LA PERCEPCIÓN VERDADERA ES ONÍRICA – VIAJE A LOS ANDES NEUQUINOS / Juan Pablo Hetzer

Fragmento de un diario

Marzo 2023

Tardewski dice que la naturaleza ya no existe sino en los sueños.

Sólo se hace notar, dice, la naturaleza, bajo la forma de la catástrofe o se manifiesta en la lírica.

Todo lo que nos rodea, dice, es artificial: lleva las señas del hombre.

¿Y qué otro paisaje merece ser admirado?

Piglia, R.

Viernes 17

Salimos de la ciudad cerca de las 14 hs. Paramos en Río Cuarto, como hacemos habitualmente cada vez que viajamos a Cuyo. Frente a la plaza, el Centro Cultural Leonardo Fabio hoy no proyectaba ninguna película. Recordamos que una vez vimos aquí Los inadaptados, un filme de John Houston, con Marilyn Monroe, Clark Gable y Montgomery Clift. Me siento cansado. Esperamos hacer un paréntesis en el trabajo diario. Pienso en el consejo de mi amigo León de mantenerme lejos del teléfono. “Yo soy, yo soy, yo soy. Soy agua, playa, cielo, casa blanca. Soy Mar Atlántico, viento y América. Soy un montón de cosas santas. Mezclada con cosas humanas (¿cómo te explicas?) Cosas mundanas (¿qué le hacemos?, nada, ¿verdad?)” -escuchábamos cantar a la negra Sosa en la ruta. Mañana partiremos apenas salga el sol hacia Mendoza.

Sábado 18

Hicimos una parada de dos días en San Rafael, en una villa de unas tres hectáreas que a fines del siglo pasado fue una fecunda finca en la que se cultivaba el membrillo. Aún persisten dispersos algunos árboles cargados de membrillos que ahora sirven de alimento para la fauna avícola de la zona: la vista de centenares de frutos mordidos colgando de plantas sexagenarias podrían re-inspirar relatos fundacionistas sobre un vínculo original entre rapiña y conocimiento.

Ilustración: Santiago Grunfeld

En la bisagra del siglo el predio pasó de finca a villa, es decir, de agricultores a arquitectos neomodernistas con aspiraciones urbanistas, especialistas en soluciones habitacionales con un toque surrealista. Autopercibidos parientes lejanos de Le Corbusier y Clorindo Testa pasaron del enamoramiento del hormigón armado de sus pretendidos mentores, a la tóxica relación sexo-afectiva con la chapa acanalada y el perfil C. No, no es así. Exagero. Los “módulos habitacionales” distribuidos en la villa constituyen exiguas obras de arte que reintegran a la naturaleza el espacio y la belleza que le roban tímidamente. Edificados con un estricto miramiento por la ecología (y el ahorro) las pequeñas casas se orientan devotamente para recibir la luz, el viento y el agua en este valle semiárido. Incrustados como sencillas piezas geométricas entre álamos y sauces, dejan ver desde su interior, al oeste, una bruma espesa y translúcida, preludio de los Andes. Un contrapunto visual existe en la convivencia entre los álamos y los sauces o los aguaribayes. Los primeros se alzan rectos con prepotencia hacia el cielo y compiten por la altura. Los otros, melancólicos, dejan caer sus ramas flexibles hacia el suelo. En el marco de esta armonía de oposiciones anímicas de la antigua finca, conversamos con uno de los arquitectos, heredero de aquella revolución entre arte y matemáticas que vislumbró en la arquitectura una forma de cambiar el mundo y sus habitantes, y a su modo, se sintió socialista. Además de producir belleza, la arquitectura debía traducirse en ventajas de funcionalidad de la vivienda. El componente funcional, según Charles-Edouard Jeanneret (Le Corbusier -que juega en su seudónimo a ser un cuervo francés, ese pájaro solitario, monógamo y omnívoro), debería comprenderse no sólo en un plano concreto sino también metafísico. En una casa, no sólo se trata de vivir, esa es la historia. Si existe un sentido, que sea estético. Por eso, Martín, nos dice, le ha propuesto -junto a otres colegas- al Ejecutivo mendocino un plan de construcción rápido de módulos habitacionales económicos, sustentables, dignos y hermosos, en terrenos fiscales periféricos, pedregosos y desforestados. Y hace unos años arrancaron. Forestar es parte del contrato, y para eso han transplantado olivos y aguaribayes ya crecidos, con su respectivo pan de tierra: los sacan con palas mecánicas y los suben a camiones que realizan el traslado. Parece que hay empresas locales que hacen ese trabajo. Quien viaja puede ver ya realizada una parte de la ciudad utópica de Martín y cía. si pasa por la localidad de Los Molles.   

