¿POR QUÉ ESCRIBIMOS LOS PSICOANALISTAS? / Wanda Donato

 

¿Tiene sentido esta pregunta? En primera instancia, me la evoca la cantidad de libros sobre psicoanálisis en anaqueles de muchas librerías. ¿Qué dice esa proliferación de textos y autores? ¿Qué dicen los textos? Se repiten conceptos y lecturas, se establecen jergas según las instituciones que se nuclean alrededor de tal o cual maestro y se demarcan las fronteras de territorios conceptuales que inciden en la clínica.

Es cierto que aquí superpongo la cuestión de la escritura y la de la publicación, siendo que a veces los textos no llegan a esta última, y que como escritura tienen destino de congresos o de requerimientos institucionales.

Es cierto que se escribe incluso sin horizonte de lector disponible. No me refiero al éxito o fracaso de un texto en encontrar su lector, cosa que obedece a múltiples determinaciones, sino al simple hecho de que a veces no hay esperanza de circulación. Por eso prefiero caminar la pregunta del por qué esquivando el fondo ontológico de interrogar la necesidad o contingencia de estos escritos; fondo que se disgrega en la singularidad de situaciones, autores y contextos. 

¿Para qué?

No es lo mismo obviamente pensar el por qué o para qué de algo, y es muy fácil deslizarse de una pregunta a otra. La función o la utilidad es un modo usual de interrogar y tal vez sea una forma de introducir la primera pregunta que seguramente será inconcluyente en su respuesta.

Es interesante un paseo por diferentes dichos respecto a la cuestión del para qué escribir, a sabiendas de la imposibilidad de borrar las singulares circunstancias de la decisión de registrar en papel. Quiero decir, que todas estas reflexiones tienen como límite la ignorancia absoluta de las razones singulares que impulsan a cada quien a escribir.

a- Para transmitir el psicoanálisis y elaborar teoría. Una primera función de la escritura en el campo psicoanalítico, desde sus comienzos tuvo que ver con expandir sus fronteras literales y metafóricas. Expandirse a otros países y expandir su lugar en la cultura. Así, desde el inicio se escribe sobre clínica y aplicaciones del psicoanálisis a fenómenos culturales. Tal vez hoy -aunque de otras maneras- siguen esas dos cuestiones en juego, siendo que no es tan claro que únicamente sólo se trate de mantener o extender un mercado.

¿Pero qué transmitir? ¿De qué modo?  ¿A quiénes? Y por otro lado: ¿Cómo será recepcionado? Lo que se intenta transmitir no coincide con lo recibido, ya que lo que se dona, aún en forma de herencia, arrastra ruidos, faltas y excesos, malentendidos que cuanto más se los quiere ignorar, más infectan el traspaso. 

Si transmitir el psicoanálisis ha sido una tarea fundamental, elaborar teoría ha tenido vaivenes y contradicciones intrínsecas. Para los primeros psicoanalistas era importante proponer reflexiones nuevas, pero a la vez no adelantarle el paso a Freud.

En realidad, decir algo nuevo en psicoanálisis sigue siendo espinoso aún hoy porque es difícil trazar los límites del espacio de discurso y prácticas discursivas clínicas fundada por Freud. Qué variaciones o transgresiones son lícitas, depende de las regulaciones institucionales móviles y en general de los juegos de transferencias forjadas y a menudo dejadas intactas en los análisis.

Si lo nuevo puede caer fuera del discurso psicoanalítico, para evitarlo Lacan lo enmarca en la idea del retorno como forma de no alejarse del conjunto de conceptos, problemáticas clínicas e hipótesis establecido por Freud. Pero fija los conceptos fundamentales y más adelante -tal vez ya más fuerte en su propio lugar institucional- propone sus “inventos”, conceptos que difieren de los clásicos freudianos aunque apoyados en ellos.

Cuando se trazan reglas, límites e interpretaciones canónicas para la lectura, seguramente toda escritura que pretenda ubicarse en ese espacio discursivo (prefiero llamar urbanización discursiva) deberá ajustarse a ellos asumiendo que cualquier singularidad, inevitable en cierto punto, constituirá una falta. 

