Un cuerpo al fin es un libro generoso que arborece en otros muchos libros entre sus páginas con los que Kohan habla espontáneamente -ahí quizás resida su estilo-, mientras piensa, argumenta, vuelve a escribir e invita al lector a participar de la conversación. Es un libro sin descanso atravesado por una pregunta incesante sobre la lectura y sus consecuencias en la práctica analítica. A medida que avanzan los capítulos su tono se va volviendo cada vez más susurrante e íntimo, y finalmente, musical; letra y música le otorgan el misterio spinettiano de su nombre: Un cuerpo al fin…
Transcribo este párrafo, indicio de la posición que toma la autora:
Ese mapa del dolor y del sufrimiento es lo que se va trazando en un análisis, no para orientarse sino más bien, para desorientarse de las coordenadas familiares, esas que vuelven siempre al mismo lugar. Se trata de intentar disipar un poco esos sentidos que duelen y que perforan, que golpean y que arden. Por eso me gusta la práctica del psicoanálisis, porque le hace lugar a ese malestar que no es evidente, porque aloja el sufrimiento sin necesidad de medirlo porque no rechaza ni jerarquiza los dolores, porque no tiene una grilla de sufrimientos, porque no dice “de esto se puede sufrir y de esto no”, porque ante supuestas iguales circunstancias el dolor nunca es el mismo.
Respecto de este mapa, recordé Purgatorio[1] que es una novela del escritor argentino Tomás Eloy Martínez, cuyos protagonistas son geógrafos. “Nos hemos pasado la vida haciendo mapas”, apunta Simón, “y todavía no sé para qué sirven”. A veces me pregunto si son tan solo metáforas del mundo. ¿A vos qué te parece? Y Emilia le responde que los mapas no son representaciones, no son meras metáforas del mundo sino metamorfosis, como las palabras y como las sombras que proyectamos: “basta que un mapa dibuje la realidad para que la realidad no sea igual”.
Alexandra Kohan escribe acerca de ese cuerpo con el que Freud se encontró cuando sus pacientes lo consultaban, porque tuvo el gesto de prestarse a escuchar lo que en él hubiera habido de escritura. Freud metamorfoseó así los límites y las fronteras del mundo conocido, haciéndole a ese cuerpo un lugar en el mapa. Se dispuso a leer en la superficie de las voces algún secreto que pudieran llevar escrito, y así inauguró el psicoanálisis. Porque es ese cuerpo extraño que molesta, el espacio donde se juega la cartografía que nos concierne: ese cuerpo que se descompone, que tose sin asidero, ese cuerpo que se afloja, ese cuerpo del delito que no cometió pero aun así… Ese cuerpo que vomita cada vez que tiene ocasión de amor, ese cuerpo rígido sin voz a la hora de hablar, ese cuerpo tan erguido como amenazado del miedo, también el cuerpo fértil del embarazo psicológico de Ana O. y las opciones son infinitas para ese cuerpo que advendrá incómodo y atorado.
Un fragmento de poema de Eugenio Montale[2], “Tropezar”, dice así:
Tropezar y atorarse
es necesario
para despertar la lengua
de su sopor.
Pero el balbuceo no basta
y pese a ser menos ruidoso
también está dañado, Así
debemos resignarnos
a un hablar a medias. Cierta vez
alguien habló sin fallas
y nadie le entendió…
La autora propone decir el cuerpo como “ese mapa del dolor y del sufrimiento que se va trazando en un análisis, no para orientarse sino más bien, para desorientarse de las coordenadas que vuelven siempre al mismo lugar” ¡Un mapa de la desorientación! Es decir, un mapa que no se hace cómplice de aquella orientación persistente, esa suerte de verdad estancada e inmóvil que se llama destino, ¿cómo sacudir esa verdad del polvo de las cajoneras llenas de moho? ¿cómo diablos recorrer un mapa de la desorientación?
Un pequeño verso de Enrique Santos Discépolo en el estribillo del tango “Uno”, me resuena:
Si yo tuviera el corazón
¡El corazón que di!
Si yo pudiera como ayer
Querer sin presentir…
El protagonista del tango anticipa el desamor, no confía en que pueda pasarle algo inesperado, sabe demasiado, su suerte está echada, su destino está sellado. Bueno, es un tango, y aunque ella lo mire con esos ojos que le gritan su cariño, él ya no podrá colmarla con sus besos; esa producción de saber anticipado nos muestra los peligros de la orientación.