La mañana del día que llegamos había llovido copiosamente y las acequias desbordaron. El suelo estaba húmedo y el cielo cubierto. Caminamos en silencio por la arboleda y, de repente, una escena de Van Gogh, pero con tordos en vez de cuervos, y en lugar del trigal, la alameda. La bandada de tordos, ese pajarito negro brillante, levanta vuelo y se posa en un álamo. Una suerte de experiencia onírica digna del influjo de un Akira Kurosawa concluye en el hallazgo de una familia de hongos Coprinus Comatus, la seta cosmopolita que se parece a sombreros de bruja. No todo es vigilia la de los ojos abiertos, ya sabemos.  

Ilustración: Santiago Grunfeld

Miro a Constantina leer unas comedias de Molière de un ejemplar de Editorial Porrúa, pero no me doy cuenta si está riéndose. A veces pienso que lee con la inquietud del colibrí cuando descansa del aleteo. Yo leo Freud y el problema de la historia mientras frunzo el ceño y subrayo. Pasamos del aire acondicionado a la calefacción, del chegusán y la ensalada al guiso de fideos; de la cerveza al vino tinto. Le damos la bienvenida a los pasajes y calentamos motores para seguir hacia Chos Malal.

Martes 21

Salimos ayer de San Rafael y tomamos la ruta 40 hacia Neuquén, más precisamente a Chos Malal, que en lengua mapuche significa corral amarillo. Las pretensiones mitristas de falsificar la historia recurriendo a alterar la toponimia consagrando próceres asesinos de masas, curas y santos, pierden eficacia a medida que se viaja hacia el sur del país. En casi toda la extensión territorial de la nación argentina la toponimia ha sido modificada “para que el paisaje geográfico no coincida con el paisaje histórico, contribuyendo a esa sensación de irrealidad, de cosa estratosférica y sin contacto siquiera telúrico entre el pasado y el presente” -escribía Jauretche. El borramiento de los nombres originales de los lugares para reemplazarlos con el de personajes de la vida militar o eclesial hace estallar la conexión con el hecho histórico allí ocurrido. Esta operación política psicotizante cede su ubicuidad en la región patagónica y los lugares con sus nombres históricos van instalando un campo de interrogación en el viajante curioso.

Llovía de a tramos, muy tenue. Se abría, más allá del parabrisas del auto, un desierto plomizo e irregular. A poco andar nos encontramos con un cartel naranja que decía: Fin de pavimento. Y a mí se me vino a la mente otro fin, el de la fantasía, que me quedó de un fragmento de diálogo de una película que vi a medias llamada: La decadencia del imperio americano. Transitar los caminos de ripio patagónicos requieren de la máxima concentración, hay muy poco lugar para diletantes del volante y ninguno para fantaseadores, sobre todo cuando no se viaja en 4×4. No figuraba el ripio en los mapas que Constantina (hacedora total de la logística de los viajes) había chequeado, y no se veía ninguna señalización más que el cartel naranja con letras negras anunciando el fin del pavimento. Es cierto que también tuve otra ocurrencia en ese instante, el título de un cuento de Hemingway, de esos cuyo protagonista es Nick Adams: El fin de algo. Es un cuento brevísimo, tanto como Los asesinos –relato fundador de género. Pero no daba para distraerme en los acertijos de ese cuento. Había que prestar atención al camino, que ya exigía bajar la velocidad por las piedras y los serruchos. Encima, el auto anunciaba con un fatídico pitido el subinflado de las cubiertas. No quiera nadie imaginar una pinchadura de rueda en estos inclementes páramos. En la guantera tengo un medidor de presión analógico, y entonces paré a verificar el alcance de la inteligencia digital: triunfo del siglo XX, no había pinchadura. Seguimos. Fueron como 70km más o menos. Desde Bardas Blancas a Nihuil Norte yendo en segunda o tercera. Pasamos por un pequeño puente donde debajo corría entre paredes oscuras y altas de rocas lisas como edificios, el río Grande. El lugar se llamaba “La pasarela”. Me detuve a observar los lomos de los peces que iban en cardumen.