Ilustración de Juan Cruz Catena

Escribir sobre la primera o segunda tópica, basarse en tal o cual texto, o leer de determinada forma textos de Freud, incluye al que escribe en algún sistema de coherencia sostenido por una lectura transferencial y una clínica, pero en el cual resulta imposible que la escritura no se presente afectada por los desvíos que el estilo -no ya como género (género psicoanalítico, literatura psicoanalítica) sino como huella singular- impone. El sujeto es el sueño y la pesadilla de la tradición, su enlace y su traición, constituyendo la tragedia.

Evidentemente no todas las variaciones de lecturas, conceptualizaciones y prácticas clínicas alcanzarán la misma jerarquía. Y si alguna alcanza la misma que la de los textos fundantes de Freud, podemos suponer que dará lugar a un nuevo barrio de la urbanización discursiva. Kleiniano o lacaniano sustituye a freudiano o a psicoanalista llanamente. Pero, en realidad, las transformaciones discursivas no pueden exceder conceptos y formulaciones ya ubicadas en la teoría freudiana. Por eso mayormente no se busca enfatizar lo que sería un error en Freud, sino subrayar lo que se considera en él más importante.

Prácticamente desde los inicios se han producido variaciones que Freud no aceptó. Jung y Adler por ejemplo, se alejaron conformando su propia teoría y clínica; de manera diferente Ferenczi o Tausk sufrieron internamente la reprobación. Después de la muerte de Freud la vigilancia y control de lo que resulta psicoanálisis y de lo que lo deforma hasta volverlo otra cosa, ha sido motivo de luchas intestinas. Inconsciente colectivo (Jung), intervención activa (Ferenczi), Edipo temprano (Klein), Objeto transicional (Winnicott), objeto “a” (Lacan), etc. es larga la lista de conceptos que como la marea se acercan o alejan de la urbanización freudiana. Algunos otros han sido y son propuestos sin éxito. Los fantasmas del error y la traición merodean los textos psicoanalíticos y por eso la escolarización calma la incertidumbre respecto a la pertinencia de lo escrito. Digamos que la pertenencia ampara la pertinencia.

 A esto se agrega una distinción nada menor entre los textos escritos como tales y las desgrabaciones de ponencias orales.

Ya en la revista Conjetural N°10 en 1986, los integrantes del consejo de redacción leyendo la “Literatura lacaniana en la Argentina” mencionan en un pie de página que gran cantidad de lo publicado no es producto de escritura sino de transcripciones de exposiciones, cursos, mesas redondas, proponiendo implícitamente una diferencia entre la escritura y la transcripción de lo dicho. El tema de la transcripción de lo hablado a lo escrito es un capítulo importante en la transmisión del psicoanálisis y muchas veces soslayado. Ciertas oscuridades que en el acto de pronunciar un discurso se allanan, se vuelven pantanos una vez en el papel. Ciénagas que se tragan aquellos comentarios textuales que vienen a remolque.

b- Para filiarnos como psicoanalistas. Escribir en psicoanálisis puede ser una manera de filiarse. No sólo nos ubica en el mapa urbano del discurso psicoanalítico, sino que fija nuestro domicilio. En este ámbito escribir aparece a veces como necesidad de respuesta a la transmisión. Este tipo de texto podríamos decir que son cartas al padre. 

Escribir puede admitirnos en alguna escuela de psicoanálisis y sumar nuestro nombre en un conjunto de analistas, incluso a veces confrontándonos con ellos. Ser leídos en estos casos autentifica nuestro lugar en la institución general del psicoanálisis.

Nos pueden leer los hermanos con más o menos simpatía y nos pueden leer los maestros (si tienen tiempo) reconociéndonos en la familia psicoanalítica, aplaudiéndonos o discutiéndonos. La asimetría del lazo social que se manifiesta no sólo en la jerarquía, sino en los celos y la envidia entre iguales, encuentra en la ley simbólica aquello que organiza la transmisión de un saber genealógico. 

