“La théorie c’est bon, mais ça n’empêche pas d’exister”
(La teoría es buena, pero no impide que exista el hecho clínico)
Afirmación de Charcot que causó una impresión profunda
en Freud, quien describió a su maestro como un sacerdote
mundano, del que se espera mucha sabiduría.
Al día siguiente tuve un recuerdo, un jirón de recuerdo, tal como ocurre casi siempre. Estaba seguro que se trataba de un cuento de Guy de Maupassant que leímos en la adolescencia y que lo habíamos estado hablando con un amigo, creo que una noche de verano en la vereda. Recordé la trama, pero no el título. Una joven de pueblo queda embarazada en circunstancias reprochables por la moral cristiana. La familia decide ocultar el embarazo a cualquier precio y fuerzan a la hija al uso del corsé hasta el día del parto. Lo que nace es un niño deforme al que se lo compara con un monstruo, y al que todos odian y repugnan. Un día se instala en el pueblo un circo, y esa ocasión es aprovechada para ofrecer al niño y sacarlo de sus vidas para siempre. Lo que nunca imaginaron es que ese mismo circo iba a volver cada año al pueblo a exhibir al fenómeno, a esa criatura que muestra un cuerpo moldeado por la tortura.
Más tarde me puse a rastrear ese cuento. “La madre de los monstruos” se llama. Y cuando lo releí me di cuenta de que el argumento que recordaba era muy distinto al del cuento original. Supongo que el hecho de haberlo hablado con mi amigo transformó la letra y mi memoria conservó una versión dialogada. Ahora pienso que algo semejante sucedió durante siglos de transmisión oral de las historias.
La noche anterior había visto una película: El baile de las locas (2021). Dirigida por Mélanie Laurent, quien con nitidez acude a nuestra mente y nos dibuja una sonrisa cada vez que anhelamos la tragedia y el fuego para aquellos a los que odiamos por asesinos. Melanie es la Shosanna Dreyfus de Tarantino, la dueña del cine incendiado a propósito donde arde vivo el alto mando nazi y su Führer. El baile de las locas excitó el recuerdo de la versión dialogada de Maupassant, y a la mañana se me impuso.
El título de esta película de época, homónimo de la novela de Victoria Mas en la cual se basa, señala el escenario principal donde se desarrolla la historia: el salón de baile en el hospital parisino para mujeres, La Salpêtrière de fines del siglo XIX, donde anualmente ocurre un hecho gravitante de la vida social. Durante una noche, el hospicio dirigido por el Mago Charcot, abre sus puertas a la burguesía voyeur con el pretexto de un baile. La mayoría de las internas sueñan con el evento todo el año: podrán disfrazarse, tomar champagne y bailar con hombres desconocidos. Un espectáculo circense bajo el mecenazgo de la corporación médica, al que realmente el joven Sigmund Freud no hubiera llegado a asistir –de haber querido– porque su beca terminó en febrero de 1886 y el baile se ofrecía para la Media Cuaresma, o sea, en marzo.
Los primeros planos del rostro de Lou de Laâge, la cautivante protagonista, contrastan con la voluptuosidad siniestra de los muros del hospicio, inmenso edificio construido en el siglo XVII para fabricar pólvora y después confinar mendigas y prostitutas. Lou, la Eugénie Cléry de Laurent, es encerrada por decisión paterna en el hospital porque puede ver y hablar con los muertos.
Una lectura decisiva influye en la vida de Eugénie antes y durante el encierro: El libro de los espíritus (1857), escrito por Allan Kardec pero dictado, según él, por los espíritus superiores que “anuncian que los tiempos designados por la Providencia para una manifestación universal han llegado ya, y que, siendo ministros de Dios y agentes de su voluntad, su misión es la de instruir e ilustrar a los hombres abriendo una nueva era a la regeneración de la humanidad”. La doctrina espiritista sistematizada en esta obra –cuya edición en español tiene 600 páginas– debió haber causado gran impresión en el pensamiento inquieto de Eugénie, quien de cierta forma deja de sentirse sola con sus visiones y que, por otro lado, con su comportamiento incompresible comienza a perturbar a la familia, muy interesada en consolidar el prestigio de un estatus acomodado. Perturbación semejante sufre la comunidad de neurólogos ante la sensibilidad de Eugénie y de las mujeres internas en la Ciudad de Locas. Sobre esta perturbación ominosa se edifican todas las defensas: la institución familia, amenazada por el desprestigio de una progenie desquiciada, invoca a la medicina. Y la ciencia médica, cuya misión educadora dictada por la Razón resulta agraviada, apela a desarrollar un instrumento de poder: el efecto hipnótico, instalado en el centro del arsenal terapéutico. Así, el cuerpo de la paciente, bajo el total dominio del psiquiatra, constituye la piedra angular del gran imperio de Charcot.
La Salpêtrière, versión para la locura del corsé que pretende ocultar la deshonra, ya no produce pólvora sino fenómenos dignos de una controlada exhibición pedagógica. La rutina asilar, la helada hidroterapia y el aislamiento forzados reducen al máximo la palabra de las locas para lograr, gracias al pase mágico de la hipnosis, que hablen sus cuerpos, en el teatro erótico de las lecciones de los martes…O en el salón donde el Mago fotografiaba a las mujeres conversivas y convulsivas seducidas por el flash que fueron a parar a álbumes que poblaron manuales de psiquiatría –donde se sistematiza otra doctrina. Hay quienes aseguran que en todo este artificio a predominio visual –baile incluido– se inventó la histeria, y a Eugénie parece que también la hacen caber en este diagnóstico.
“El baile de las locas”, la quinta película de la directora y actriz francesa, arriesga, al sesgo, una suerte de afinidad histórica de los influjos en tres personajes (cuatro, si se podría sumar a Freud) hijos del siglo XIX. Kardec, influido por los espíritus superiores, pone por escrito el dictado de una doctrina que regenerará la humanidad. Eugénie recibe el influjo de El libro de los espíritus. La Razón, aliada de la idea del progreso, bandera de la Ilustración positivista, influye en Charcot para realizar la misión de educar a la civilización en el fenómeno de la histeria. El efecto hipnótico les atraviesa, lo que hace la ciencia médica es institucionalizarlo al interior del asilo –ese inmenso circo cruel– para influir en las mujeres, exhibirlas, fotografiarlas y catalogarlas. Cada uno de los tres personajes, o cuatro, consiente la hipnosis que ejerce su propio amo.
Una vez al año, como en el recuerdo del cuento “La madre de los monstruos”, el fenómeno femenino es liberado de los pabellones para reintegrarle al siglo europeo su propio producto.