el niño en el deseo del Otro? Son preguntas que lejos de cerrar la cuestión, orientan una lectura del caso por caso.
Es importante también establecer adónde apuntamos en el psicoanálisis de un niño: hacía dónde, desde dónde, hasta dónde. Como refiere Beatriz Udenio (2016) leyendo a Lacan, en su última enseñanza, donde habla de un fuera-de-lugar incurable al que se responde con el síntoma, que continuará haciéndose oír una y otra vez. Lo vemos perfectamente en el autismo, donde no funciona el “no”. No tiene efecto. ¿A qué recurso acudimos entonces?
Nos orientamos caso por caso: el recurso a tomar es el de un “forzamiento suave”, que invite al niño a interactuar, como modalidad de tratamiento del Otro. Ésta es una expresión de Antonio Di Ciaccia a partir de la experiencia realizada en la Antenne 110, lugar de vida que lleva el modo de trabajo institucional de orientación lacaniana denominado “práctica entre varios”[9]. Es una forma de constituir un circuito pulsional y cierta función de borde, o neo-borde; ir del goce del borde al interés específico que le permita hacer lazo social.
Esta orientación se diferencia radicalmente del aprendizaje educativo forzado ya que no busca quebrar las defensas del sujeto autista, tan necesarias en su andar por el mundo. Nuestro deber en la dirección de la cura es proteger al sujeto, protegerlo en lo que tiene de singular frente a toda violencia, encontrar un lugar para esa solución, esa invención que es suya y que le dará resultado. Donna Williams, autista de alto nivel que ha dado testimonios, nos indica perfectamente esto: “necesito un guía que me siga”[10], se trata del enganche a un doble que no sea intrusivo, sino que aporte cierta dulzura. Este guía no es necesariamente un psicoanalista, no tiene que ver con ningún título ni especialización, sino con la posición deseante de cada interviniente, que con ese deseo puede llegar a convocar algo de la subjetividad del niño.
Un objetivo es claro: elaborar a partir de esa invención creativa una forma de arreglarse de otro modo; deshacerse del sufrimiento que esté de más, sobrellevar lo singular de cada uno, continuar con la vida.
Bibliografía
Di Ciaccia, A. (2003) “A propósito de la práctica entre varios. Jornadas de estudio sobre el psicoanálisis” Buenos Aires: Eudeba.
Freud, S. (2012) “El Malestar en la Cultura” en Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (2017) “Inhibición, síntoma y angustia” Buenos Aires: Amorrortu
Lacan, J. (2017) “El Seminario, libro I: los escritos técnicos de Freud” Buenos Aires: Paidós
Laurent, E. (2013) “La batalla del autismo” Buenos Aires: Grama
Maleval, J-C. (2012) “¡Escuchen a los autistas!” Buenos Aires: Grama
Miller, J-A. (2012) “El niño y el saber” Carretel n° 11. Bilbao.
Miller, J-A. (2015) “Lógicas de la vida amorosa” Buenos Aires: Manantial
Miller, J-A. y otros (2016) “Desarraigados” Buenos Aires: Paidós
Williams, D. (2012) “Alguien en algún lugar” Barcelona: Need Ediciones.
[1] Lacan, J. (2017) “El Seminario, libro I: los escritos técnicos de Freud”. Paidós, p. 125.
[2] Freud, S. (2017) “Inhibición, síntoma y angustia”. Amorrortu, p. 118.
[3] Miller, J-A. (2012) “El niño y el saber” Carretel n° 11. Bilbao.
[4] Miller, J-A. (2015) “Lógicas de la vida amorosa” Manantial, p. 6.
[5] H. Asperger en Laurent, E. (2013) “La batalla del autismo” Grama, p. 23.
[6] Laurent, E. (2013) “La batalla del autismo” Grama, p. 16.
[7] Laurent, E. (2013) “La batalla del autismo” Grama, p. 52.
[8] Freud, S. (2012) “El Malestar en la Cultura” en Obras Completas, Tomo XXI. Amorrortu, p. 75
[9] Di Ciaccia, A. (2003) “A propósito de la práctica entre varios. Jornadas de estudio sobre el psicoanálisis” Buenos Aires: Eudeba.
[10] Williams, D. (2012) “Alguien en algún lugar”. Barcelona: Need Ediciones.
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