Creo que no son las legalidades sociales, como por ejemplo el pase o los congresos, las que ordenan en primer lugar los textos en el psicoanálisis, sino la ley simbólica en tanto interdicción del goce de encarnar al padre. Nadie puede tomar su lugar con la madre. Nadie es Freud, aunque después disputemos quien está más cerca. Nadie es Freud, pero pasamos por la alienación con él y su discurso. Amalgama convergente que es a la vez su dispersión.

Los rituales de lecturas y autorizaciones que se disponen, promueven la pertenencia a un linaje con la consabida deuda, a veces a una masa con el consabido sometimiento.

Según Lacan podemos seguir en el sentido de heredar al maestro, o seguir en el sentido de doblegarnos a sus designios y a su sombra. Podemos repetir aceptando lo nuevo y la transgresión inevitable o podemos repetir en forma de reproducción estereotipada que supuestamente nos protegería del desamparo de la palabra propia. 

Además, es necesario no olvidar el vaivén entre la soberbia y la falsa humildad de los que se sitúan en el lugar del hijo pródigo. El “elegido” que no precisa de ninguna autorización y está más allá de la ley o peor, es portador de la ley. Los escritos producidos en esta posición sin angustia, interrogan la institución filiatoria en su punto de extrañeza: ¿Acaso la auto-filiación y la auto-transferencia?

c- Para finalizar un análisis sublimando o en un encuentro con lo real. Para intentar teorizar un fin de análisis pensado al modo de un avatar sublimatorio que lo diferenciara de la identificación con ideales, la escritura ha sido propuesta como salida de un análisis. En este sentido en algunos casos se han confundido ambas cuestiones. Al encontrarse con que el Otro no es ser redondo e impasible, es posible que se escape alguna hoja… o algún bollo de papel.

En la inscripción, la letra y la escritura, Lacan encuentra una relación con lo real distinta a la organización simbólica asociada al significante. Lacan dice que lo que se escribe es el goce en el cuerpo. Ciertamente la satisfacción marca el cuerpo, crea los regueros que trazan las zonas erógenas. Esta escritura anuda al cuerpo a ese objeto perdido y mítico de la primera satisfacción. Ese objeto porta esa falta de satisfacción que implica que el goce no está en el cuerpo, aunque lo haya. 

Esto lleva a interrogar la relación del goce escrito en el cuerpo con la escritura de que es capaz ese cuerpo.

Algo insiste en inscribirse, algo insiste en inscribir esa no inscripción y algo en no inscribirse. El sujeto insiste en su rasgo pero también en las formaciones del inconsciente, el objeto insiste en su fondo indecible pero indicado en el fantasma. Que algo deje de no inscribirse es la contingencia de un análisis. En ciertas lecturas lacanianas pensar el fin de análisis como identificación a lo real del síntoma, al goce de la letra del inconsciente, conduce a pasar de cierta inscripción a la escritura, donde el rasgo unario quedará dando cuenta del sujeto mientras la letra lo hará del objeto.

Si en un análisis puede cambiar el modo de satisfacción o la relación con el modo de satisfacción, eso no anulará lo inconsciente sino que el encuentro con ese algo de satisfacción nunca lograda se inscribiría en la forma del reconocimiento de la falta en el Otro.

Puede que algún análisis termine con un escrito o su publicación, pero no creo que pueda constituirse como una condición, y menos de pase (autorización como analista). Cualquier texto instituido deja de operar como singularidad. Puede escribirse con las singularidades de la disolución de una neurosis de transferencia, pero no me parece probable la inscripción de la singularidad en sí. La singularidad escribe, no es escrita.

