Introducción
Cuenta La Ilíada que hubo una ocasión en la que Hera para poder hacer de las suyas, le pidió al Sueño, hermano de la Muerte, que durmiera a Zeus. Cuando el más poderoso de los dioses del Olimpo despertó de su dormidera, salió furioso en busca de Sueño apartando a empellones a quienes se cruzaban por su camino; sin embargo, aquel huyó de prisa y alcanzó a refugiarse en el hogar de la Noche, su madre. Fue entonces que Zeus, “a pesar de su ira, se contuvo por respeto, para no hacer nada que desagradara a la veloz Noche”[1]
La Noche es prolífica, concibe a Hipnos, el sueño, a Tánatos, la muerte serena, a los Oniros, los sueños, pero también engendra a las Moiras (Momo, Geraz, Eris, Némesis) y a tantos otros de la misma raigambre fecunda de la nocturnidad. Sabemos por Homero que a la Noche se la respeta. Y que a Zeus le produce resquemor.
¿Qué nos deparará la Noche a nosotros, simples mortales?
Dormir, soñar, ¿despertar? Morir. Soñar despiertos, vivir dormidos. Ensoñación, no pegar un ojo, trasnochar, pasado de sueño, amanecido, pasado de rosca, insomne/sonámbulo/noctámbulo/funámbulo. Ya despiértate nena, no tener sueños, duermevela, no tener sueño, adormecido, hipnotizado, pila pila, quedarse dormido, despabilado, ¿despertar? Tan soñadora, dormite de una vez, comfortably numb.
Jorge Jinkis comenta (sin ahorrarnos una dosis de azoro) que si dejamos de lado esos cuadros en los que es posible observar una resistencia a dormir por miedo a
soñar, podríamos preguntarnos por qué el yo no tiene miedo a dormir[2]. La cercanía tan apacible como perturbadora entre Tánatos e Hipnos, nos invita a entender que Nada se opone a la noche.[3]
¿Nada se opone a la noche?
Sigmund Freud sostuvo desde La interpretación de los sueños hasta el final de su vida que los sueños son “siempre un intento de eliminar la perturbación del dormir por medio de un cumplimiento de deseo”[4] Así, “en cierto sentido todos los sueños son sueños de comodidad; sirven al propósito de seguir durmiendo en lugar de despertarse.”[5] Los sueños son hechuras de la más refinada figurabilidad, conforman un haz de luz que horada la noche con un fulgor de alegorías en imágenes tan fugaces como prontas al olvido.
Sin embargo, mientras los sueños cuidan el dormir, éste es un resguardo ante el infierno insomne. “A puerta cerrada”[6] es el nombre de una obra de teatro escrita por Jean Paul Sartre en 1944, se trata de una puesta en escena del infierno, sus tres protagonistas son muertos condenados por sus crímenes a convivir en una habitación a puerta cerrada para siempre. El infierno carece de la perturbación del dormir, consiste en la vida eterna despierta, sin pausas, ni espejos, ni interrupciones, ni ventanas, ni ritmos, ni puerta que se pueda abrir. El infierno es una continuidad insomne que no duerme ni despierta ni muere ni vive ni sueña.
Cabría mencionar también aquí al protagonista de aquel cuento de Edgar Allan Poe, para tomar un ejemplo en el extremo opuesto al de Sartre porque parece que el señor Valdemar[7] está vivo, sólo que mientras vive su vida duerme, impasiblemente hipnotizado, a condición de que nadie lo despierte. En caso de despertar, su cuerpo podría estallar.
Lady Macbeth, raptada por la extravagancia del sonambulismo inquieta a quienes la observan en ese trance loco en el que tampoco podrá quitarse la sangre de las manos, ni el mal olor de sus actos: “Médico: —¿Veis? Tiene los ojos abiertos. Dama: —Sí, pero cerrado el sentido”.[8]
Como podemos notar, además de las incontables connotaciones metafóricas que estos personajes irradian descifrando sutilezas que nos conciernen cuando escuchamos, la relación entre el soñar, la vigilia, el dormir y el despertar es sumamente compleja, pues impone una intrincada pluralidad de articulaciones.