Pero, entonces: ¿podemos escuchar sin presentir? De esto trabajamos y no siempre nos sale, aunque nos dispongamos a transitar por el mapa de la desorientación abierto a lo inconsciente, es decir, a lo indeterminado y a lo contingente.
“La contingencia no es la posibilidad de que algo suceda o no, sino la imposibilidad de calcular cuándo irrumpirá un elemento nuevo o inadvertido, que desencadenará una configuración inédita” dice Ritvo. Configuración inédita, continúa Kohan “que el cuerpo cifrará cada vez”. Esto importa porque, como dice Lacan en un epígrafe del libro, “El sujeto del inconsciente no toca el alma más que a través del cuerpo”. “No puedo huir de mi cuerpo, ni él de mí, está encadenado a mí”advierte Pascal Quignard en La noche sexual.
“El sujeto alterna entre confundirse con su cuerpo y separarse de él” afirma Ritvo, “¿Qué cuerpo? Tenemos varios” dice Roland Barthes. “¿Cómo pueden entonces andar tan cómodos y felices en su cuerpo, cómo hacen para la tener la certeza, la seguridad de que son eso: esa sangre, esos órganos, ese sexo, esa especie?”, se pregunta Claudia Masin (estas frases son apenas algunas de las tantas que hay en el libro)
Ilustración: Juan Cruz Catena
Pascal Quignard en La noche sexual[3] escribe:
Todos los cuerpos que avanzan en la luz esconden amantes lejanos.
La privación y el silencio de la infancia por los cuales comienza nuestra vida los escamotean enseguida, desde el primer alba bajo el primer sol.
El alumbramiento olvida la concepción.
Lo materno engulle lo femenino.
Los cuidados reemplazan las uniones físicas.
La educación de los individuos balbucea, parlotea, adorna limpia, sublima el cuerpo de cuerpo sórdido. Los antiguos sexos se olvidan en los roles y las dignidades
Por momentos, pareciera que la autora está preocupada porque los psicoanalistas nos perdamos en las orientaciones de no sé qué dignidades, que expongamos los síntomas a la banalidad de simbolismos gratuitos, que olvidemos que el comienzo y la continuación del psicoanálisis no es un alumbramiento espiritual sino un trabajo con lo sórdido del cuerpo que perturba desajustado, con ese erotismo oscuro que no alcanzamos a descifrar, y aunque lidiemos con el riesgo y el vértigo de lo incalculable, esono se termina de aclarar. Pero no es dramático, sino analizable. A lo analizable del cuerpo apuesta de Kohan en este libro que elogia el síntoma, y dice con Allouch: “Pedir un análisis es haber percibido, por la gracia del síntoma, que era calamitosa la manera en que hasta ahí tomábamos cuidado de nosotros mismos”.
Entonces recorre un camino que nos muestra que si hay análisis del síntoma, el recorte del cuerpo se hace apertura hacia una zona erógena, y claro, se vuelve a cerrar pero mientras tanto algo pasó ahí. La autora toma un camino freudiano, y nos lo muestra con algo que dice Alan Pauls:
Se ensalza a menudo la puntería como virtud suprema de la lectura. Como si leer bien fuera acertar. Supongamos que sí, pero ¿acertar a qué? ¿En el centro de qué blanco dan las lecturas que se jactan de poner la bala donde ponen el ojo? No en el sentido, en todo caso, en la medida en que el sentido nunca es un punto quieto – la presa que una fiera telescópica congela por el mero hecho de apuntarle- sino un rastro o una sombra, algo que no existe antes, ni siquiera en el antes del deseo del cazador, algo que nace y se hace y deshace en el encuentro entre un texto y un deseo de leer.
Al pasar, Kohan cuenta que a la hora de algunos movimientos es más bien partidaria de las hamacas por sobre las montañas rusas, así, con una canción infantil y popular, tararea: Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña como veía que resistía fueron a buscar a otro elefante, dos elefantes… tres elefantes… la autora nos hace escuchar como de soslayo un cuerpo del cansancio que se balancea musical, y que enredado en una telaraña soporta cada vez más y más peso sobre sí. Éste es un libro que no descansa.
Rosario, 25 de noviembre de 2022
[1] Martínez, Tomás Eloy: Purgatorio: Buenos Aires: Alfaguara, 2008. p.185
[2] Eugenio Montale: “Tropezar” en Poesía Completa. Edición bilingüe de Fabio Morabito. Barcelona.Galaxia Gutemberg, Círculo de lectores, 2006. p, 505.
[3] Pascal Quignard: La noche sexual. Madrid. Editorial Funambulista, 2014, p.201-202
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