Perdón el lacanismo de este segmento… Esto es para un desarrollo más extenso que no abordaré aquí.

d- Para entender. Comprender es una exigencia dominante o secundaria, que se nos presenta al leer; una maña del yo, el cual sólo descansa en un poema. Ninguna comprensión se encuentra a salvo de distintos grados de incomprensión. Sin embargo, es cierto que hay momentos donde la comprensión se establece y da lugar a un acto. Con suerte, un acto de escritura. Instante de ver, tiempo de comprender y momento de concluir dice Lacan en “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada” exhibiendo la compleja temporalidad del acto que se despega de la cronología para situarse en pasos lógicos. Comprender en una esfera distinta que la imaginaria identificación empática, es un clinamen, una desviación en lo esperado. Para colmo una vez el acto, no queda más que la estela de una comprensión que se evapora. Se trata del relámpago de la alteridad entrevista.

Lo críptico y autorreferencial de algunos textos vuelve exigencia su elaboración. Y ocurre que esas elaboraciones recorren a veces esas mismas calles sin desvíos, repitiendo las frases como axiomas, aforismos, proverbios que más que extenderse en sentidos posibles quedan en ecos. No sólo se repiten las frases, se repiten lecturas y explicaciones de las frases. En ese juego de voces, en esa cacofonía el resultado puede ser maravillosamente delirante e incluso habilitar algún rasgo estilístico insospechado.

Entender conlleva una relación con el saber y entender es transferencial. Tratamos de entender cuando suponemos un saber y de igual manera nos enojamos cuando no entendemos allí donde suponemos ese saber. Hay muchos que por ejemplo se enojan cuando no entienden algún fragmento de Lacan, sin considerar la posibilidad de que no haya nada interesante en él. En este sentido escribir puede ser un regalo transferencial que afinca en lo que suponemos que el otro sabe: te entendí y ayudo a que otros te entiendan. Por supuesto esto puede sufrir los avatares de transferencias negativas: hay quien escribe furibundo para refutar.

Efectivamente hay escrituras capturadas por las transferencias, donde el saber puesto en juego es siempre universal y completo, poniendo en marcha el fantasma de “entender bien” y ajustado a lo que se debe correctamente entender. Ahora, vale diferenciar entre el bien entender y el correcto entender, tanto como diferenciar entre escribir bien o correctamente. Una cosa es la gramática y otra la retórica.

De cualquier manera, sin transferencia con el psicoanálisis no hay escritura psicoanalítica… pero persigo la posibilidad de que ella no opere como captura imaginaria, indiscriminada y totalizadora.

En un análisis la transferencia con el analista encuentra una vicisitud, la transferencia con el psicoanálisis otra. La transferencia con un analista, incluso con un maestro, vuelve masiva y compacta la transferencia con el psicoanálisis que solo encuentra aire en la confianza en un saber que acepta lo inconsciente.

e- Para responder a requerimientos académicos. Hay una escritura sufriente del psicoanálisis que es la escritura académica. Digo sufriente no porque, o solamente, sufra el autor entre requerimientos universales (tesis, monografías, tratados) y el modo singular y errante del ensayo que le cae mejor al psicoanálisis, sino por la presión que instala una epistemología de la ciencia. En ella, caso, teoría, práctica, adoptan formas de una lógica que con sus propios avatares normativizan, en general de manera implícita, la estructura de un texto. Principalmente la dupla sujeto -objeto comanda a la vieja manera cognitiva de oposición y clasificación.

Los modos de citar, de parafrasear, incluso las elipsis, están determinados no sólo por la urbanización del psicoanálisis. El ensayo mismo sucumbe a las reglas del ensayo, plegando sobre sí sus aperturas.

Ahora bien, es necesario aclarar que las instituciones psicoanalíticas también generan su propia normativa. Que se puede decir, hasta dónde y de qué modo, definen cada barrio de la urbanización. Freud va y viene, Lacan va y viene, etc. pero las instituciones intentan permanecer, con lo que las interrogaciones no avaladas pueden ser sospechosas.

