“Trabajamos con desgracias.
Y con las consecuencias de ellas.
Aquí se inscribe nuestra práctica.
No importa de qué área profesional se trate,
ha habido una catástrofe y los padres
vienen con sus escombros a nosotros”.
Carlos Eduardo Tkach.
Este epígrafe es el comienzo de un escrito de un psicoanalista de Buenos Aires que nos ayudará a reflexionar sobre nuestra práctica en discapacidad, ya que su abordaje está enfocado en niños y jóvenes con problemas en el desarrollo.
Mi experiencia e historia con esos “escombros” está teñida de varios capítulos transcurridos en el interior del Centro de Día “Marca Naturaleza”: mis inicios como residente, como pasante, luego como coordinador y, actualmente, como parte del cuerpo directivo.Una de las funciones que cumplo, entre otras, es escuchar a padres en entrevistas donde se mezclan demandas, quejas, esperanzas, ilusiones, locuras, etc. pedidos de los más variados, buscando garantías donde sabemos que no las hay, buscando algún tipo de brújula que los oriente o ayude trabajar con esos escombros mal armados, desarmados.
Es sobre estos escombros -acá los podríamos llamar Lo Real- donde ubicamos nuestra práctica.En estos casos, hagamos lo que hagamos, la catástrofe ha sucedido, y, por el lugar en el que elegimos estar, somos llamados a rearmar algo de esa estructura simbólica deseante que ha sufrido el sismo. Una escucha atenta nos permite leer en cada familia -madre, padre, hermano, etc.- los enormes esfuerzos a los que se han sometido, y han sometido a otros, en el intento de curar o sanar lo roto del inicio. Y al hacerlo, nos permite también leer la búsqueda de filiación o la necesidad -cuasi delirante en algunos casos- de reparar esos escombros.
No estaba en sus planes ese hijo, no era lo que esperaban, por lo cual no pueden reconocerse en él, y, entonces, la pregunta que queda es: ¿qué lugar es posible?, ¿qué lugar ofrecer a ese recién llegado?
Con los pedazos rotos, con los restos y con aportes nuevos que irán surgiendo de los padres les ayudaremos a construir un lugar posible de ser habitado. Es desde aquí, según mi perspectiva, donde podríamos comenzar a situar el punto de partida de nuestro hacer, de nuestro trabajo, y, repito, se trate del área que se trate. Dentro de lo específico de nuestro campo, y pensando la función del coordinador, ¿cómo pensarla en el recorrido del que intentaremos dar cuenta este año? Avanzo con algunas definiciones.
¿Qué es una función? Es la acción o servicio propio y específico que se espera de alguien. ¿Qué es un trabajo? Es lo que alguien debe hacer, o se espera que haga, para cumplir su función. Según lo que vengo introduciendo, entonces, lo que se espera del trabajo de un coordinador es que pueda contribuir al entramado de esa estructura simbólica deseante con esos escombros. Eso por un lado, pero, por otro lado, necesitamos coordenadas y un mapa de ruta que nos oriente. ¿Qué es un mapa de ruta? Es un concepto de desarrollo que leí en un ensayo de Norma Bruner del libro “El juego en los límites. El psicoanálisis en la clínica de problemas en el desarrollo infantil”, dice:
“El desarrollo es la carretera singular que en tanto real, simbólica e imaginaria se construye y configura desde el significante y sus leyes, donde tienen lugar y transcurren las transformaciones primordiales necesarias para el sujeto al intentar realizar los viajes del deseo, sus trayectos e instrumentos, desde el nacimiento hasta la muerte”.
El desarrollo, según lo leído, es ese camino a construir, a recorrer una y otra vez -repeticiones mediante-, en donde comienza a funcionar la lógica del corte y la discontinuidad. Esas marcas que uno se propone inscribir en el otro, esas operaciones fundamentales, que buscarán ser bajo el primado de la lógica de lo prohibido, lo imposible, lo perdido, y no sobre una lógica de la acumulación, adaptación, imitación y conservación. El desarrollo, desde esta perspectiva, supone al sujeto en función de sus relaciones con el campo del otro y con otros significativos.
