Génesis
Alimentarás el llanto hambriento
de las crías en sus gestos inconclusos,
acallarás su canto con blasfemias
y palabras de otros.
Abrazarás la noche
con el temor al último suspiro
y pedirás conservar la forma pequeña
en la palma de la mano.
Castigarás, domesticarás,
mostrarás los dientes frente a los cazadores.
Serás progenitor y con tu sangre
absolverás de los pecados a la estirpe.
Serás antecesor y en línea recta
caerán las manzanas a la tierra.
Saciarás la sed de los culpables.
Serás el tamaño de la huella,
dejarás el rastro,
delinearás el contorno de las verdades
y olvidarás que un día fuiste cachorro.
Alimentarás el llanto hambriento
de las crías en sus gestos inconclusos,
acallarás su canto con blasfemias
y palabras de otros.
Abrazarás la noche
con el temor al último suspiro
y pedirás conservar la forma pequeña
en la palma de la mano.
Castigarás, domesticarás,
mostrarás los dientes frente a los cazadores.
Serás progenitor y con tu sangre
absolverás de los pecados a la estirpe.
Serás antecesor y en línea recta
caerán las manzanas a la tierra.
Saciarás la sed de los culpables.
Serás el tamaño de la huella,
dejarás el rastro,
delinearás el contorno de las verdades
y olvidarás que un día fuiste cachorro.
Danzanimalidad
Busco mi animal, lo persigo
agazapada en el placer de mirar a la presa
o al vacío en el paisaje señalando su rastro.
Pienso en mi animal, lo imito
lo visto con pieles de fantasmas humanos
lo acuso por lo desabrido del gesto.
Quiero mi animal, lo nombro
en el sonido acompasado de mi lengua látigo
en el crujir del cuero quemándose con el hierro.
Convoco a mi animal, lo encuentro
en el tejido muscular cuando duele
en la acidez del instinto
que lo muerde y devora todo.
Busco mi animal, lo persigo
agazapada en el placer de mirar a la presa
o al vacío en el paisaje señalando su rastro.
Pienso en mi animal, lo imito
lo visto con pieles de fantasmas humanos
lo acuso por lo desabrido del gesto.
Quiero mi animal, lo nombro
en el sonido acompasado de mi lengua látigo
en el crujir del cuero quemándose con el hierro.
Convoco a mi animal, lo encuentro
en el tejido muscular cuando duele
en la acidez del instinto
que lo muerde y devora todo.
Falta un cuerpo
Un rugido hace un tajo
en la piel se palpa la existencia
el canto aturdido de los pájaros
se dispara y corta el aire.
Alguien intenta borrar tu nombre
pero explota
en un rostro emulado
sobre el lienzo se celebran
los rastros de la manada
la pertenencia.
A lo largo del río las piedras cantan
al hijo que falta
al hermano
un cuerpo ausente suena
a música que ejecuta el viento
en la inmensidad de la Patagonia.
El peso
Cae el peso muerto de la noche
en compases de cañería averiada;
una tras otra las horas
como gotas de oxitocina dilatan el insomnio.
La sentencia líquida de la estirpe
obliga al secreto, evita el abrazo
y todas las formas que no digo van
hacia el centro de la tierra
por lo inevitable y la gravedad.
El agua disminuye descubriendo el barro;
el mediodía enciende
dorado en las costas, ceniza en el monte,
y sin embargo, me atrae que aparezca el fondo.
¿Adónde irán las tortugas cuando no quede río?
Fantaseo un ritual de retirada, una peregrinación cabizbaja
hacia alguna tierra prometida:
llevarse lo que queda, elegir quién se va primero
¿Huirán de a dos las cardenillas?
La herida en el paisaje se demora en la sombra de los alisos
y en la breve danza de las mimosas.
A medida que el río baja
expulsa: a los trascendidos del altar, a los de la huella,
a los afortunados de la cicatriz
y a los de gesto duro en la bocanada, los que siempre
hemos sido sorprendidos por las catástrofes
tomando el aire, previos al sonido.
Me quito la ropa como un sacudón de perro,
toco el cuerpo frío del lavarropas con la panza,
camino sobre el ruido hueco de la habitación.
El poema se revela en el vacío, es la parte extirpada,
una cartografía del arrebato.
Lo odie para el carnaval previo a la peste,
lo negué varias veces,
lo abandoné en alguna existencia apócrifa
de las redes sociales.
No volvimos a vernos la cara,
tocarnos la lengua,
no me sacó a bailar por asimétrica,
ni me reveló las figuras ocultas en el mármol.
No dijo más <por cuestiones estéticas”
y luego dijo “no te pertenezco”
más tarde me gritó “no soy de nadie”.
Deambulo por las habitaciones con los ojos cerrados
ensayo el andar, la ceguera;
aturdo el espacio con música de fantasmas
doy manotazos, compruebo que vivo sola.
El filo de los dientes reclama el sabor de la palabra.
La escritura es un placebo
para mi canibalismo.
Un rugido hace un tajo
en la piel se palpa la existencia
el canto aturdido de los pájaros
se dispara y corta el aire.
Alguien intenta borrar tu nombre
pero explota
en un rostro emulado
sobre el lienzo se celebran
los rastros de la manada
la pertenencia.
A lo largo del río las piedras cantan
al hijo que falta
al hermano
un cuerpo ausente suena
a música que ejecuta el viento
en la inmensidad de la Patagonia.
El peso
Cae el peso muerto de la noche
en compases de cañería averiada;
una tras otra las horas
como gotas de oxitocina dilatan el insomnio.
La sentencia líquida de la estirpe
obliga al secreto, evita el abrazo
y todas las formas que no digo van
hacia el centro de la tierra
por lo inevitable y la gravedad.
El agua disminuye descubriendo el barro;
el mediodía enciende
dorado en las costas, ceniza en el monte,
y sin embargo, me atrae que aparezca el fondo.
¿Adónde irán las tortugas cuando no quede río?
Fantaseo un ritual de retirada, una peregrinación cabizbaja
hacia alguna tierra prometida:
llevarse lo que queda, elegir quién se va primero
¿Huirán de a dos las cardenillas?
La herida en el paisaje se demora en la sombra de los alisos
y en la breve danza de las mimosas.
A medida que el río baja
expulsa: a los trascendidos del altar, a los de la huella,
a los afortunados de la cicatriz
y a los de gesto duro en la bocanada, los que siempre
hemos sido sorprendidos por las catástrofes
tomando el aire, previos al sonido.
Me quito la ropa como un sacudón de perro,
toco el cuerpo frío del lavarropas con la panza,
camino sobre el ruido hueco de la habitación.
El poema se revela en el vacío, es la parte extirpada,
una cartografía del arrebato.
Lo odie para el carnaval previo a la peste,
lo negué varias veces,
lo abandoné en alguna existencia apócrifa
de las redes sociales.
No volvimos a vernos la cara,
tocarnos la lengua,
no me sacó a bailar por asimétrica,
ni me reveló las figuras ocultas en el mármol.
No dijo más <por cuestiones estéticas”
y luego dijo “no te pertenezco”
más tarde me gritó “no soy de nadie”.
Deambulo por las habitaciones con los ojos cerrados
ensayo el andar, la ceguera;
aturdo el espacio con música de fantasmas
doy manotazos, compruebo que vivo sola.
El filo de los dientes reclama el sabor de la palabra.
La escritura es un placebo
para mi canibalismo.