Ilustración: Santiago Grunfeld

Alrededor de las cuatro de la tarde entramos a la ciudad de Chos Malal, que fuera capital de la provincia de Neuquén hasta principios del siglo veinte. Encontramos un hospedaje barato y después de tomar un café nos fuimos a leer a la plaza un rato y escuchar a los niños organizarse para jugar a la pelota. Hablamos con unos pibes jóvenes que querían llegar a La Quiaca vendiendo artesanías. Después caminamos otro rato por las calles, porque las veredas están destruidas. Es un lugar muy pobre y la tierra que vuela tiene la textura del talco.

Hace desde agosto que no llueve, nos dijo don René. Recién nos habíamos levantado hoy en el hospedaje cuando llega un viejo flaco con sombrero de ala negro, bombachas Ombú, zapatillas de obrero industrial, campera de cuero comprada en la tienda de la zona y una riñonera roja a la cintura. Traía una mochila al hombro. Dijo buen día bajito y se sentó con el sombrero puesto. “Ya le traigo para el mate, don René” -escuchamos a la señora de la casa. En ese momento de la mañana fue la conversación con don René acerca del color barroso del río por el deshielo permanente del glaciar, la sequía, de dónde somos, su infancia en la montaña sembrando y sobre lo que hace la gente del lugar para sobrevivir. “A los jovencitos, hoy les dan quince mil pesos en una changa, y mientras les alcance para pagarse un celular, ahí están. Mirando todo el día el teléfono y viviendo con los padres, que la mayoría son municipales” -remata don René, en un tono resignado y sin voluntad para debatir nada. Lo mismo nos había dicho un catamarqueño el año pasado en Fiambalá. Pero no era viejo. Era más joven que yo y había puesto un comedor con cinco o seis mesas frente a la plaza. Recordaba esto en el instante en que aparecen tres personas que, como nosotres, habían dormido en el lugar esa noche y saludan y se suman al diálogo y dicen que viajan hacia Paraná, porque son de ahí. El giro hacia el tema de la pesca y de los frutos del río, cada vez más escasos, fue inexorable.

La noche anterior a esa escena fuimos a cenar a un lugar donde cocinan con harina de ñaco, alimento que constaba entre los más importantes en el contrato del peón rural patagónico de principios a mediados del siglo veinte. Es una harina gruesa de trigo tostada que se emplea para varias comidas regionales e incluso mezclada con bebidas. Se cuenta que hubo una huelga prolongada cuando los patrones retacearon el ñaco. En este comedor agregaban ñaco y azúcar a la cerveza, pero se le puede poner al vino o al agua. Me había tomado una chupilca ahí y esta mañana, mientras hablábamos con don René y les paranaenses, sentía en el vientre los daños colaterales del ñaco con alcohol.

Era temprano y ya estábamos en el asfalto otra vez, camino a Caviahue, justo en el medio de esa ruta cargada de fantasías y pródiga en relatos que va de La Quiaca a Río Gallegos. Si, la ruta 40, a la altura de Chos Malal, tiene su punto medio en la línea vertical entre el norte y el sur de Argentina. Han levantado un hito allí, en esa equidistancia, como un emblema más para la localidad, que, además, es capital nacional del vuelo en aeroplano y de la fiesta del chivito asado. A partir de ahí, lo que siguió camino al sur, fue una de Tolkien. Por los paisajes, comparables a territorio élfico, hasta Loncopué y más acá, llegando a Caviahue, desde donde escribo este diario rayando la medianoche al calor de Constantina durmiente. Entre las cascadas del Rìo Agrio que fuimos a ver caminando atravesando el bosque de pehuenes, y el ascenso a pie al Puente de Piedra de basalto frente al extremo sur del lago, hemos cansado el cuerpo. Las panorámicas, el cielo y el aire puro compensan el esfuerzo y dejan huellas imperecederas, invaluables. Si pretendo hacerlo demasiado consciente, se sustrae.