¿Por qué habría el sueño de resguardar el dormir si no fuera para poder despertar? Dormir y despertar son esas cadencias necesarias para la vida, entre ellas, ocurre el sueño, ese registro improbable de la alternancia. Guillermo Koop dice que es posible pensar el despertar como una escansión en la continuidad moebiana de la vigilia, el dormir y el soñar sobre el horizonte de la muerte.[9]
Sueños malogrados
“El alma se viste de un cuerpo, ese cuerpo jamás le pertenece”
P. Quignard. La voz perdida.
“Uno no se despierta nunca: los deseos mantienen, entretienen, cuidan los sueños.”
Jacques Lacan, Respuesta a Catherine Millot
“El soñar es, evidentemente, la vida que es propia del alma mientras duerme”
Sigmund Freud. Conferencia 5: “Dificultades y primeras aproximaciones”
Freud en La interpretación de los sueños está interesado por “el elemento semántico, la transmisión de un sentido, la palabra articulada”[10], en fin, por la función del mensaje, su investigación apunta a conjeturar la hechura de los sueños. Considera que el cuidadoso tratamiento del material onírico ocurre en ese espacio móvil que denomina “el camino de la regresión” en el que las imágenes pasan por una maquinaria de traducción, Übersetzung, que les brinda un enorme caudal de potencia representativa. Las imágenes de los sueños conllevan la movilidad semántica del proceso regresivo que las escribe simultáneamente en diferentes lenguas dotándolas de misterios en los que se presentan sobredeterminadas, condensadas, desplazadas, desfiguradas, efímeras, dudosas, interpretantes y fugitivas.
Solemos nombrar de modo intercambiable a los sueños de angustia (a veces también a los sueños traumáticos) y a las pesadillas ya que, por cierto, las tres especies respectivamente interrumpen, no alcanzan o rompen la posibilidad del sueño como escena teatral en la que lo soñante vive como espectador mientras uno duerme. Tratándose de “sueños malogrados” comparten el desvanecimiento de un onirismo que precipita al durmiente a diversas formas de pasar por experiencias de desacople en las que “el alma” se desviste del cuerpo. Menciono esa diversidad sin el propósito de establecer una separación exhaustiva de los términos, ni zambullirme en el ánimo exangüe de volverlos intercambiables.
Sin embargo, ni la angustia que interrumpe los sueños cuando trastabilla la desfiguración y su irrupción opera como censura, ni el contenido de los sueños traumáticos o de las pesadillas son susceptibles de traducción (Übersetzung), sencillamente, no hacen huella. Las pesadillas y los sueños traumáticos perdieron el pasaporte con el que entrarían en el espacio móvil del camino regresivo, las imágenes que los conforman no pasaron por el molinete de la traducción, no se olvidan, los ojos que las vieron están cerrados al sentido.
La angustia señal (de un peligro mayor) invade los sueños permitiendo ese despertar que alivia y restituye en quien despierta la economía psíquica del principio del placer que se vio amenazado por la vacilación de la censura. En cambio, la angustia en las pesadillas impide que el sueño se produzca, que el dormir persista y que arribe la vigilia, sumerge al durmiente en la angustia radical, un exceso más allá del principio del placer.
Un fragmento de un poema de Juan L. Ortiz “Deja las letras” sabe sobre la pesadilla:
“Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas…”[1]
Los versos espléndidos de Juanele iluminan la hechura de la pesadilla que nos interesa discernir en psicoanálisis, su domicilio en las calles extremas, su lisura invariable en la que el durmiente arrasado (sigue, sigue) sucumbe sin muesca de la que tomarse, sin amarre, sin ligadura, sin despertar, sin dormir, sin la gracia de las huellas (¡qué maravilla poética!), los efluvios de la bencina disuelven cualquier orientación.
Muchas veces me he preguntado si las pesadillas advendrían sueños en el seno de un análisis, si era posible extraerle a la lisura una huella grácil, si había alguna dignidad metafórica por adquirir después de pasar por la grieta del infierno, ahora sé que no.
La pregunta por el quién sueña es simplemente lúdica (o retórica como suele decirse sobre esas que no son tales sino artilugios para continuar hablando) porque no hay autor del sueño, cada vez que alguien dice “soñé” o “tuve un sueño” junta eso que soñó mientras él dormía con este que despierta haciéndose yo, y, conjurando fragmentaciones, ensambla las partes sintiéndose uno. La desorientación espesa de las pesadillas, ese pasaje por la orilla de los confines de ningún lugar (¿cómo decirlo?) ocurre cuando se desengancha eso que hubiera podido soñar de este que aún podría despertar. Entonces, se experimenta esa descoyuntura (del uno que uno cree ser) que habitualmente está velada y es inaccesible a la conciencia; la pesadilla es ‘ese desarticulado y débil eco de la terrible realidad del mal’[11].
