Apertura
Deriva: “Abatimiento o desvío de la nave de su verdadero rumbo
por efecto del viento, del mar o de la corriente.”
Diccionario de la Real Academia Española
“(…) aunque no es tan dañino promover algún naufragio,
tal vez incluso necesario, se trata de no acabar en aprendiz de piloto
de tormentas, promoviendo propios hundimientos” –
Fernando Ulloa
Para ensayar una apertura tal vez sea necesario respetar ciertos parámetros de estilo, aunque en esta ocasión nos permitamos obviarlos, buscando de esta manera que nuestra voz conjugue a su modo lo que deberíamos decir y lo que terminaremos diciendo. Es que, verán ustedes, hacerse de un lugar para establecer una enunciación colectiva comporta (al menos para nosotres) sus dificultades, y quizás por eso es que preferimos que hablen nuestras preguntas antes que ese decir en común que, a partir de ellas, hacemos consistir.
A decir verdad, aún no tenemos claro en qué medida moldeamos o nos dejamos moldear por las preguntas que aquí se presentan, ya que en el recorrido que venimos haciendo, los hallazgos que a tientas fuimos recogiendo nos hicieron reconocernos antes en los márgenes de una práctica de la indagación que dentro de los contornos de alguna apelación al ser. Por lo tanto, en esta ocasión, optaremos por privilegiar el cómo antes que el quiénes.
La primera pregunta “¿Qué hacemos con la identidad?” se cifra en un no saber qué y cómo hacer con este concepto al interior del campo analítico, siendo este último el espacio teórico que demarca las coordenadas para la enunciación de ese hablar en común que aquí asumimos.
Ahora bien, es posible sugerir que los bordes de cualquier espacio teórico están dados por sus conceptos y no por los estilos, simpatías o enemistades de sus adherentes; y que este concepto que venimos trabajando proviene de un afuera, o mejor dicho, de varios afueras distintos, en tanto nos encontramos con diversos discursos del saber conjetural que lo consideran propio. Tal vez por eso es que, en parte, transitamos nuestro recorrido con la sensación de ir portando un objeto de contrabando hacia un puerto muy bien custodiado.
Qué bandera flamea en dicho punto de llegada es un asunto que aún queda por determinarse, aunque tampoco es cuestión de andar pidiendo permiso en tierra de nadie. En todo caso, no se trata para nosotres de presentar credenciales sino de poner a consideración ante otres la pertinencia de un cómo, y ese cómo, paradójicamente, se termina de construir al encontrar en la palabra deriva la forma de nominar un modo de hacer con los conceptos.
Dejándonos orientar por esta palabra nos permitimos entrever a la identidad (junto a otro conjunto de conceptos de difusa procedencia) como una correntada -o un mar embravecido- que nos ha obligado a tomar no pocos desvíos respecto de las categorías que pueden considerarse como propias al psicoanálisis, emergiendo de este modo como fundamental la tarea de pesquisar los contornos que hacen posible demarcar el afuera y el adentro, lo central y lo periférico.
También ahí, siguiendo las resonancias que este término nos produjo, nos re-encontramos con el inconducente debate respecto del “verdadero” rumbo del psicoanálisis. Consideramos atinado no dejarnos llevar por los rumores del viento o los caprichos de las corrientes para en cambio operar en función de robustecer el caudal principal, el cual a nuestro entender se conforma en las instancias de interlocución entre pares, que como sostiene Perla Sneh podrían partir de un múltiple interés que no se abstenga de la dispersión. Advertimos aquí, a nuestros posibles lectores y lectoras, que el cómo del que venimos hablando no representa para nosotres ni una novedad ni un cambio radical que busca patrocinantes; al contrario, es ante todo una filiación político-teórica, y se trata, en definitiva, de ejercitar la indagación empezando por reconocer que dicha práctica es ante todo una encrucijada que se asume (lo admitamos o no) con otres, y que entre la estéril normativización teórica y la nociva falta de rigurosidad, se encuentra disponible un modo de hacer desde el psicoanálisis que se permite ir hacia los problemas sin saber qué tan posible será volver.
Hacer con conceptos
La identidad se revela como un problema –o un amasijo de problemas– al momento de querer avanzar buscando un concepto.
En este recorrido nos fuimos encontrando con emplazamientos discursivos que en sus formas cristalizadas representaban un tropiezo. Por un lado, un esencialismo innatista que excluye la posibilidad de cambio e impide pensar la alteridad constitutiva del sujeto; por el otro, un relativismo que propone una versión de identidad self-made edificada a fuerza de voluntad y buenas intenciones, y que llega a desconocer el influjo de la filiación y del lazo social. ¿Cómo eludir entonces el binarismo que tensiona a la identidad entre estas dos visiones antagónicas?
Bajo la advertencia de las huellas profundas que estas visiones imprimen en el camino, entrevemos sin embargo un desvío que permite la apertura de nuevos rumbos: aquellos que nos conducen a comprender la identidad como categoría de la práctica, es decir, distinguir que se encuentra en el hacer más que en el ser, en la praxis antes que en la ontología. De esta forma, dirigida al agente de una acción, la pregunta “¿quién eres?” deviene una pregunta ética –dimensión que es crucial subrayar– que implica en sí misma dar cuenta de una posición filiatoria, territorial, histórica. Y al mismo tiempo la dimensión del acto adquiere sentido entramada en una narración que es a la vez ficcional e histórica.