Jueves 23

Ayer fuimos al famoso Salto del Agrio, del río Agrio, que nace en la cordillera y baja desde la laguna homónima. Lugar elegido hace millones de años por el dinosaurio herbívoro más grande exhumado a la actualidad. El bosque de araucarias gigantes era su alimento predilecto. La vista es fabulosa: una cascada de 45 metros de altura forma un círculo azulino y turquesa con bordes anaranjados. Es un gigantesco cráter con el que se encuentra el río Agrio, al que no le queda otra que saltar. Ahí nos quedamos admirando el fenómeno. ¿Qué se admira?, fue un poco el tema de conversación. Uno le supone a la naturaleza una vocación artística, inclinada a manifestarse siguiendo un riguroso capricho estético por las proporciones, las distancias, las texturas y los colores. Que juega con la luz y el accidente, y los asimila a su magnánimo proyecto a predominio visual. Lo que fascina es visual. Y en este salto la tierra expone su composición desmesurada, su interior policromático donde se puede admirar un arte milenario recibiendo al río que casi se pulveriza en la caída (viene escaso de caudal a pesar del verano que acaba de culminar).

La zona de Caviahue es territorio de trashumantes, dimos con ellos en el camino de regreso al pueblo, dirigiendo a caballo el rebaño. Otro espectáculo fascinante, artístico en otro sentido: la pericia del movimiento del criancero para manejar el enorme conjunto de cabras resulta asombrosa. Va haciendo eses con el caballo desde atrás del rebaño coordinando la acción con otro y con un par de perros mimetizados. La trashumancia es un oficio ancestral que se practica en pocos lugares del mundo actualmente. Familias enteras van trasladándose continuamente y trasladando el ganado en busca de las mejores condiciones para el pastoreo. A veces permanecen unos meses en algún lugar. En la ruta provincial 26 pasamos la escuela para niñes trashumantes. Mientras hago estas notas pienso sobre esta práctica casi extinta que se mantiene viva aquí en Neuquén, donde la biósfera aún la permite. Argentina, divino tesoro de reliquias y relictos.

Después de recorrer unos cuarenta kilómetros de ripio desde Pino Hachado atravesando un bosque tupido de araucarias sin sobrepasar los 50 km/h, llegamos hoy a Villa Pehuenia. El hecho histórico que contiene el nombre Pino Hachado, localidad cordillerana desde la que se puede cruzar a Chile y de la que desviamos para tomar el ripio hacia el sur, tiene una relación directa con el genocidio de los pueblos originarios. Parece que el Ejército de Roca, en su persecución y caza planificadas de estos pueblos, hachó una araucaria como señal para el camino de regreso de las tropas. Los mapuches que hoy habitan la zona son descendientes de los que entonces lograron sobrevivir cruzando la cordillera huyendo a Chile. Serían otros los relatos sobre los que formar una memoria colectiva crítica si los demás lugares del país hubieran conservado la referencia al acontecimiento que los fundó. Dimensioné el alcance de este razonamiento simple durante los minutos de conversación que mantuvimos con el tipo que nos recibió en el alojamiento. Nos dijo de arranque nomás, que los mapuches habían alambrado una zona del perímetro del lago Aluminé y eran capaces de arrojarte una piedra si lo cruzabas. Pero que podíamos hacerlo y luego mostrarnos sorprendidos y afables si nos encontraban, que los felicitemos por cómo cuidaban el lugar, y nos vayamos. Gran ejemplo de esa viveza criolla edificada sobre el supuesto de la minoría de edad del otro. Un buen alumno de la pedagogía colonialista. Nos arriesgamos a pensar con Constantina que la criollada de esta villa canta en el mismo coro. Pero recién llegamos y es la primera vez que visitamos el municipio. Más tarde, nos enteramos que el municipio se constituyó hace solamente veinte años, con el propósito explícito de “darle valor a la tierra”, lotear y vender. La movida dejó afuera del juego electoral a las familias pobladoras de las comunidades mapuches y estas interpusieron medidas judiciales. El asunto llegó a la CSJN, que recién después de quince años más o menos, falló a favor de reconocer la antecedencia de la propiedad de la tierra… sólo que aquí la subjetividad municipal pareciera que la vive como expropiación.

En el pueblo se nos acercaron una niña y unos niños que jugaban en la calle, oriundos de la villa. Nos ofrecen pulseras trenzadas con hilo encerado que habían hecho ese día, y como seríamos sus primeros clientes estaban dispuestes a hacernos precio. Conversamos con elles sobre el invierno y lo mucho que nieva. Pero se juntan igual a jugar afuera, dijeron.

