“(…) Pasada, y por eso mismo, proyectada sobre el porvenir”
Juan Bautista Ritvo
Suele pensarse que al tomar la palabra y ponerse a hablar, se expone algo interno, es decir, que mediante el habla se “saca afuera” algo que se tiene adentro. De modo que la palabra poseería una existencia anterior a la enunciación, quedando el habla reducido a un atravesamiento de fronteras que delimitarían un adentro y un afuera. Sin embargo, podemos pensar la cuestión desde otro ángulo, según el cual la toma de palabra nos arrojaría hacia un terreno desconocido, en el que el acto de hablar rompería cierta unidad que podemos aparentar al callar. ¿Cómo pueden estar comprometidas estas ideas a la hora de pensar la escucha analítica? Me propongo un breve y caprichoso recorrido para intentar balbucear una respuesta…
I
En algunos textos tempranos de su elaboración teórica,[1] Freud piensa a la sexualidad en términos de placer y displacer, siendo todo en una primera instancia placer, pero por intermedio de la cultura, encarnada en los padres y educadores, una parte de ese placer es prohibido mediante la represión, pasando a conformar algo displacentero; “placer que no puede ser sentido como tal”. Durante estas teorizaciones, la técnica psicoanalítica apunta a restablecer, mediante la asociación libre, las cadenas asociativas que enlazan aquellas representaciones reprimidas inconscientes para llevarlas a la conciencia, teniendo el recaudo de hacerlo de un modo que el paciente pueda escuchar esas representaciones, reconocerlas e incorporarlas a su material consciente mediante enlaces asociativos. Esto solo se podría lograr si el paciente accede, por vía de sus propias asociaciones, a ese material. De nada serviría que el analista informase al paciente los elementos del material inconsciente que reprime, si este aún no ha hecho consciente los eslabones de la cadena que a ellos conducen. En síntesis, el trabajo del analista consistiría en ir escuchando ese hilo de sentido y transmitir al paciente los elementos inconscientes que lo componen, vale decir, la interpretación consiste en hacer consciente lo inconsciente.[2]
Continuando estas hipótesis, en los textos “Más allá del principio de placer” y “El yo y el ello”, Freud añade un mecanismo que estaría por fuera de la lógica placer/displacer.[3] Si algo se repite, es porque el aparato anímico encuentra placer en alguna instancia, de lo cual el paciente no es consciente. Por obra de la represión, ese placer devino displacer para la consciencia. Pero, ¿qué pasa con aquello que nunca fue placer? ¿Por qué se repetía algo que nunca fue placer? Freud explica que hay algo que está más allá de esa lógica placer/displacer, y que este más allá se encuentra relacionado con una angustia que ya no es una consecuencia de la represión (como en la primera tópica) sino su causa. Un estado anímico que convoca a la represión, en su defensa: una sobrecarga de excitación que el aparato psíquico no puede elaborar, por lo que se desarrolla una angustia que llama a la represión.
Freud llega a esto a través del trabajo que realiza con heridos de guerra, en quienes encuentra sueños no motorizados por un deseo inconsciente, sino por algo profundamente mortífero que supera su capacidad de elaboración y que precisa del desarrollo de angustia para poder ser tramitado. Deja establecida, aquí, la compulsión a la repetición como un intento de desarrollo de angustia que permitiría ligarla. Si algo se repite, no es porque produce placer, sino en un intento de ligar un displacer.[4]
II
En “Construcciones en análisis”, Freud desdeña el término “interpretación” en favor de “construcción”, alegando que el primero es para “un elemento singular” y el segundo para “una pieza de la prehistoria olvidada”. Así, el término construcción alude a algo que aún no está y debe ser construido, a algo que es creación. Esta diferenciación, sin embargo, no resulta clara, porque no se explica qué es “un elemento” o “una pieza”.
En el caso del Hombre de los lobos, a propósito de una interpretación fuertemente rechazada por el paciente, Freud indica que lo importante no es atinar a lo reprimido porque el modo en que alguien rechaza o se defiende de una interpretación hace avanzar al análisis.
