Lo que pueden los peces
Bajo el agua se piensa
mucho más de lo que se puede.
Pese a todo, los peces saben
que más allá del espejo del aire
hay otro mundo
y que lo sepan sin poderlo
es tan hermoso
que no tiene remedio.
¿Por qué desearte una felicidad así?
Porque, sabrás,
no hay fluido que escape a esta realidad:
sueñan los peces con lo que piensan y no pueden
y otro tanto nosotros
y los otros.
Verás,
para los sueños los fluidos no cuentan
sino el espejo del río con la noche,
y de la noche con las estrellas.
Ilustración: Santiago Grunfeld
La vergüenza
Estúpidamente vencido,
envenenado de vértigo y náuseas,
envuelto en edredones de lana cruda
que le pican donde la piel está desnuda,
en la cara y el cogote,
edredones de colores primarios y brillantes que él recuerda
porque ahora el rancho está oscuro
y los rojos y amarillos y azules se han apagado.
Le pican también los rostros morenos y borrachos
de niños recién amamantados,
del comisario y el jefe comunal,
que no eran ni lo uno ni lo otro
porque aquel rancherío de la montaña
no llegaba, ni con mucha gracia,
a pueblo.
Lembra y se asusta por los huecos,
los lapsus que el alcohol dejó
y en los que cualquier cosa podría haber ocurrido,
aunque seguramente nada grave.
Rosita morena y silenciosa se movía entre ellos, diligente,
llevando platitos con mote y papa,
juntando los cristales de los vasos rotos;
Rosita morena que se ha quedado sola,
en lo alto de la montaña,
y disimula su ahogo de oxígeno y de amor:
Ninguno de sus hombres volverá,
espalhados por lejanos continentes.
Rosita diligente
le ha quitado los zapatos
y lo ha envuelto en edredones
que le pican la cara y el cogote,
y sabe por eso que, tal vez,
no haya maltratado mucho a esa mujer:
no ha cometido otra falta más que embriagarse
y perder el sentido
y devolver los restos de mote y papa
que quedaron depositados como bosta pálida
en el suelo del rancho,
junto a la cama.
Está despierto. Hace rato que afuera todo está callado. Clarea.
Hay trastos que comienzan a sonar
aunque la humana actividad que los empuja
permanezca sumida, imperceptible.
La puerta se abre, cuidadosa de no despertarlo.
Él ya espiaba por el hueco de la caverna de edredones de lana cruda.
Rosita se acerca y no puede evitar el bisbiseo de las alpargatas.
Él cierra los ojos. No quiere ver. Aprieta los dientes dentro de la boca.
Rosita trapea su mugre.
Afuera, entre las montañas, canta un gallo.
Ilustración: Santiago Grunfeld
Piano sido
“Vim só dar despedida.”
Marcelo Camelo
¿Es pasado
es mentira
es soñado este piano
este niño que sueña arrullado
un sueño redondo y feliz?
¿Es pasado
es mentira
es soñado este perro echado
junto a la ventana del piano
donde un niño sueña arrullado
un sueño redondo y feliz?
¿Fue pasado y ya no es la noche fresca del campo,
el perro dormido,
el niño soñando
y el hombre cantando
en susurros
que no ha venido a dar despedidas?
Lo hermoso compra pasajes de ida
va y viene entre lo sido y lo después
y la noche del campo es
la noche que fue,
y el perro
y el piano
y el niño que sueña arrullado
un sueño redondo y feliz,
fueron, siendo, lo que son
Cuando es el hombre que canta apenas
quien vino a dar despedida.
Ilustración: Santiago Grunfeld