Subimos caminando 2000 mts s.n.m. al Batea Mahuida -zona de la comunidad Puel- para ver la laguna formada en el cráter. Alucinante paisaje en el que se avistan el volcán Lanín y pueblos chilenos. Después, en Quechu Lafken, las cinco lagunas. Pienso en cómo podría hacer para quedarme a vivir ahí. Hace frío ahora que se puso el sol y cuando miro el cielo, está en un derroche de estrellas.

Ilustración: Santiago Grunfeld

Sábado 25

Ningún acto para ayer 24. Hoy nos fuimos. 200 kilómetros hasta San Martín de los Andes, unos 80 en ripio. Ayer retomé la lectura de tres obras de teatro escritas por Mauricio Kartun y reunidas después en un libro: Tríptico patronal. El niño argentino, Ala de criados y Salomé de chacra: piezas claves para el puzzle que puede llegar a ser componer un nacimiento para la identidad argentina. Por un lado, patrones asesinos, amantes de la Enciclopedia Británica con hijos inútiles, timberos, traidores y merqueros, y, por otro, peones gauchos tentados por la pilcha del amo. Una coincidencia que prueba la existencia de la telepatía: cuando enganchamos señal entra un mensaje del Facha tomando clases con Kartun en la sala Marechal. Se estrena la Vis Cómica en Santa Fe.

Paramos en la ruta para subir a Miguel Ángel, un paisano que hacía dedo unos 15 km antes de Junín. Pañuelo al cuello, boina bien gastada, bajito y sonriente. Apenas arranco con el auto dice que llegó caminando ahí desde lejos, donde cría y cuida ovejas, sólo. Porque su padre murió y su madre está en el hospital. “Un caballo es muy comilón, lo que comen cuatro ovejas. Por eso no tengo caballo”. Nos cuenta que el invierno pasado la nevada le mató algunos chivos. Que no tiene vecinos. Salvo uno que acaba de salir de la cárcel por matar a la mujer. Y a ese ni le dirige la palabra. Antes de bajarlo cerca del Hospital, a donde hablará con los médicos de su madre, nos pide que lo ayudemos con algo para comer porque no tiene un peso. La pobreza en soledad es mortal para un hombre. Tenía 46 años, pero le dábamos 60.

Ilustración: Santiago Grunfeld

Llegamos a San Martín de los Andes pasado el mediodía. Caminamos por la ciudad. Descubrimos un tostadero de café. Llegamos a la costanera del Lago Lacar y pienso en nadar mañana en estas aguas frías y profundas. Ya es de noche mientras escribo. Últimamente recibo al insomnio más como signo de la prepotencia de la vida que con el miedo de quien se sabe víctima de un predador.

Lunes 27

Caminamos por el bosque rodeando el Lacar (que significa: lago revoltoso que causa miedo) en territorios de la comunidad Curruhuinca. Pasamos por un poblado donde habitan unas diez familias, sus ovejas y sus perros. “Además de ser pastores sabemos hacer otras cosas”, recordamos lo que dijo una mujer cuando estuvimos en Pehuenia. Lo que estaba en juego era la puja por la administración del parque de nieve del Batea Mahuida, que en su momento se pretendió negociar dejando fuera a los Lonkos. “La gente de Buenos Aires, los porteños, vienen pensando que todavía tenemos plumas en la cabeza” –agregaba. Claro, el ojo del citadino tilingo no los ve como personas sino como elementos del paisaje.

Luego de 5 km llegamos a una playa pedregosa, estrecha. En frente, una isla de unos 50 metros cuadrados cargada de rocas, álamos, cipreses y lengas. Ya había nadado ayer una hora y remado en kayak otra. Estaba dulce para volver a tirarme y llegar hasta la islita, pero eran intimidantes el viento helado y el oleaje. Nadé igual un rato y crucé hasta allí mientras Constantina tomaba sol abrigada. Me faltaba el gin tonic con dos gotas de Angostura y casi era Thomas Hudson en Islas a la deriva, pero del hemisferio sur. Empiezo a disfrutar de sentir el frío.

La ciudad de San Martín está bastante concurrida en esta temporada, que no es alta. Muchos chilenos y chilenas en sus calles, tiendas y bares. Dos patentes chilenas cada diez o doce argentinas. Nuestra moneda, la más devaluada de la región, tienta a la ciudadanía de países limítrofes porque el cambio le es favorable. No es una ciudad productora más que de servicios, y el comercio se da muy bien aquí, especialmente el destinado al visitante internacional.