Se trata entonces de abordar los derroteros por los que las identidades se producen –el modo impersonal del verbo no es aquí ingenuo– y los escenarios que se abren cuando se entreteje con demandas sociales e instituciones, nombres propios y relatos colectivos.
Y si de ética hablamos, el psicoanálisis nos enseña que ésta se orienta a la diferencia, de modo que la identidad no parece poder pensarse sin las coordenadas simultáneas de las nociones de filiación y de transmisión. Resulta imprescindible reconocer lo heredado a la vez que subrayar que el sujeto se apropia de lo que recibe para producir una diferencia, una marca singular. No es posible transmitirlo todo y ese resto convoca una respuesta ética.
Por otro lado, la pregunta por la identidad y qué hacer con ella reaparece en momentos históricos particulares que signan su emergencia tanto en la vida social como en lo singular de una historia personal. Estos momentos están marcados por la presencia de una amenaza, de modo que la vía de acceso a la pregunta por la Identidad resulta siempre una búsqueda que incluye la referencia a una exclusión o la amenaza de su acontecimiento. Sobre la marca de la borradura se inscribe una pregunta que insiste en no desaparecer.
En este punto volvemos a ubicar una relación necesaria entre identidad y psicoanálisis, ya que no hay acceso a una posición analizante sin una pregunta que ponga al sujeto a hablar en una escisión que lo implique.
Ahora bien, las vías de acceso a la pregunta por la Identidad pueden ser múltiples: por la vía del exilio, por la vía filiatoria, por la vía del duelo o pérdida, o por cualquier vía que apunte al ser y que falle en la captura de un nombre o respuesta que intente resolver la pregunta. La identidad, tal como se plantea desde este lugar, no es fija, estática ni proviene de una esencia del ser, sino que es producto de un decir, una narración, una lengua que hablamos y frente a la cual somos hablados.
¿Sueñan los analistas con una legalidad epistemológica?
“Rick se acercó a la oveja, se inclinó junto a ella y tanteó en la gruesa capa de lana,
que al menos era de verdad, en busca del panel de
control oculto que manipulaba el mecanismo (…)”
Philip Dick
“(…) Los hechos de la clínica tienen precedencia (…) la teoría es buena
pero eso no impide que las cosas sean como son”
Charcot
¿Cómo un concepto logra su carta de ciudadanía en el campo psicoanalítico? ¿Existe acaso, dentro de este último, una legalidad epistemológica reconocible y operante? Presentamos esta pregunta y al mismo tiempo entendemos como poco probable la posibilidad de que un campo teórico opere sin legalidad epistémica. Es por eso que consideramos que la mirada debe situarse menos en el interrogante acerca de la existencia o no de este de marco legal, y más en la insistencia del equívoco que suele confundir la necesaria legalidad con la más pura arbitrariedad, que como consecuencia, confunde la apelación a la coordenada epistémica con el intento de clausurar la argumentación y sus impredecibles consecuencias.
La inclusión del concepto de Identidad dentro del cuerpo teórico del psicoanálisis es un excelente ejemplo de esta opaca dinámica, ya que más allá de las mencionadas posiciones contrapuestas respecto de la inclusión o no de dicha categoría, el resultado muchas veces termina arrojando una homologación de la identidad a concepciones previamente establecidas estableciendo una suerte de cierre de cualquier intento real de interpelación.
En este sentido, podemos recuperar lo que Derrida propone en Estados de ánimo del psicoanálisis donde afirma que ve al psicoanálisis replegándose sobre sí mismo y causando su propia inhibición, de manera autoinmunitaria. “Es en su poder de poner en crisis que el psicoanálisis está amenazado, y entra entonces en su propia crisis”
La historia del psicoanálisis, como teoría y como institución, da cuenta de un movimiento que dirigió críticas y quejas, hacia adentro de su campo y hacia afuera de éste. En su análisis de la actualidad del psicoanálisis Derrida nos invitaba a demorarnos un momento para pensar:
1) – Si este límite existe, y cuál es su valor, entre el adentro y el afuera, lo que es propio y lo que no es propio del psicoanálisis; luego
2) – ¿Quién dirige la queja a quién?
Solo tras esa pausa estaremos en condiciones de indagar si el psicoanálisis de nuestro tiempo sigue siendo capaz de ser una herramienta crítica y de cuestionamiento.
¿A quién dirige el psicoanálisis sus quejas? ¿Qué tercero de apelación construye el psicoanálisis para legitimar un concepto en su campo? Si partimos de considerar que la clínica es el espacio donde nacen los interrogantes que ponen en tela de juicio las teorías cuya convicción sostenemos (y nos sostienen), podemos sugerir también que la teoría debe ponerse a prueba ante las demandas que se mueven al calor de lo histórico-social. De lo contrario, si no toma en cuenta las mutaciones del sujeto y sus modos de sufrimiento, y se compromete en ello, el psicoanálisis no podrá más que autofagocitarse, como lo anticipaba Derrida.