Lacan, muchos años después, en el Seminario I, argumenta que no basta con que el paciente siga hablando para considerar una interpretación como válida (cualquier cosa podría serlo): la interpretación apelaría a un “más allá de su discurso que no se encuentra en ningún lado, más allá que el sujeto debe realizar, pero que justamente no ha realizado y que entonces está constituido por mis propias proyecciones”.[5] Quizás podríamos con ello decir que Lacan se inclina más por la vía de la construcción que por la interpretación.
Para aclarar un poco este asunto me parecen interesantes algunas elaboraciones que realiza Colette Soler en el artículo “El decir del analista”: allí la autora explica que hay dos decires, el del analizante que llega al consultorio buscando una respuesta y se le responde “vas a hablar”, y el del analista que debe extraer del decir del analizante un dicho que dé cuenta de ese decir. Ese dicho, según Soler, es un decir nada, ¿cómo se extrae –se pregunta– este “decir nada”?
Se extrae en una escucha atenta a los equívocos, dice la autora, que se da en tres niveles: a nivel de la lengua, donde hay homofonías y doble sentidos en los que se presentifica ese saber que trabaja sólo, a nivel del lenguaje,[6] y a nivel del equívoco lógico, por lo cual entiendo aquello que está implícito lógicamente en lo que digo, si yo digo “esto no es mi casa” estoy diciendo que hay una que sí es mi casa.[7]Para graficar esto, Soler utiliza el dicho que Lacan extrae de la palabra de Freud :“la relación sexual no existe”.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿no hay una instancia de creación en la metáfora “la relación sexual no existe”? Si parafraséaramos a Lacan, éste diría: “yo no lo digo, lo dice usted, Freud” (pues él dice leer a Freud como este leía los sueños).
¿Es eso posible? ¿Es posible, me pregunto, ese grado cero de metáfora, donde el decir del analista se extraiga únicamente del decir del analizante?
Opino que no. Creo que al hablar –incluso en el hablar del analista, en esos dichos que supuestamente son un “decir nada”– se hace uso de metáforas.
Porque ¿no es una metáfora lo que construye Lacan cuando extrae la interpretación “la relación sexual no existe” del decir de Freud acerca de la imposibilidad de la plena satisfacción, del goce absoluto? ¿Qué es esa nada que le aporta a las palabras de Freud? Lo que aporta con su nada, es la fórmula, la relación simbólica entre los significantes que habitan el discurso del analizante.
Del texto de Perelman y Olbrechts, Lacan extrae los elementos para pensar su concepto de metáfora: allí los autores explican que la metáfora es una analogía condensada. Una analogía es una semejanza de relación entre dos pares de términos.[8] Básicamente, A es a B, como B es a C. La tarde es al día, lo que la vejez es a la vida. Una pareja de términos – la que se usa para graficar, es llamada foro (tarde y día) y la otra, aquella cuya relación quiere ilustrarse, es llamada tema (vejez y vida). La metáfora, es explicada como un tropo, un cambio en función de un elemento que vincula un término (sustituido) con otro (sustituyente). Es la fusión de un elemento del foro con un elemento del tema, dando por resultado un nuevo producto, “la vejez del día”.
Lacan va a decir que no puede decirse que es una relación matemática entre términos, sino que es un significante que viene a sustituir otro significante. En el Seminario V, agrega que lo esencial no es sólo la sustitución de una cosa por otra en la metáfora, sino que destaca que aquello sustituido permanece latente como cadena significante y con lo cual adquieren ambos significantes una relación de ambigüedad fundamental, es decir lo reprimido no desaparece, sino que se mantiene como cadena latente.[9]Tomemos por caso el lapsus, allí no se trata de señalar que el elemento emergente es más verdadero que el elemento sustituido, y que habría que restablecer el elemento reprimido, lo importante es señalar que hay allí una verdad siendo dicha, o sea un saber funcionando más allá del sujeto, eso fue dicho. Soler explica que el dicho puede ser desmentido o afirmado, mientras que el decir existe. Las formaciones del inconsciente ya son interpretaciones, pero son interpretaciones de las cuales el sujeto no ha extraído un saber.[1]
III
Las formaciones del inconsciente son tales en la medida en que son dichas en transferencia, y esto significa que fueron hechas frente a Otro. Hay allí una verdad: “es la verdad de lo que ese deseo fue en su historia lo que el sujeto grita por medio de su síntoma”[10].