Esa me parece es la clave para pensar esta cuestión: ¿Se escribe para Otro? ¿O para otro? ¿Y para qué Otro u otro? Seguramente el otro está dado en la forma y género de un texto, no escribo igual una tesis, una ponencia para un congreso de psicoanalistas, un artículo para una revista, etc. Pero una cosa es para quien se escribe y otro a quien se dirige un texto, una cosa es una respuesta y otra un texto que nadie espera ni demanda.

La literatura analítica académica e institucional me evoca las viviendas sociales en lo urbano. Pensadas más en la economía que en aquellos que las habitarán. Efectivamente propone recursos retóricos y argumentativos acotados.

Podríamos preguntarnos a esta altura si es posible permanecer por fuera de toda institucionalización. Creo que no. O que no todo el tiempo.

De vez en cuando la escritura se transgrede a sí misma y aunque más o menos leída esa anomalía, quizás fisura, produce una huella que no es cualquiera.

f- Para registrar la práctica y dar cuenta de los análisis en los que de vez en cuando oficiamos de analistas. Escribir sobre nuestra práctica y sobre los casos es una manera de controlarse respecto a lo que hacemos en la intimidad de un consultorio o de una relación transferencial. Ocurre a menudo que se constituye como una supervisión y a veces está trazada en ella. De hecho, hay supervisores que prácticamente dictan y corrigen textos de sus supervisados.

Esta escritura de casos debería diferenciarse de la función epidemiológica al modo médico y además interrogar la caída en clasificaciones nosológicas y diagnósticas; diferenciación que no siempre ocurre. 

Hay quien gusta de escribir éxitos y quien, fracasos clínicos. Algunos desprecian la escritura de casos. Hay quien transcribe las palabras del paciente; hay quien anota sus intervenciones y las comenta. Algunos ilustran y otros interrogan la teoría con viñetas. Las variantes son múltiples y muchas veces obedecen a los arbitrios institucionales. 

Escribir la clínica no es tarea sencilla ya que la exposición es muy alta (del paciente y del analista). Sin embargo, muchos se sienten más inhibidos a la hora de pensar la teoría que al contar un caso. En realidad, de cualquier manera, los operadores conceptuales que se utilicen dan forma al caso. 

Me pregunto hasta qué punto estos escritos reflejan algo de lo ocurrido; la sábana de la elaboración oculta los actos. Sin embargo, a la vez trasluce el movimiento clínico.

De qué manera escribir un relato es una cuestión que subyace en los textos de casos, ya que estas narraciones componen una especie del género relato. Sitiado entre el relato histórico y el literario, la narración de caso busca una especificidad clínica. Su peculiaridad no es la adecuación a lo sucedido, ni su fantasía literaria. Tal vez sea inscribir lo que el acto dejó en su paso. 

El relato siempre es una organización temporal en principio lineal, donde se amalgama la cronología de la datación de los hechos. Sin embargo, con algo más de atención se muestra la complejidad temporal que implica. Se trata de una red donde pasado y futuro se enredan en acontecimientos que resisten dataciones y verificaciones históricas. Leemos en “Construcciones en análisis” que durante un análisis el relato es una reconstrucción a partir de las ruinas, al modo en que un arqueólogo hace su trabajo. Freud escribe allí que ésta, es una permanente labor preliminar. No preliminar a todo, sino como un marco histórico no estático, en el que el detalle interpretativo cada vez tendrá lugar, modificando a su vez ese mismo marco. Se trata de las escenas fantasmáticas en las que las formaciones del inconsciente advienen. El yo podríamos decir, no es solo el relato consciente de recuerdos encubridores sino asimismo la amalgama de las asociaciones libres alrededor de las formaciones del inconsciente y del acto analítico. 

Pero además, aunque hay casos famosos que siguen dando lugar a consideraciones, es necesario diferenciar los historiales freudianos que tienen otra función textual en el discurso psicoanalítico. Lejos del ejemplo, podemos pensar en lo ejemplar y único. En Freud hay un importante trabajo de escritura que no se sostiene de la misma manera en los historiales que en la metapsicología, los escritos técnicos, etc. pese a que no hay disociación de la clínica y la teoría en sus textos.