El alma desnudada de cuerpo produce un clima de rarefacción inenarrable. Las pesadillas no admiten conflictos, “no autorizan diálogos”[12], ni pensamientos ni vacilaciones, ni márgenes. Son lo que son.
Una pesadilla
“Prefiero no dormir… porque sé lo que me espera”
Cynthia Szewach, Hojas encontradas
“Duermo y desduermo”
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego
“Esa manifestación de la angustia que coincide con la emergencia misma en el mundo de aquél que será
el sujeto, es el grito”
Lacan, Seminario 10.
“Gritar no tiene sentido más que en un universo creado. Si no hay creador, ¿qué sentido tiene llamar la atención sobre sí?”
Emile Cioran, Del inconveniente de haber nacido
Todas las noches me atormentaba la misma pesadilla, fue a partir de los seis años, tenía mucho miedo de dormir, dejaba la luz encendida, ponía los zapatos en cruz debajo de la cama para ahuyentar los malos sueños. Es un cuadro fijo, en la cocina de la casa de mi abuela paterna, ella está sentada, las piernas cruzadas, actitud displicente, apoyada sobre el codo en la larga mesa debajo de la que hay un sarcófago cerrado, yo sé que ahí adentro está mi padre muerto. Terror.
Me despertaban mis padres sacudiéndome porque a ellos los despertaban mis gritos, dicen que yo gritaba “papá” pero no soñaba que gritaba, ni sabía que gritaba.
Brevemente acentúo ese detalle excéntrico que se cae del cuadro quieto y extremo de la pesadilla, es una filtración que se sale de “la realidad del mal”, un grito de angustia. El grito es el cuerpo del durmiente que viste su alma con la voz que rompe el desamparo como totalidad, la voz es el cuerpo que despierta. Ese grito produce el nacimiento de la demanda de despertar e inventa un amparo, Un aullido de desesperación articula un mensaje “Papá…” (“Papá, despertate”) invocación que funda una presunción de salvación, despertame, despertate, ¿quién salva a quién?
El grito es el borde entre lo traumático de la pesadilla (nombrado presubjetivo por Lacan como para recordar que no es del ámbito de las representaciones) y el nacimiento de la demanda del Otro en el otro. La pregunta acerca de cómo es que un grito se cae de esta pesadilla que no habita me insiste aún sin solución.
Continúa de:
[1] Homero: La Ilíada. Madrid, Editorial Gredos, 1982, Canto XIV & 233-262, p.p 280-281
[2] Jorge Jinkis : “Extremos del sueño” en Indagaciones; Buenos Aires, Edhasa, 2010. p. 129.
[3] Título de la primera novela de la autora francesa Delphine De Vigan: Nada se opone a la noche, Barcelona, Editorial Anagrama, 2013.
[4] Sigmund Freud: “Un ejemplo: La interpretación de los sueños” cap. V en “Esquema de Psicoanálisis” en Obras Completas. [1938 (1940) ] Vol. XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1989. p. 169. Las bastardillas son mías.
[5] Sigmund Freud: La interpretación de los sueños, (1900) Obras Completas. 2 a Edición, 2 a Reimpresión. Vol. IV y V. Bs As.: Amorrortu Editores, 1989. p. 145.
[6] Jean Paul Sartre: A puerta cerrada. Traducción de Alfonso Sastre. Versión digital Librodot.
[7] Edgar Allan Poe: “La verdad sobre el caso del señor Valdemar” en Cuentos Completos Volumen 1. Buenos Aires.: Edición Círculo de lectores. Traducción de Julio Cortázar, 1983. pp. 102 – 112.
[8] Shakespeare, W: Macbeth, Buenos Aires, Colihue, 2005 Ver Acto V pp 91,92,93
[9] Guillermo Koop: Cap.“El punto de acmé del sueño” en La densidad figurativa, Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 1996.
[10] Jacques Lacan; El seminario de Jacques Lacan. Libro 2 .El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, 1954- 1955. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1992. p, 192.
[11] Ernest Jones: La pesadilla, Buenos Aires, Ediciones Hormé, 1967. pp. 16.
[12] Salvador Gargiulo, “El sueño de Jacob” en Conjetural, revista psicoanalítica nro. 63, Bs As. Siglo veintiuno editores, 2015, pp 81 – 88.