Martes 28

6.30 hs. Es temprano y ha llovido casi toda la noche con mucho viento. La temperatura ha bajado bruscamente. Si en Traful persisten estas condiciones climáticas no sé si podremos cruzar el lago para bucear en el bosque sumergido. Ahora saldremos para allá retomando la 40.

17 hs. El día nublado y con vientos de 45 km/h transformó la ruta de los siete lagos en un túnel de hielo cercado por cipreses húmedos y perfumados. Dejamos atrás el área del Parque Nacional Lanin para entrar a la del Nahuel Huapi. El desvío por ripio a Villa Traful contorneando el lago casi a nivel, ya en pleno bosque, fue alucinante. Los bosques andinos hechizan: cada brote o rama caída, cada helecho o muérdago, todo ese suelo acolchonado formado por millones de hojas que caen durante décadas empiezan a meterse en tus pulmones… y lo que sigue es un cuento fantástico. Me vino el recuerdo de la peli en la que Robert Downey Jr. se da con oxígeno.

18 hs. Estamos en el muelle y vemos el cielo preparándose para llover. Alrededor de diez cauquenes reunidos en el borde del rompeolas parecen dispuestos a lanzarse al vuelo. Nos cautiva su plumaje y nos acercamos despacio para mirarlos mejor. Bordeamos la costa y caminamos hasta donde termina el asfalto unos 3 km. Los pinos superan los 30 metros con troncos que miden los brazos abiertos de una persona adulta. Supermercado Trafuleño, leemos en un cartel. Y abajo dice: “El de acá, no te confundas”. Ahora sí llueve tupido con ráfagas de viento del oeste, que pican el lago. 

Miércoles 29

10.30 hs. Aparece en el local desde donde partiríamos para bucear un petiso que trae la mala noticia de que Prefectura no abre el puerto hasta el viernes, por el clima. No está habilitado el lago Traful para ninguna navegación. Cruzar al bosque sumergido no se puede. Nos quedamos hablando con una buza profesional, oriunda de Neuquén capital. Decía que el desplazamiento de las placas de roca es cada vez más veloz y que el bosque de enfrente podría volver a desprenderse de la ladera de la montaña y caer los 230 metros de profundidad que tiene el lago, provocando una especie de tsunami que ahogaría el pueblo. Qué picardía sería morir ahogades en la montaña, comento.

Decidimos hacer los senderos a las cascadas del Arroyo Blanco y Coa Co. Pasamos por la cabaña a preparar café y agua para el camino por el bosque. Nos esperan unos 6 km en ascenso. Constantina hace cálculos y el promedio arroja que venimos caminando unos 10 kms por día durante este viaje.

14.30 hs. Al fin encendí un fuego para cocinar a las brasas. Se acercó Hugo, quien nos alquiló la pequeña cabaña en el mismo terreno que tiene su casa. Conversamos sobre la pesca en la zona: noviembre y diciembre se puede pescar alguna trucha o salmón, con mosca o cucharita. El resto del año el pez fondea. Hablamos también sobre las nalcas que crecieron en el curso de agua que pasa por aquí. La nalca es una planta ancestral de hojas ásperas que llegan a medir hasta dos metros. Impresiona por sus proporciones gigantes comparables a las de nuestro irupé litoraleño. Las plantas y árboles se dan muy bien en la zona de la villa. Tierra fértil del bosque asienta unos 20 cm sobre arena volcánica creando un sustrato ideal. Hugo nació aquí, es uno de les novecientos y pico de habitantes residentes que tiene en la actualidad Villa Traful. Él mismo fue edificando de a poco su casa y las cabañas. Aparece como un hombre alegre, cuidando de que nos sintamos a gusto.

Jueves 30

11 hs. Amaneció sin sol y con mucho viento. Caminamos hacia el este por la orilla unos 4 km para subir unos farallones y ganar una panorámica. Nos reímos de mis intentos por imitar el canto del chucao que acabamos de avistar. Constantina retoma lo que ayer decía Hugo sobre la pureza del agua del lago, que puede beberse sin filtrar. Juntamos en el hueco de las manos y probamos.

La llovizna obligó a guarecernos bajo unos arbustos entre grandes piedras. Debe hacer uno o dos grados. Hablamos de los más de 2000 kilómetros de ruta recorridos y de los otros tantos que nos esperan de regreso. Mirando el oleaje nos abandonamos a un estado de ensoñación. Siento que la percepción más verdadera es onírica.

Ilustración: Santiago Grunfeld

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