En general Freud incursiona en la narración, en la dramatización, la correspondencia y el ensayo entre otras formas o géneros, sin perder de vista los artefactos argumentativos y retóricos en diferentes momentos de su obra y según la necesidad del material que quiere transmitir. Con plasticidad en un mismo escrito pasa de una forma a otra.

A la hora de los historiales reclama límites sobre su lectura. En el caso Dora, advierte sobre leerlo como una novela lo que le restaría seriedad científica. Pero el contexto y la tentación era la novela psicológica, sobre todo rusa, del siglo XIX.

Ilustración de Juan Cruz Catena

¿Pero, por qué escribir?

Por qué escribimos es una pregunta diferente, no tan clara en su aspecto consciente. ¿Qué causa que nos sentemos a la tortuosa tarea de escribir incluso sin que resulte factible publicar? 

La escritura tiene una relación estrecha con la lectura. Tal vez un desborde de ella. Llegado el punto, la lectura se derrama en escritura. Y no me refiero simplemente al punto de acumulación de lecturas, aunque también a ello, sino al trabajo de tensión que produce leer. Dice Macedonio Fernández en “Autobiografía de encargo”: Pero no leer es algo así como un mutismo pasivo, escribir es el verdadero modo de no leer y de vengarse de haber leído tanto. 

 ¿Pero se trata en nuestro trance de lecturas sólo de Freud, Lacan, de Klein, etc.? En algunos casos se suman lecturas literarias, filosóficas, matemáticas, antropológicas, etc. En casi todas las situaciones se agrega la lectura del propio analista, del propio análisis y de los pacientes. Quiero decir que la experiencia de análisis comanda, consciente y/o inconscientemente estas lecturas y escritura. No hay escritura sobre, de, en psicoanálisis que no esté señalizada por el análisis de cada quien.

Eso implica que al escribir no podemos menos que bailar con nuestros fantasmas, y teorizar aún donde alguien cree repetir fielmente lo que dijo un maestro. 

Escribir en psicoanálisis es reescribir una y otra vez; es sobrescribir lo escrito. Capa tras capa el origen permanentemente desplazado se transforma mediante la lectura y la reescritura. Lo escrito no es estable aun cuando al escribir busquemos inscribir para obtener una imaginaria fijeza y olvidemos que las huellas se modifican con el viento y la lluvia. Nada está escrito del todo, pero en la mutación ciertamente algo insiste que modifica las lecturas por venir. 

Conjeturo que la escritura en la urbanización psicoanalítica se comporta como el palimpsesto del aparato psíquico freudiano, incluyendo una automaticidad que excede lo volitivo. Se repite porque el sujeto no es una presencia plena, autotransparente, y no hay ontología que lo sostenga; como efecto de sentido permanece abierto y extraño al yo. 

Sin metafísica del autor y del lector, pero lejos del relativismo acomodaticio, los textos van encontrando alguna certeza en la insistencia futura. Al fin y al cabo, resto de las sucesivas operaciones de lectura y escritura. Acaso el texto de origen, (original si se quiere subrayar la ambigüedad) resulte el resto entrópico de las sucesivas transformaciones.

La escritura está a la espera de las lecturas que la modifiquen, que la reordenen. Su pasado depende del futuro.

La página en blanco que Freud nos suministró para escribir, no está en blanco, está marcada por huellas olvidadas pero activas.

¿Y por qué publicamos?

La escritura también conlleva la relación con la publicación. En una primera aproximación publicar parece estar tomado por el narcisismo: ser famoso y quedar en la memoria más allá de la muerte. Seguramente algo de esto hay, pero las vicisitudes de una posible publicación son variadas y ponen en juego otros aspectos o diferentes modos de narcisismo. Además, la relación de la escritura con la muerte es inestable: escribir para esquivar la muerte puede volverse escribir para poder morir y viceversa.

Retener un escrito, no soltarlo al oleaje es una manera de no exponerse y de no perder una parte, en la lectura a la que los otros han sido habilitados. Resulta más seguro comentar el texto de otro que escuchar hablar sobre el propio.