Aquí me gustaría introducir un problema, referido a la verdad. Freud define en “Moisés y la religión monoteísta” que existen dos modos de pensar la verdad, por un lado ubica la verdad material, que sería algo como lo sucedido, ocurrido a nivel fáctico, y por otro lado la histórica-vivencial, que es esa verdad oculta tanto en las formaciones delirantes de los enfermos como en los recuerdos, síntomas, sueños de los pacientes; aquellas construcciones a las que apunta a realizar el analista, y que están compuestas por vivencias e impresiones del niño en momentos en que apenas era capaz de lenguaje. “Hasta donde alcanza su desfiguración, es lícito llamarla delirio; y en la medida en que trae el retorno de lo pasado es preciso llamarla verdad”.[11]
Más adelante, en el año 1960, en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Lacan escribe: “el significante, en efecto, no designa la cosa, representa al sujeto: sólo puede haber adecuación a la cosa fuera del registro del significante y del sujeto. (…) Está claro que la palabra sólo comienza con el paso de la finta [del gesto] al orden del significante, y que el significante exige otro lugar –el lugar del Otro, el Otro testigo, el testigo Otro distinto de cualquier participante– para que la Palabra que soporta pueda mentir, es decir, plantearse como Verdad. De este modo, es de otra parte –no de la Realidad a la que concierne– de donde la Verdad extrae su garantía: de la Palabra”.[12]
Me parece que es muy importante el hecho de que Lacan haya vuelto a situar que en psicoanálisis lo esencial es la relación con el Otro: “El ello está por naturaleza más allá de la captura del deseo en el lenguaje. La relación con el Otro es esencial, ya que el camino del deseo pasa necesariamente por él, pero no porque el Otro es el objeto único, sino porque el Otro es el fiador del lenguaje y lo somete a toda su dialéctica”. [13] El síntoma es una metáfora que hace suplencia al trauma sexual, por eso siempre está estructurado en relación a Otro.[14]
***
Ahora bien, en análisis, ¿se trata de hacer consciente al paciente de esa verdad [15]–de lo que fue para el Otro– que pone en acto al hablar y lanzarnos su demanda, o se trata de desarmar esas significaciones que trae y que lo atan a lugares gozosos, para que pueda hacer nuevas metáforas del modo que se relaciona al Otro, es decir, al modo en que responde a la imposibilidad sexual?
Quizás esto no sea contradictorio. Quizás haya tiempos en el desarrollo del análisis, tiempos marcados por la transferencia.
[1] Sigmund Freud “Una teoría sexual infantil”
[2] Sigmund Freud “La interpretación de los sueños”
[3] Sigmund Freud “Más allá del principio de placer” y “El yo y el ello”
[4] Los juegos infantiles poseen el mismo fundamento según desarrolla en el mismo texto.
[5] Jacques Lacan “El Seminario. Libro I. Los escritos técnicos de Freud” Ed. Paidós
[6] La gramática fija las significaciones, y de hecho el fantasma se configura en términos gramaticales. Para ejemplificar esto pensemos en el idioma chino, donde el verbo no se declina, no hay diferencia activo pasivo, ni tampoco se diferencia objeto/sujeto.
[7] Colette Soler, “El decir del analista“. Ed. Paidos
[8] Ch. Perelman Y L. Olbrechts-Tyteca, “Tratado De La Argumentación”. Ed. Gredos
[9] Jacques Lacan, “El Seminario. Libro V. Las formaciones del inconsciente”. Ed. Paidós
[10] Jacques Lacan,“La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” en Escritos 1. Ed. S XXI
[11] Sigmund Freud “Moisés y la religión monoteísta”
[12] Jacques Lacan “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” en Escritos 2
[13] Jacques Lacan, “El Seminario. Libro V. Las formaciones del inconsciente”. Ed. Paidós
[14] Omar Amorós, “Mito en la estructura” Ed. Co-Lectora
[15] Jacques Lacan, “El Seminario. Libro V. Las formaciones del inconsciente“. Ed. Paidós