Balizas para andar entre los escombros
1. Motivación terapéutica
A mi entender, una de las primeras coordenadas que debemos tener en cuenta al ser confrontados con jóvenes con problemas en el desarrollo es la búsqueda de una motivación terapéutica, ya sea planteada como el interés de que alguien adelgace o mejore su relación con la comida sin ser comido por ella, ya sea como el deseo de liberarlo de algún síntoma o inhibición, ya sea como el anhelo de que alguien pueda aprender a escribir su nombre, a subirse al caballo, etc.
Motivación terapéutica no es sinónimo de curación, implica la posibilidad de hacer mejorable no solo la calidad de vida sino la relación con los objetos del mundo. En el peor de los casos, al decir de Clemencia Baraldi, estamos limitados a buscar detener o aminorar un deterioro o una involución crónica.
Entonces, retomando, la motivación terapéutica es una primera coordenada a pensar en lo que compete a la función, ya que nos marcaría algunas diferencias con otras modalidades de aprendizaje u otras instancias por donde los jóvenes transitan. Por lo tanto, ante esos escombros con los que elegimos trabajar, y los padres nos traen, mi primer objetivo es encontrar dentro de mí una motivación terapéutica.
2. Condiciones subjetivantes
Una segunda coordenada a tener en cuenta es poder trabajar lo que acá llamaré las “condiciones subjetivantes”. ¿Qué digo con subjetivante? Digo que si la subjetividad es ese campo de la dimensión social incorporada al aparato psíquico ampliado, donde el sujeto se constituye vitalmente como sujeto a Otro, la idea es poder construir, encontrar, buscar aquellas marcas que definen a quien está a cargo nuestro, ya que son estas condiciones subjetivantes las que nos darán la posibilidad de que esos escombros se transformen en otra cosa.
Arriba los invité a que pensemos esos escombros como Lo Real, ahora le agregaría un adjetivo, Lo Real Orgánico, esto es, un cuerpo en estado bruto, sin que nadie lo nombre, sin que nadie lo piense, sin que nadie espere algo de eso, o, lo que es peor, un cuerpo relacionado a lo monstruoso u horroroso. Para dimensionar esto, por ejemplo, les recuerdo que a varios de nuestros concurrentes, según lo que nos han relatados sus padres, profesionales han terminado por hacerles observaciones del tipo, “va ser como una plantita”, o “no le hable que no entiende”, “o va a quedar así para toda la vida”, etc.
¿Qué sería del cuerpo de esos concurrentes sin una motivación terapéutica? ¿O qué sería de ellos si sobre ese real orgánico no hubiese operado o no se hubiese anudado ninguna dialéctica discursiva, significante? Algo de lo deforme, de lo mal armado, de los escombros, al entrar -por la vía regia del otro- en una dimensión distinta, puede transformarse.
R. es un claro ejemplo de este trabajo, donde la dialéctica discursiva, el sobrenombre “Kiko”, el deseo y cuerpo puesto allí, impiden o velan un real orgánico con limitaciones por doquier. T. es otro ejemplo en dónde con una estrategia mínima, recibir la comida, repartirla, etc., encontró un lugar en un entramado simbólico e imaginario que lo ubica, lo ordena, le permite construir un lugar en relación a los otros.
Entonces a lo real orgánico debemos enfrentarlo a motivaciones, trabajos u operaciones que darán algún tipo de anudamiento. Es siempre el Otro -en una cría, la madre o quien cumpla esa función-, quien, mediante sus artilugios rudimentarios, caricias, miradas, voz, ritmos, etc., va construyendo ese GPS, esas operaciones que distanciarán lo real de su cuerpo. Ahora bien, no podemos negar que ciertos accidentes en el desarrollo impedirán, en muchas ocasiones, un pleno desenvolvimiento corporal o funcional. Pero no es menos cierto que no es del cuerpo sino de la simbolización que en él opere, de la que dependerá la estructuración psíquica y las condiciones de subjetivación.
Estas condiciones de subjetivación, estas marcas simbolizantes, siempre dependerán del Otro, es otro el que va marcando en lo real improntas que tienen que ver con su historia, ideales, amores, etc. Entonces, cuando algo en ese real orgánico que llega al mundo nos devuelve una imagen que no corresponde con lo esperado, el sismo se produce y los escombros producen estragos. Que se entienda bien: un cuerpo, un real, para organizarse, está obligado a inscribir ciertas rutas desde lo simbólico, más allá de sus funciones musculares o fisiológicas. Podríamos afirmar que, desde el lado de lo real orgánico, lo psíquico encuentra un límite…pero desde el lado simbólico e imaginario, las posibilidades y la extensión de lo psíquico son infinitas.