¿No habré leído que ya alguien dijo o refutó -lo mismo da- mis hipótesis? El error es una amenaza que toma forma en la maledicencia, en la crítica encarnizada, en el desprecio. Eludir las objeciones posibles puede ser una tarea infinita e inhibitoria. Se han visto feroces lectores volverse asustadizos autores a la hora de publicar.

Lacan reclama el gesto del bollo de papel en el cesto para poner en evidencia la condición de resto que asume la escritura en la publicación. Para publicar es necesario desechar el texto, perderlo. Puede que resulte amado, odiado, ignorado, pero ya no está en manos del autor su destino.

También es cierto que en contraste con la inhibición de publicar existe una compulsión a hacerlo que banaliza muchos textos publicados. Algunos de estos escritos sufren el riesgo de la pura jerga y otros de la simplificación que los transforma en divulgación trivial. Esto nos introduce en otras preguntas: ¿Se publica para los otros psicoanalistas? ¿Para el campo de la cultura? ¿Para posibles pacientes? ¿Para generar un mercado?

El peligro de la divulgación es que aunque logre cierta transferencia, desestima complejidades hasta caer en el sentido común que arrasa las preguntas dejando intacto el sufrimiento. 

En otra dirección, el peligro de las escrituras obsesivas e institucionalizantes (no instituyentes) son los rodeos mortificantes de la procrastinación que dejan la clínica en un más allá inalcanzable.

¿Y cómo escribimos?

En algunos casos cierta expectativa literaria converge en los textos. En otros se nota la costura del compromiso institucional. Los procedimientos de escritura no son inocuos y en realidad revelan jerarquías y posicionamientos.

Las citas, metáforas, continuidades, interrupciones, elipsis, comparaciones, alegorías.

Formas de argumentación, reglas internas de los textos y sobre todo anomalías y desvíos que dan cuenta de un sujeto de la enunciación más que de un yo, de un nombre propio pero como marca, estela de un procedimiento. Esos rasgos permiten entrever un sujeto que desaparece, que se hunde apenas emerge, muy alejado de ego como síntesis opuesta al objeto. No es lo mismo el lazo de un paquete que el papel que lo envuelve. Así considero las apreciaciones del último Lacan relacionando el Ego y la escritura literaria, donde avanza sobre el Yo del estadio del espejo.

Como dice Foucault en “Que es un autor”, la marca de autor es la forma singular de su ausencia. En las fallas y lapsus del texto hay alguien que es y no es el monótono rumiar del yo.

Lacan y la escritura.

Mucho podría decirse de Lacan y la escritura. Prefiero solo trazar un mapa del relieve de este tema. Una cuestión aparte de lo hasta ahora planteado, y sin duda relacionada, es el tema en Lacan de la escritura lógica, los matemas, algoritmos y finalmente los nudos.

Desconfío de las lecturas positivistas de estos recursos utilizados por Lacan, quien oscila entre menospreciarlos si se los toma como una forma absoluta de transmisión y considerarlos una manera superior de expresar sus hallazgos.

Por su parte Freud en sus textos muchas veces usa esquemas y analogías como el caso del block maravilloso. Opera con diferentes modelos de escritura e inscripción para dar cuenta de un psiquismo que no se limita a la conciencia.

Entonces:

  • Escritura para ampliar y sostener los horizontes teóricos del psicoanálisis.
  • Escritura como modelo, metáfora del funcionamiento psíquico.
  • Escritura lógica-matemática y nudos para intensificar una transmisión que no se jugará en el sentido.

Tres niveles diferentes que implican sendos desarrollos oportunos. De los últimos dos quedó en deuda ya que supone otro trabajo. Pero destaco que no son independientes uno del otro. Tal vez los psicoanalistas escribimos porque la escritura lógica y topológica no alcanza y porque lo psíquico como lo entendemos freudianamente es una cuestión de inscripción y escritura.

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