SILENCIOS AL AGUA / Natalia Cavalieri

 
Su casa, su perro, la madera que sostenía la medianera, sus camisas, son los cuatro elementos fundamentales de mis sueños de castigo.
El paisaje es un lamento que ya no se oye.
 
Su tiempo de pesca, mi pulmonación. Siempre vi en los pescados a víctimas de mi necesidad de silencio.
La soledad es una canoa a media tarde. La otra soledad, es un ocaso morado del ojo. Es igual que el colesterol, bueno y malo. Aprendí que con frutas, verduras y pescados la soledad mala baja.
 
Las esquinas sólo existen en otoño. Las de su invierno, primavera y verano desaparecen con el alcohol en sangre.
La basura de los fines de semana se acumulaba en las esquinas. Que el resto de esas noches quedase afuera, mi paraíso terreno.
Los domingos, para conciliar el sueño, me contaba que los Palmares de Colón habían nacido del estiércol esparcido por las vacas inglesas.
 
Esa fue mi primera teoría sexual: las simientes elevan belleza aún de la mierda.   
Rosa amarilla, margarita y lavanda siempre reblandecieron la piel callosa de sus dedos. Creo que la humanidad de algunos hombres nace de tomar flores en sus manos.
Aquellos domingos son, ahora, sólo un mantel de helechos. El tiempo no envejece, hijo, se envuelve en pequeños objetos desdichados.
Textos: Juan Cruz Catena
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