Y deberá llegar la renuncia. Los padres deberán enfrentarse a que ese hijo no sea aquel que les brindará lo que deseaban. Nos tocará enfrentar esas renuncias y, en el mejor de los casos, iniciaremos o materializaremos “el inicio de una nueva ilusión”, en la que algún futuro distinto, posible, se inscriba como marca. Ha pasado, y pasa, en muchos de los jóvenes con los que trabajamos.
Ayudar a armar “una estructura simbólica deseante”, como planteamos al comienzo, es sin dudas lo que puede aportar el trabajo de un coordinador. No es sin una motivación terapéutica, no es sin tener algún conocimiento de las condiciones por las que alguien se subjetiviza, no es sin tener algún objetivo, alguna ilusión, de que algo de lo que podemos aportar podría anudar, andamiar, anclar lo real orgánico con lo simbólico e imaginario.
Considero esto último de vital importancia, ya que en muchas ocasiones nos permite no quedar atrapado en el diagnóstico; en que la evolución de un concurrente no se confunda con su destino.
Sabemos lo fundamental que es, para que se instalen elementos subjetivantes, encontrar a alguien que empatice con el bebé. La posibilidad de empatizar con alguien es al mismo tiempo la posibilidad de donar un deseo allí, de prestar nuestro cuerpo, nuestra palabra. Cuando esto no ocurre, o por alguna razón está obstruido, las consecuencias son del orden del yo. Es imposible el armado de un yo, ya que se hace imposible que alguien signifique y dé sentido a un yo que aún no posee por sí mismo; entonces, estamos allí para hacer de muletas. Trabajamos construyendo realidades con otros, que sean sostenibles, transitables para aquellos para quienes aún estos escombros no tienen forma, funcionan separados. Ofrecerse como otro, interrumpir recorridos automatizados, nombrar un movimiento, introducir en definitiva un significante que anuda esos escombros, que les da forma, una nueva forma, y es desde allí quizás que tenemos la posibilidad de que algo cambie en relación al lenguaje, al modo en cómo se relaciona con los objetos, etc.
Conclusiones
El objetivo es, en parte, propiciar un trabajo que amplíe y profundice una mirada sobre aquel cuerpo escombro que nos llega, invitándolo a transitar una ruta posible.
¿Por qué no pensar la función como ese articulador, como cierto dispositivo, que tiene como tarea orquestar, enlazar, ensamblar el recorrido de cada experiencia de los concurrentes del grupo en un entramado mayor que es el Institucional?
Un coordinador siempre debe estar ligado a un deseo, a una fuerza, a una motivación. Eso cuestionará su práctica y lo llevará a reflexionar, a pensarla, y, en el mejor de los casos, transformarla. Cuando llegan los jóvenes al Centro de Día “Marca Naturaleza”, llegan con ciertos avatares que gobiernan sus vidas y casi siempre no es el que esperamos. Me refiero a los eternos automatismos de conductas, de sentido, con los que nos encontramos a diario, a esas complacencias eternas de las cuales son prisioneros, que nos adormecen en algunos casos y nos irritan en otros.
Decíamos anteriormente que la función de un coordinador, entre otras, es hacer de su trabajo una práctica. Práctica ligada a un lugar, a un territorio, que nunca podremos reducirlo a su materialidad -es decir, a las 2 hectáreas con sus canchas de fútbol, bochas, pista de equino, huerta, cocinas, aulas, etc.-, sino saber que en esta materialidad también están en juego fundamentalmente vicisitudes simbólicas e imaginarias que tienen todo su peso y hacen a la visión que cada uno de nosotros tengamos de aquel territorio.
La manera en que podamos entretejer relaciones con ese territorio, más nuestras cuestiones simbólicas e imaginarias en juego, arman nuestra Institución. Ese entretejido que se forma es lo que entiendo por lazo. Allí se jugarán los intercambios, las regulaciones posibles, los sentidos, etc.
Si realmente la función del coordinador se convierte en articulador y dispositivo, podremos mantener cierto control y resguardo a la hora de producir intervenciones, no solo sobre ellos -los concurrentes-, sino también sobre nuestra propia implicación y práctica.
Ilustración: Juan Cruz Catena
Transcripción con adiciones de una exposición realizada en el marco del Espacio de Formación Interno del Centro de Día “Marca Naturaleza”.